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Los días pasaban a una velocidad impresionante. Con la escuela, las tareas, ayudar a mi madre en la tienda y estudiar como loca para las ridículas pruebas que mi profesor de literatura francesa me aplicaba cada semana.

No tenía mucho tiempo para pensar en la única cosa que era capaz de robarme el sueño: Ulises Webster.

Las noches, en cambio, eran un completo martirio.

Cuando caía la noche y me acostaba entre las sábanas, lo último que quería era pensar en él, pero era inevitable. Siempre; hiciera cuanto hiciera, terminaba pensando en él.

No me había llamado, no se había comunicado y yo tampoco había hecho nada por hablar con él.

Había pasado más de un mes desde aquella fatídica noche que tanto quería olvidar y lo único que sabía de él era lo que la gente del
campus decía.

Tampoco me agradaba mucho lo que escuchaba. Todo era acerca de él y Estrella  siendo algo más que amigos. Me enfermaba la idea de que tantas personas estuvieran interesadas en aquel ridículo romance. Un romance que nadie sabía si realmente existía.

Es mierda colectiva decía Rick cuando Abril despotricaba pestes contra Ulises y Estrella.

Mierda colectiva o no, dolía. Dolía casi tanto como no tenerlo cerca.

Casi tanto como verlo todos los días, topármelo en los pasillos y pretender que no lo conocía. El tampoco hacía nada por hablar conmigo y en cierta forma, lo agradecía.

Ulises y yo pertenecíamos a mundos completamente diferentes. Entonces llegaba aquella incómoda situación en la que lo miraba en todos lados, me lo topaba en todos los pasillos, y ni siquiera lo miraba.

Éramos dos desconocidos a los ojos del mundo.

Dos desconocidos que se conocían perfectamente el uno al otro. Dos desconocidos que conocían absolutamente todos los miedos del otro, por irónico que fuera.

—Entonces, ¿Qué haremos ésta noche? —pregunto David, sentándose frente a mí en la mesa que compartía con Abril y Rick.

David se había vuelto tan parte de mis días como ellos. Se la vivía haciéndome reír, bromeando, jugueteando, molestándome e invitándome a los más ridículos lugares que habían tenido la fortuna —o desgracia—de conocer.

—Rick quiere ir a la inauguración del nuevo club del centro. —dijo Abril, con una sonrisa Emocionada.

—Perfecto, ¿vendrás, cierto? —pregunto David, mirándome con una sonrisa pintada en los labios.

Abrí la boca para replicar pero Abril me atajó, mirándome con severidad—Ten mucho cuidado con lo que vas a decir, Nicole. Tienes más de un mes revolcándote en tu propia miseria y yo tengo más de un mes permitiéndotelo. Tienes que ir. No está a discusión.

Fruncí mi ceño y me crucé de brazos, enfurruñada, mientras miraba la sonrisa socarrona de David. Fue entonces cuando lancé una patada en su dirección por debajo de la mesa.

—¡Hey!, ¡Esa era mi pierna! —gruñó Rick, haciendo una mueca de dolor.

David se soltó a reír a carcajadas mientras yo reprimía una sonrisa y me ruborizaba por completo. Abril rió también mientras Rick despotricaba en voz baja.

Entonces, me levanté en mi lugar y golpeé a David en un hombro con un puño. Él comenzó a reír aún más y yo me senté en mi lugar, enfurruñada e indignada.

—Se supone, que debe ser doloroso ¡masoquista! —bromeé, indignada.

Entonces, David recorrió su silla hasta que quedó a mi lado y pasó un brazo por mi hombro antes de decir con ironía—Tus formas de demostrarme tu amor, me matan, Nicole.

Aunque Puedas Verme #2 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora