CAPITULO 39

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Día 6

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Pero qué noche, o eso diría si lo fuera, pues como era usual, el pequeño Sandy se encontraba durmiendo en su habitación. Sin embargo, su sueño no era el descanso que normalmente asociamos con esa palabra. En lugar de eso, estaba envuelto en un torbellino de imágenes confusas y perturbadoras. Su rostro, aunque parecía reposado, estaba marcado por una expresión de angustia.

Las ojeras bajo sus ojos revelaban noches —y días— sin dormir, y sus labios murmuraban palabras inentendibles mientras se retorcía en su cama.

Dentro de sus sueños se podían ver dos siluetas que discutían acaloradamente.

—¡Nunca haces nada en esta casa! ¡Deja de esperar que yo lo haga todo!

La silueta contraria respondía de manera tajante.

—¿Y tú qué has hecho, más que llorar y quejarte?

El pequeño Sandy, en el sueño, trataba desesperadamente de escapar del ruido, de las voces que se mezclaban en un completo caos. Intentó cubrirse los oídos, pero no podía detener el tumulto que se expandía en su mente. Las sombras que representaban a sus padres se volvían cada vez más grandes, envolviéndolo en una oscuridad abrumadora.

En el sueño, Sandy se acurrucaba en una esquina, temblando mientras la oscuridad se hacía más densa. La imagen de su hermana mayor que por un momento había aparecido, ahora parecía desvanecerse, dejándolo solo en la penumbra. La sensación de abandono se apoderaba de él, y el miedo lo envolvía por completo.

—Tara, por favor —decía con voz suplicante—. No me dejes... ¿Dónde estás? —preguntaba mientras levantaba su rostro lleno de lágrimas, mirando a su alrededor.

De repente, la oscuridad comenzó a transformarse en una imagen retorcida, convirtiéndose en un campo de juego oscuro lleno de siluetas encadenadas. Sandy, con la poca fuerza que le quedaba, intentaba llegar a ellas, pero sus pasos se volvían cada vez más lentos y pesados, como si estuviera atrapado en arenas movedizas. Sombras comenzaron a rodearlo, alimentándose de su miedo.

Con un grito ahogado, Sandy se despertó de golpe. La habitación estaba en completo silencio, y la luz tenue de la lámpara de la mesita de noche proyectaba sombras suaves en las paredes. El sudor frío cubría su frente, y su corazón latía con una fuerza dolorosa.

—No... no otra vez... —dijo entre jadeos mientras Sandy buscaba normalizar su respiración.

Luego de unos minutos, con un último suspiro profundo, Sandy se volvió a acostar en su cama, decidido a intentar volver a dormir. Sin embargo, la angustia persistía, y la sensación de inseguridad lo acompañaba mientras se acurrucaba nuevamente bajo las sábanas. La batalla en su mente continuaba, entre el deseo de encontrar consuelo y el miedo de enfrentar otra noche de pesadillas.

Por otra parte, en la sala de estar

Tara estaba en la sala de estar, preocupada por Sandy. Sabía que algo no estaba bien con él y había comenzado a usar su conocimiento en lectura de cartas para tratar de comprender lo que estaba perturbando a su hermano.

Extendía las cartas sobre la mesa, tratando de interpretar las imágenes que parecían cambiar cada vez que las miraba. Los símbolos estaban distorsionados, y las cartas parecían hablar en un lenguaje que no podía comprender. La confusión en su rostro era evidente.

—¿Nada aún? —preguntó Genio, quien acababa de ingresar a la casa después de una búsqueda intensa en la biblioteca.

—No puedo entender lo que estas cartas intentan decirme. Algo no está bien... —dijo Tara, frustrada, mientras seguía buscando razones del por qué Sandy no conseguía dormir.

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