Una serpiente detrás del vidrio

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Habían pasado aproximadamente diez años desde el día en que los Dursley se despertaron y encontraron a su sobrina en la puerta de entrada, pero Privet Drive no había cambiado en absoluto. El sol se elevaba en los mismos jardines, iluminaba el número 4 de latón sobre la puerta de los Dursley y avanzaba en su salón.

Las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Diez años antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, pero Dudley Dursley ya no era un niño pequeño, y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un carrusel en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado por su madre, muestras de una familia aparentemente perfecta para cualquiera que entrara a la sala de estar de aquella casa. La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño. Sin embargo, Harriet Potter estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo.

--¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!-- era la alarma de Harriet todos los días desde los cuatro años. Una alarma incluso más efectiva que un despertador. Pero claro, Harriet no necesitaba los gritos de su tía para despertar, ella ya lo hacía sola, incluso una hora antes de que Petunia Dursley bajara.


--¡Arriba! -el grito de Petunia fue lo que termino de convencer a Harriet de moverse.

Harriet oyó los pasos alejarse en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón. La niña se quedo sentada sobre su catre y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que volaba, había soñado lo mismo anteriormente.

Petunia volvió a la puerta. --¿Ya estás levantada? --quiso saber.

--Si, señora-- la voz de Harriet incluso a esta hora del día, siempre era clara y suave. Aprendió muy temprano en la vida que mostrar algún signo de holgazanería en aquella casa no llevaba a nada bueno si eras Harriet Potter.

--Bueno, date prisa, quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy.

Harriet reprimió un gemido, agradeciendo que Petunia ya se alejaba de la puerta. A pesar de haber despertado una hora antes para poder lavar su cara y dientes en el lavabo de la cocina mientras los Dursley dormían, Harriet había olvidado por completo algo muy importante: 

"El cumpleaños de Dudley"

Era una de sus fechas menos favoritas.

Resignada a los eventos del día, Harriet comenzó a buscar sus mallas, encontrando un par con una pequeña araña encima de ellas, la niña estaba acostumbrada a las arañas, porque la alacena que había debajo de las escaleras estaba llena de ellas, y allí era donde dormía. 

Cuando estuvo vestida con un viejo vestido naranja, tomó el desgastado delantal gris que colgaba de la puerta de la alacena atándoselo firmemente alrededor del delgado estomago , aun cuando Harriet odiaba el color del vestido no deseaba arruinarlo. Salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley.

Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras. La razón exacta por la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio para Harriet, ya que Dudley estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio, excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto.

Pero la actividad favorita de Dudley era molestar a su prima; jalar su corto cabello rizado o meterle el pie para que cayera, perseguirla con sus amigotes en el juego de "cazar a Harriet" y después llenarla de barro. No era muy común que eso pasara, ya que Harriet era muy rápida y buena en escapar del gordo de su primo y compañía.

HarrietDonde viven las historias. Descúbrelo ahora