3. Adiós, o eso creo.

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Los ruidos lejanos de los zombies arrastrando sus pies por las calles vacías llenaban el aire, como un recordatorio constante del peligro acechante. Athena estaba en vela, sentada junto a la ventana, observando la penumbra a través de los tablones de madera que cubrían las grietas. Su corazón latía rápido, no solo por el temor a las criaturas, sino también por la inquietud que Gabriel despertaba en ella.

El hombre dormía en el colchón improvisado que Athena había colocado en el suelo. Su respiración era irregular, pero mejoraba lentamente. Athena no podía apartar la mirada de él, intentando descifrar si había más en su historia de lo que había contado. Pero, más allá de la curiosidad, una sensación de miedo le recorría el cuerpo. Estaba acostumbrada a enfrentarse sola a la realidad del apocalipsis, y ahora había dejado entrar a un desconocido en su refugio.

Athena sabía que el miedo era algo natural, algo que debía sentir para mantenerse alerta. Pero desde que el mundo se había desmoronado, ese temor se había vuelto su compañero constante. En su vida antes de todo esto, el miedo había sido una emoción pasajera, ahora era una presencia opresiva que la seguía a cada paso. Y aunque había aprendido a lidiar con él, no podía ignorar el hecho de que los zombies aún la aterrorizaban. Las imágenes de esas criaturas, sus cuerpos descompuestos y sus ojos sin vida, poblaban sus pesadillas y sus pensamientos más oscuros.

De repente, Gabriel se removió en su lugar, dejando escapar un gemido de dolor. Athena se levantó, acercándose a él con cuidado.

—¿Estás bien? —susurró, manteniendo su voz baja para no atraer la atención no deseada.

Gabriel abrió los ojos, desorientado por un momento, hasta que su mirada se centró en Athena. —Sí... solo un mal sueño —murmuró, frotándose la frente.

Athena asintió, sintiendo la tensión aún presente en el ambiente. Sabía lo que era ser perseguido por pesadillas. Ambos estaban en el mismo infierno, aunque sus historias fueran diferentes.

—No te preocupes —dijo ella, mirando por la ventana nuevamente—. Aquí estarás a salvo... por ahora.

Gabriel la observó en silencio, notando la dureza en su voz, pero también algo más, algo que no había visto en sus ojos antes: vulnerabilidad.

—¿Tienes miedo? —preguntó, sus palabras saliendo más rápido de lo que había pensado.

Athena se quedó quieta, su mirada fija en el horizonte oscuro más allá de la ventana. Durante un largo segundo, no respondió. El silencio entre ambos se hizo palpable.

—Sería estúpido no tenerlo —respondió finalmente, sin mirarlo—. No estamos hechos para sobrevivir a algo así... No del todo.

Gabriel frunció el ceño, sorprendido por su franqueza. —Pensé que... después de todo lo que has pasado, estarías acostumbrada.

Athena soltó una risa breve y amarga. —Nadie se acostumbra a esto. Solo aprendes a vivir con el miedo. Y si no lo haces, te mata.

El silencio volvió a instalarse entre ellos, pero esta vez fue diferente. Había una conexión tácita en sus palabras, un reconocimiento compartido de lo que significaba estar constantemente al borde de la muerte.

Athena continuó hablando, sin apartar la mirada del horizonte. —Los zombies... —empezó, con una voz apenas audible—. No importa cuántos veas, o cuántas veces escapes de ellos. Siempre hay ese segundo en que piensas que te alcanzarán. Que sus manos frías te agarrarán antes de que puedas hacer algo.

Gabriel asintió lentamente. Él también había sentido esa misma desesperación. —Es como si estuvieran en todas partes, siempre al acecho... sin descanso.

Athena giró la cabeza para mirarlo, sus ojos oscuros y llenos de cansancio. —Exactamente. No puedes escapar del miedo. Solo puedes aprender a sobrevivir con él. Y yo lo hago, día tras día.

Las palabras de Athena flotaron en el aire, y Gabriel sintió una nueva clase de respeto por ella. Había visto a muchas personas quebrarse, sucumbir ante el terror, pero Athena seguía luchando. No era que no tuviera miedo, sino que había encontrado la manera de enfrentarlo, de usarlo a su favor.

El tiempo pasó en silencio, solo interrumpido por los ruidos lejanos de los zombies. Athena se movió por el apartamento, asegurándose de que todo estuviera bien cerrado y sellado, mientras Gabriel observaba. Había algo hipnótico en la forma en que ella manejaba todo, con una mezcla de precaución y experiencia.

Finalmente, Athena se detuvo junto a la puerta y miró a Gabriel una vez más.

—Descansa —dijo, su voz volviendo a ser fría y práctica.

Gabriel asintió, pero sus pensamientos seguían con Athena. Sabía que ella estaba acostumbrada a estar sola, pero también podía ver que la soledad la había afectado más de lo que estaba dispuesta a admitir. Por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de esperanza, la posibilidad de que, quizás, no todo estaba perdido para ninguno de los dos.

La noche avanzaba, y mientras Athena se apoyaba contra la pared, su mente vagaba entre el presente y el pasado, entre el miedo constante y los destellos de humanidad que aún se aferraban a su vida. Afuera, las criaturas continuaban merodeando, pero dentro del pequeño departamento, por un breve momento, todo permanecía en calma.

Ecos de la RuinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora