El sol se alzaba sobre las ruinas, bañando los escombros con una luz cálida que parecía una burla ante la devastación. Athena observaba el amanecer desde una de las ventanas cubiertas de polvo y escombros, como si el sol quisiera traer normalidad a un mundo que ya no tenía lugar para ella. La luz hacía más visibles las cicatrices de la ciudad, pero en su mente, esa misma claridad destacaba las dudas que no podía ignorar. Gabriel seguía siendo un enigma, uno que no sabía si deseaba resolver.
Se movía con sigilo por el departamento, asegurándose de que no hubiera señales de peligro. Las sombras de su propio miedo aún la perseguían, aunque la luz del día brindara una sensación momentánea de seguridad. Sabía que no duraría.
Gabriel permanecía en el rincón donde lo había dejado la noche anterior. Sus ojos entreabiertos indicaban que apenas acababa de despertar. Athena se acercó con una bandeja improvisada, agua y algo de comida que había podido racionar.
—Buenos días —dijo suavemente, manteniendo su distancia mientras le ofrecía la comida—. ¿Cómo te sientes hoy?
Gabriel, aún débil, levantó la vista hacia ella. Sus ojos cansados reflejaban una mezcla de dolor y gratitud, como si el esfuerzo de incorporarse fuera demasiado grande.
—Me siento un poco mejor... gracias a ti —dijo en voz baja, aceptando la comida con una mano temblorosa.
Athena lo observó mientras comía en silencio. Sus movimientos eran lentos, calculados, como si cada bocado le costara energía que no tenía. Mientras lo miraba, la incertidumbre crecía dentro de ella. No podía permitirse confiar demasiado en alguien en este mundo, pero algo en Gabriel la hacía bajar las defensas, aunque fuera solo un poco.
—¿Puedo preguntarte qué te ocurrió? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
Gabriel detuvo su mano a medio camino entre la comida y su boca. Tomó un sorbo de agua antes de responder, como si las palabras fueran demasiado difíciles de pronunciar.
—Fue un ataque de zombies... —empezó, con la voz apagada—. Estaba en una misión de suministro y... algo salió mal. Nos rodearon. No pude evitarlo. La última parte es borrosa.
Athena asintió lentamente. Sabía exactamente a qué se refería. La desesperación de estar atrapado, la impotencia ante la multitud de cuerpos podridos. Todos los sobrevivientes conocían ese tipo de historias, y cada una tenía un final más oscuro que el anterior.
—¿Y qué hacías en esa misión? —inquirió, tratando de entender mejor al hombre que había dejado entrar en su vida.
Gabriel la miró, sus ojos aún llenos de preocupación. —Mi grupo y yo solíamos buscar suministros para sobrevivir. No sabíamos que la situación empeoraría tanto.
Athena lo observaba con cautela. Era lo mismo que habían intentado otros, con la esperanza de reconstruir algo en medio del caos. Pero sobrevivir no era tan sencillo, y el precio era cada vez más alto.
—¿Y por qué estabas solo? —preguntó, frunciendo el ceño, sin ocultar su escepticismo.
Gabriel intentó esbozar una sonrisa, pero el dolor se lo impidió. El gesto se convirtió en una mueca amarga. —No lo estaba. Mis compañeros... no sobrevivieron. Me separé de ellos para buscar ayuda. No fue una buena idea.
El silencio se instaló entre los dos. Athena no necesitaba más detalles para saber lo que había ocurrido. La soledad y el abandono eran realidades comunes en este mundo. Su mirada se suavizó por un instante, empatizando con el dolor que resonaba en la voz de Gabriel. Ella también había perdido a personas, aunque nunca hablaba de ello.
Gabriel, haciendo un esfuerzo por cambiar de tema, giró hacia ella con curiosidad. —¿Cómo es que sabes tanto de medicina? Y, por cierto, ¿cómo te llamas?
Athena titubeó antes de responder. No le gustaba compartir más de lo necesario. La privacidad era un lujo en tiempos así, y proteger su identidad era tan crucial como mantenerse con vida. Pero Gabriel ya estaba aquí, en su refugio, y las preguntas eran inevitables.
—Me llamo Athena —dijo finalmente, con la voz baja pero firme—. En cuanto a la medicina, aprendí lo básico antes de que todo esto empezara. No es mucho, pero... ha sido útil.
Gabriel la miró con una mezcla de admiración y curiosidad. —¿Y qué haces aquí? ¿Estás sola? —sus preguntas eran cautelosas, como si supiera que Athena no iba a responder con facilidad—. ¿Qué te motiva a ayudar a los demás en este mundo tan peligroso?
Athena bajó la mirada por un momento, jugando con los pensamientos que cruzaban por su mente. No podía permitirse abrirse demasiado, no con un extraño. Esbozó una sonrisa tenue, una que no alcanzó a sus ojos.
—Prefiero mantener mi vida privada en reserva —dijo suavemente, dejando en claro que no deseaba seguir hablando de sí misma—. Lo importante es que te recuperes.
Gabriel asintió, comprendiendo su reticencia. El mundo había hecho que todos guardaran secretos. —Entiendo... —murmuró, y luego añadió con gratitud—. Aprecio lo que has hecho por mí. No hubiera sobrevivido si me hubieras dejado allí.
Athena lo miró por un instante, evaluando sus palabras. Había hecho lo correcto, pero en este mundo, hacer lo correcto siempre tenía un costo. Se levantó lentamente, ajustando las mantas que lo cubrían.
—Cuando estés mejor, tendrás que irte —dijo sin rodeos, su tono firme pero sin hostilidad—. No puedo ofrecerte protección indefinida. Todos tenemos que seguir adelante, solos.
Gabriel asintió, reconociendo la verdad en sus palabras. No había espacio para apegos o largas alianzas. —Lo entiendo. Haré lo que pueda para ayudarte mientras esté aquí —respondió con un leve esfuerzo, intentando mostrar que aceptaba las reglas del juego.
Athena, aunque agradecida por su comprensión, seguía en guardia. Sabía que todo podía cambiar en cualquier momento, que el peligro no era solo externo, sino también interno. Mientras Gabriel volvía a descansar, ella continuó con sus tareas, preparando su mente y su cuerpo para lo que viniera.
La soledad volvía a hacerse presente, pesada e implacable, aunque ahora, con Gabriel bajo su techo, esa sensación se había vuelto más compleja. Mientras la oscuridad comenzaba a envolver la ciudad una vez más, Athena no podía evitar preguntarse qué más revelaría el hombre que había aparecido en su vida sin previo aviso. Quizá, pensó por un instante, no estaba completamente sola en este mundo devastado.
ESTÁS LEYENDO
Ecos de la Ruina
RomanceEn un mundo devastado por un Apocalipsis zombie, Athena ha aprendido a sobrevivir sola. Cuando un desconocido herido aparece en su camino, debe enfrentar el dolor del pasado y decidir si aún hay lugar para la esperanza y el amor en medio de la oscur...