CAPITULO 13

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IVETTE

Como flash los recuerdos amontonados inundaron mi mente, mi mente volvió a esa edad de siete años, en que todo comenzó. Mi memoria no contenía recuerdos antes de los seis, esa sala de aspecto pálido con armas, cadenas y un olor insoportable, había eliminado cada recuerdo bonito que pudiera tener.

Era las imágenes de la primera vez que fui castigada por mi familia, podía sentir las rozaduras del látigo y la caña pasar por mis piernas y espalda, las muñecas de mis manos apretadas bajo esas cadenas. El armario pequeño en el que me metían por horas, la falta de comida, los gritos y las sacudidas.

– Es por tu bien!

– No!

– Debes aprender!

– Basta!

– En esta casa, se hace lo que yo digo!

– No! – Mi voz de niña se transformó a una adulta.

Sentí una sacudida, trayéndome al mundo real, me encontraba en la cama de nuestra habitación, estaba helada. Podría jurar que mis sueños eran reales, que tenía siete años, que me encontraba en ese horrible lugar, donde conocí el dolor. Miré hacia la ventana, las cortinas ondeaban con el viento ingresando a través de ellos.

La chimenea frente a la cama, contenía las cenizas del fuego de la noche anterior. No recordaba el momento en que dormí, quizás cuando salí del entrenamiento. La tela suave del acolchado cubría mi cuerpo, era de día, quizás medio día, no estaba segura. Evidentemente Andrew llevaba horas despierto, estaba vestido con traje, y parecía haber corrido, observé la puerta abierta, quiere decir que no estaba en la habitación.

– Evie... Estás bien?

Parecía evaluar mi aspecto y mi actitud, estaba tratando de contenerse, lo sentía intranquilo, necesitaba explicaciones, a su pregunta solo asentí con mi cabeza, luego me fui relajando lentamente, cerré los ojos y suspiré para controlar los latidos de mi corazón.

– Fue una pesadilla... pero no pude evitar dejar mi reunión – Murmuró. – Tenías pánico y no sabía que pasaba... vine... corriendo

Comprendí que se había preocupado, mi reacción debió de ser muy fuerte, pero, la pesadilla era tan vívida que no pude evitarlo, puede que incluso haya hablado en sueños.

– Fue más bien un recuerdo – Sorprendentemente mi voz salió normal, serena, cuando creí que no podría hablar por al menos una hora. – Un recuerdo bastante fuerte, o al menos parecía real... en forma de... pesadilla

Lo miré. Él permaneció tranquilo, mirándome fijamente esperando a que yo continuara, supongo que le debo explicaciones, debido a que no podría estar tranquilo hasta saber.

– No tienes que contarme si no quieres – Dijo tomando mi mano. Me miró de forma dulce, pero en su interior había preocupación, una muy fuerte.

– Pero es lo que quisieras – Susurré.

– Pero no voy a obligarte – Dijo de la misma manera. Me acarició el cabello – Tienes pesadillas desde que llegaste... solo estoy preocupado, pero entiendo si no quieres o no puedes decírmelo. – Extrañamente, sentía como si pudiera hablarlo, bueno, nunca lo he hablado con nadie, nunca pude, pero no tenía miedo de contarle mi historia, bueno, algunas partes de momento.

– No sé cuál será tu reacción... quizás luego de tu reunión – Murmuré.

– La he cancelado... Y te prometo que no haré nada que no quieras...

– Bien... – Suspiré. Temía que se alejara de mí, la debilidad no es algo bueno en una compañera, pero no podría evitarlo por mucho tiempo. – El calvario inició a los siete años, no tengo recuerdos antes de los seis, así que no me preguntes antes de eso... nunca me han dejado salir de la casa, nunca en el jardín... Nadie debía verme... pero cuando cumplí los siete, miraba el prado, quería saber que se sentía pisarlo, entonces decidí salir... Hubo otra oportunidad que salí de vuelta y fue el mismo resultado. Conocí la sala de castigo... las cosas colgadas por las paredes, la cadena en medio del salón...

Mi mirada viajó al más allá. Tenía miedo de mirarlo a los ojos mientras relataba, no quería ver la decepción que se asomaría por sus pupilas, así que, decidí mirar el color de la colcha que me cubría, y vagar en mis recuerdos. Podía sentir la impotencia arremolinarse en su interior, pude ver de reojo, sus manos hechas puños.

