EPÍLOGO

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AINHOA

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AINHOA...

Y entonces te vi,
te vi y pude jurar que tus ojos sobre los míos era todo lo que estaba bien.
Quería hablarte y que me escucharas, quería escucharte y que tú también me hablaras, pero luego me sonreíste y esa imagen se volvió el detonante que hizo que mi corazón se acelerara.

Te tenía pero te me resbalabas de las manos, intentaba entenderte pero cada que lo hacía terminábamos a escondidas sellando nuestra melodía encima
de las teclas de aquel piano.

Te tuve y por un segundo
el mundo dejó de girar a favor
y cuando te pregunté el porqué,
me confesaste que tu sueño
era irte a Venus y que había un plazo
para dos, me incluiste dentro de tus anhelos, y solo en ese instante
comprendí lo que era amor.

Tus besos asfixiaron cada rastro de mi inseguridad, tus abrazos purificaron
cada gota salada y surgió la intensa metamorfosis de la tristeza a la felicidad.

Gaznápira ante tus gestos,
estúpida ante tus caricias,
inocente ante tu mente,
¿acaso existe mejor maravilla?

Perfectamente imperfecta la diferencia porque yo era un caos y tú la calma
que siempre llegaba luego de la tormenta.

Abrí mi alma y tú te colaste,
descubriste los escombros
pero te limitaste a caminar entre ellos hasta volver a ordenar aquel montón
de polvos y conciencias que eran
un simple y espeluznante desastre.

No era un cariño a medias,
por fin algo verdadero,
algo que con solo acunar mi rostro
entre sus manos me hacía cerrar los ojos
y ser una turista entre
los tornasoles del cielo.

A ella le llamaba el placer
y a mí me enloquecía la pasión,
es por eso que nuestro diccionario
el significado del sexo
solo tenía tres palabras y era "HACERNOS EL AMOR"

Yo la tuve, por supuesto que la tuve,
en mucho más lugares que una cama,
que un sofá, que un bar donde nunca mostraba mi ID porque ambas sabíamos que aún no cumplía la mayoría de edad.

Yo la tuve entre mis brazos leyendo
un libro sin sentido,
la escuché gritar aquel "feliz cumpleaños" que hizo la discrepancia entre
el presente perfecto
y un desequilibrado pasado discontinuo.

Sí, yo escuché su respiración agitarse después de llorar y pasar por un momento mohíno.Percibí sus susurros a mi oído
y descifré cada "te amo"
que eran reflejados en sus
acelerados en incontrolables latidos.

Yo la tuve, sentada por horas frente
a la chimenea, burlándome de sus malos chistes y ella criticando cada partícula de silencio, de aire,
inclusive hasta de lo insípido
que resultaba el momento
cuando tardaba más de cinco segundos
en plantar en su comisura,
un simple beso.

Yo la tuve en Roma, en Paris,
también dormida en un par de aviones,
la hice mía en club nocturno
y olvidemos la última frase
para evitarnos las largas
y vergonzosas explicaciones.

Yo la tuve en el espacio donde once años jamás marcaron la diferencia,
pero a veces ese mismo pasado discontinuo se puede convertir
en un futuro incierto
y como en mi caso, en su ausencia.

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