Habían pasado tres días desde el ataque. Gabriel se había recuperado notablemente gracias a los cuidados de Athena, pero los suministros en el departamento se estaban agotando rápidamente. Cada día era una lucha por encontrar lo esencial para sobrevivir en un mundo que parecía empeorar.
El sol entraba débilmente por una ventana rota, iluminando el departamento de una manera melancólica. Gabriel estaba sentado en una mesa, revisando un mapa desgastado y tomando nota de los recursos que aún quedaban. Athena se movía por el lugar, organizando lo que quedaba de los suministros.
Gabriel se estiró, sus músculos aún adoloridos por el tiempo de inactividad. La recuperación había sido ardua, pero su espíritu seguía firme. Mientras organizaba las herramientas y los mapas, Athena se acercó a él con una expresión pensativa.
—¿Qué hacías antes de todo esto? —preguntó Athena, rompiendo el silencio. Su tono era directo, casi impersonal, pero su curiosidad era evidente.
Gabriel la miró con una sonrisa débil. —Pensé que habíamos acordado no hacer preguntas personales.
Athena lo observó fijamente, su mirada seria. —Responde. Ahora no es el momento de evasivas. Quiero saber más sobre ti.
Gabriel suspiró, reconociendo la determinación en el rostro de Athena. Se inclinó hacia adelante, con el aire de alguien que estaba a punto de revelar una parte importante de sí mismo.
—Antes de todo esto, era ingeniero civil —comenzó, con un tono que mezclaba nostalgia y resignación—. Trabajaba en proyectos de reconstrucción y planificación de infraestructuras. Mi vida era bastante normal, o al menos lo era antes del colapso.
Athena lo miró con atención. —¿Por qué decidiste unirte a un grupo de suministros? ¿Qué te llevó a eso?
Gabriel se quedó en silencio por un momento, su mirada perdida en el espacio. —Cuando el apocalipsis comenzó, todo cambió de manera drástica. La estructura de la sociedad colapsó y tuve que adaptarme rápidamente. Lo que antes era un trabajo en oficinas y planes a largo plazo se transformó en la búsqueda constante de recursos y supervivencia. Unirme a un grupo de suministros era mi forma de hacer algo útil en medio del caos.
Athena se inclinó cerca de él, su expresión ablandándose ligeramente. —Eso debe haber sido difícil. Adaptarse a una vida tan diferente a la que estabas acostumbrado.
Gabriel asintió, su rostro reflejando el peso de sus recuerdos. —Sí, fue difícil. Pero también me dio una nueva perspectiva sobre la vida y la gente. La supervivencia se volvió la prioridad, y lo que solía ser importante se volvió trivial.
Athena se quedó en silencio, procesando la información. Aunque aún mantenía una distancia emocional, el relato de Gabriel le dio una visión más profunda de la persona que estaba ayudando.
Gabriel continuó, con un tono más relajado. —Y tú, Athena, ¿qué hacías antes de que todo esto cambiara tu vida?
Athena se detuvo, con una expresión indecisa. —No es relevante. En este mundo, lo que éramos antes no tiene mucho peso. Lo importante es lo que hacemos ahora.
Gabriel la miró con una mezcla de respeto y curiosidad. —Entiendo. Pero a veces, compartir un poco puede ayudar a comprender mejor a las personas con las que estamos luchando.
Athena esbozó una sonrisa leve, aunque su expresión seguía siendo cautelosa. —Tal vez tengas razón. Pero por ahora, enfoquémonos en tu recuperación. Cuando estés mejor, deberás irte.
Gabriel asintió, volviendo a concentrarse en el mapa y en los preparativos. Mientras continuaban con sus tareas, el silencio entre ellos se llenó de una nueva comprensión. A pesar de las circunstancias, el intercambio de historias y la apertura personal había creado un vínculo sutil pero significativo.