– Mas tarde comprendí qué eran los objetos colgados y para qué servían – Continué. – Al principio los castigos eran duros, pero ligeros, usaban látigos o cañas, me dejaban exhausta, adolorida, pero podía volver a mi habitación... Debía hacer todo lo que ellos dijeran... Y lo hice... hasta los diez u once años – Murmuré volviendo a ese tiempo.

– Que cambio? – Preguntó con su voz grave, ronca, enfadada, no me atreví a mirarlo.

– Un pedido al que me negué con fuerza y no lo iba a hacer – Respondí. – Pero no estoy lista para hablarlo... El castigo más leve era el armario, podía estar encerrada por horas sin comer, luego me liberaban para ir a la habitación – Lancé otro suspiro y tragué saliva. – Supongo que por eso no tolero los espacios cerrados.

– Claustrofobia – Mencionó. – Continúa...

– En la adolescencia inicio lo peor – Dije llamando su atención, parecía estar atando cabos, él sentía una comprensión de alguna situación que yo no sabía. – Se supone que mi Lobo debía hacer acto de presencia en mi mente, pero no lo hizo hasta hace poco... creyeron que no tendría lobo por un buen tiempo. Lo que les dio cierta libertad de hacer conmigo, lo que querían... sin importar cuánto daño, pues no me curaría rápidamente.

La sensación de ira en su interior, crecía a medida que relataba, podía sentir el cambio de su temperatura corporal, el enojo de parte de Lord. Sin embargo yo, me asombraba por la facilidad, en que mis palabras salían y no tenía miedo a su reacción. De todas formas no me atrevía a mirarlo, no quería ver sus ojos y equivocarme, encontrando desprecio en él.

– Ivette... que cambió en la adolescencia – Murmuró tenso y contenido. – Necesito saberlo...

– Fue – Me detuve, no sabía si soltarlo por completo o solo una parte, no quería que supiera, me odiaría, huiría de mí. – Bueno... Hubo algo que, tenía que hacer... pero me rehusé, no quería, no podía y aunque me obligaron, luché contra eso... entonces los castigos fueron peores, lo típico... lo que ya conoces, digamos que el estado en que me encontraste, no es tan raro para mí... solo que esta última vez fue el peor porque querían matarme...

Cuando finalicé contuve la respiración y elevé mi mirada a sus ojos, sus ojos tenían destellos dorados, se estaba conteniendo. Me miraba con tristeza y rabia, pero no estaba dirigido a mí, sino, a sí mismo. Se sentía culpable.

– Andrew no tienes la culpa – Dije rápidamente al captar sus pensamientos.

– Debí encontrarte... debí de suponer que algo pasaba – Dijo con los ojos tristes.

– No podrías adivinarlo...

– Pero podía sentirlo – Dijo y yo no entendía a qué se refería, cerró los ojos y exhaló. – Continúa... Por favor...

– No me pudiste encontrar, dentro de mi casa... jamás me habrías encontrado – Murmuré y algo de paz se instaló en sus emociones al respecto, no quería que se sienta culpable, él es el menos culpable de esto. – Quisiera poder contarte la razón... pero si te digo... me odiarás... por lo que no te diré, al menos, no ahora...

– Nada me haría odiarte... no tienes la culpa del caos que te hicieron pasar – Me rodeó con sus brazos como temiendo que vaya a romperme, pero tal vez las lágrimas de la noche anterior secaron mis ojos, porque a pesar de la sensación desolada, no cayó ninguna por mi rostro.

– No sé qué me pasó ayer – Dije recordando cómo había reaccionado al golpear el saco de boxeo. – Solo sé que sus rostros se impregnaron en el saco y... no pude evitar el odio

– El ejercicio puede liberar los sentimientos reprimidos – Dijo mientras me acariciaba la espalda con una mano y luego desenredó con la otra mano mi cabello. – Pero volviendo al tema, pequeña – Se apartó y me miró a los ojos. – Sea la razón que sea, jamás me apartaré de ti... no tengas miedo... Esperaré lo que sea necesario... hasta que puedas contármelo...



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El movimiento es una medicina para crear el cambio físico, emocional y mental. – Carol Welch


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⏰ Última actualización: Sep 13 ⏰

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