Los días habían pasado desde que Gabriel se marchó, y el silencio en el departamento se había vuelto más insoportable que nunca. Athena había racionado su comida hasta el límite, pero ya no le quedaba nada. El agua también se había agotado, y sabía que era cuestión de horas antes de que la debilidad comenzara a consumirla. No tenía opción: debía salir.
Con la mochila al hombro y un cuchillo escondido en su cinturón, Athena salió a las calles. El aire era denso, y la sensación de peligro constante la hacía moverse con cautela, siempre alerta. Las calles, desiertas como siempre, ofrecían un panorama desolador, y el riesgo de toparse con otros sobrevivientes o algo peor la mantenía tensa.
Caminó por varios minutos hasta llegar a una vieja tienda de abarrotes, una que ya había visitado antes. Al ingresar, se encontró con estantes saqueados y el suelo cubierto de escombros. Sin embargo, tras una minuciosa búsqueda, logró encontrar unas pocas latas de comida y una botella de agua escondida entre los restos. No era mucho, pero era suficiente para un respiro.
Ajustándose la mochila y preparándose para regresar, Athena se detuvo al escuchar pasos detrás de ella. Al girar, se encontró con un grupo de tres hombres, más grandes que ella, con sonrisas maliciosas en sus rostros.
—Vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí? —dijo uno de ellos, mirándola de arriba abajo.
—Es raro ver a alguien por estos lados, y menos a alguien como tú —agregó otro, mientras se acercaba peligrosamente.
Athena retrocedió, llevando una mano al cuchillo, pero sabía que no sería suficiente para enfrentarse a tres hombres armados.
—No quiero problemas —dijo con firmeza, aunque su corazón latía desbocado—. Tomen lo que quieran y me iré.
Uno de los hombres se abalanzó sobre ella, arrebatándole la mochila.
—Oh, vamos. No tienes por qué irte tan rápido. Seguro podemos... compartir más que comida —dijo con una sonrisa siniestra.
Athena sintió cómo el miedo la envolvía cuando los tres comenzaron a rodearla. Sabía a dónde iba aquello, y por primera vez en mucho tiempo, el pánico se apoderó de ella. Trató de desenvainar su cuchillo, pero uno de ellos la sujetó con fuerza, inmovilizándola contra una pared. El olor a mugre y sudor la hizo sentir nauseabunda, mientras uno de ellos comenzaba a tocarla y a dejar besos en su cuello. Rompió su camisa mientras los otros dos se reían, disfrutando de la desesperación en sus ojos.
—No... por favor... —susurró Athena, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a brotar. Estaba perdiendo la lucha, la fuerza que siempre la había mantenido firme la abandonaba.
—Hermano, deja un poco para el resto —murmuró uno de ellos mientras empujaba a su compañero.
Fue entonces cuando se escucharon disparos. Tres detonaciones secas, rápidas y precisas. Los hombres que la rodeaban se desplomaron en el suelo, muertos antes de siquiera comprender lo que les había golpeado. Athena cayó de rodillas, temblando, aún en estado de shock.
El miedo no desapareció de inmediato, pero cuando alzó la vista, lo vio. Era él.
Gabriel estaba de pie con su arma aún humeante, observándola con una mezcla de frialdad y preocupación.
—No puedes cuidarte sola, ¿verdad? —dijo con un tono irónico, pero sus ojos reflejaban una preocupación sincera. No era burla, sino una especie de alivio al verla viva.
Athena no pudo hablar. Las lágrimas seguían rodando por sus mejillas, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió completamente vulnerable. Saber que esos hombres casi le hacen daño la abrumaba, no solo por el miedo, sino por la sensación de haber sido salvada. Sin pensar, se levantó y corrió hacia él, envolviéndolo en un abrazo desesperado, aferrándose a su pecho como si su vida dependiera de ello.
Gabriel se quedó quieto por un momento, sorprendido por el gesto, pero luego sus brazos la rodearon con suavidad.
—Tranquila —susurró, su voz calmada y firme, mientras le acariciaba el cabello—. Estás bien. Estás segura. Respira.
Athena hundió el rostro en su pecho, tratando de controlar los sollozos que la sacudían, pero el alivio y el miedo mezclados la superaban. Gabriel la mantuvo cerca, dejándola desahogarse. No había palabras que pudieran aliviar lo que había pasado, pero su simple presencia parecía ser suficiente en ese momento.
Cuando Athena finalmente se separó un poco, aún sin mirarlo a los ojos, Gabriel le levantó el mentón suavemente, obligándola a enfrentarse a él.
—Nadie te va a hacer daño —dijo con firmeza—. No mientras yo esté aquí.
Ella asintió, aún temblando, pero sus fuerzas comenzaban a regresar lentamente. Gabriel le pasó un brazo por los hombros, guiándola fuera de allí, lejos de los cuerpos y del horror que acababa de vivir.
Salieron de la tienda y caminaron en silencio, con Gabriel vigilando sus alrededores mientras Athena recuperaba la compostura. Finalmente, llegaron al departamento, donde Gabriel comenzó a preparar algo de comida mientras Athena se sentaba en una esquina, observando en silencio.
Gabriel, al ver la desolación en el rostro de Athena, entendió que su regreso había sido más que una simple salvación. Había traído consigo una promesa de protección y una oportunidad para reconstruir, incluso en medio de un mundo que parecía estar desmoronándose.
—Descansa un poco —dijo Gabriel, dejando un plato frente a Athena—. A partir de ahora, no estás sola en esto.
Athena lo miró con gratitud, el alivio en sus ojos mezclado con una nueva determinación. Aunque el mundo seguía siendo un lugar peligroso, en ese momento, la presencia de Gabriel le dio una nueva esperanza, una chispa de luz en la oscuridad.
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Ecos de la Ruina
RomanceEn un mundo devastado por un Apocalipsis zombie, Athena ha aprendido a sobrevivir sola. Cuando un desconocido herido aparece en su camino, debe enfrentar el dolor del pasado y decidir si aún hay lugar para la esperanza y el amor en medio de la oscur...