La mañana llegó con un aire denso y cargado de tensión. Athena había pasado una noche inquieta, sus pensamientos enredados en un torbellino de dudas y preocupaciones sobre Gabriel. Sabía que no podía permitir que él se quedara más tiempo; la necesidad de no depender de nadie era una regla que se había impuesto. Sin embargo, una parte de ella se debatía entre la lógica y la compasión, cuestionando si estaba tomando la decisión correcta.
Gabriel se despertó antes de que el sol alcanzara su máximo esplendor. Se movía con cautela, evaluando su herida con una mezcla de alivio y dolor. Aunque la herida había mejorado, aún le causaba incomodidad. Athena lo observaba desde la cocina, preparándose para lo que sabía que sería una despedida inevitable. Con meticulosa precisión, llenó una mochila con suministros básicos: agua, algunas latas de comida y un cuchillo que había decidido que ya no necesitaba.
—Esto debería ser suficiente para que llegues a una zona segura —dijo Athena, extendiéndole la mochila sin mirarlo directamente a los ojos. Su tono era firme, pero había un matiz de preocupación contenida en sus palabras.
Gabriel aceptó la mochila con una expresión que combinaba gratitud y resignación. Su mano temblorosa tomó la mochila y la sostuvo con cuidado. —Gracias. No tenías que hacer esto, sabes.
Athena lo miró por fin, sus ojos fríos y decididos. —No lo hice por ti —replicó con una frialdad calculada. —Lo hice para asegurarme de que te vayas y no tengas excusas para volver.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos, lleno de palabras no dichas y emociones reprimidas. Gabriel se levantó, tambaleándose levemente antes de encontrar su equilibrio. Se detuvo un momento para mirar el pequeño departamento que había sido su refugio temporal, como si intentara memorizar cada rincón, cada detalle que había sido su hogar provisional.
—Siempre tan fría —comentó Gabriel con un intento de ligereza en su voz, aunque la preocupación era evidente. —Sabes que no es seguro que te quedes aquí sola para siempre, ¿verdad?
Athena cruzó los brazos, su postura tensa pero segura. —He estado sola mucho tiempo y lo he manejado bien hasta ahora. No necesito a nadie, y mucho menos a ti.
Gabriel la miró con intensidad, como si quisiera decir algo más, pero decidió que no valía la pena insistir. Athena era una fortaleza impenetrable, y él no estaba seguro de si alguna vez bajaría la guardia.
—Si cambias de opinión, estaré cerca. No me alejaré demasiado —dijo Gabriel finalmente, mientras se dirigía hacia la puerta.
Athena no respondió. Observó cómo Gabriel cruzaba el umbral del edificio, llevándose consigo la ligera sensación de compañía que, aunque incómoda, la había hecho sentir algo menos sola en un mundo tan desolado. Una vez más, el silencio se apoderó del departamento, pero esta vez se sentía más opresivo y pesado.
Durante un largo rato, Athena se quedó mirando la puerta cerrada, sus pensamientos luchando por salir a la superficie. Había sobrevivido sola durante tanto tiempo que permitir que alguien más entrara en su vida parecía un riesgo innecesario. Sin embargo, Gabriel había representado algo más que un simple encuentro fortuito. En medio de la desesperación y el caos, había sentido la presencia de alguien que comprendía el peso de la supervivencia.
Finalmente, suspiró y apartó la mirada, forzándose a centrarse en las tareas que aún necesitaban ser hechas. No podía permitirse el lujo de aferrarse a nadie en un mundo donde las pérdidas eran inevitables. Había aprendido a protegerse, a no depender de nadie más que de sí misma.
Pero en el fondo, había una pequeña chispa de esperanza que no podía extinguirse por completo. Sabía que, a pesar de la frialdad con la que se había despedido de Gabriel, no sería la última vez que sus caminos se cruzarían. Y esa idea, aunque temida, era también una fuente de consuelo en un mundo lleno de incertidumbres.
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Ecos de la Ruina
RomanceEn un mundo devastado por un Apocalipsis zombie, Athena ha aprendido a sobrevivir sola. Cuando un desconocido herido aparece en su camino, debe enfrentar el dolor del pasado y decidir si aún hay lugar para la esperanza y el amor en medio de la oscur...