Entre la vida y la muerte

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Apenas el vehículo se detuvo, Marina salió disparada, cruzando las calles con determinación. Su paso era rápido y decidido, ignorando todo a su alrededor. Cuando estaba a solo cuatro cuadras de su destino, un coche negro reluciente pero con las luces apagadas apareció de repente.

Marina, distraída por sus pensamientos, no lo vio venir. El impacto fue brutal. Su cuerpo salió despedido por el aire, girando como una muñeca de trapo antes de estrellarse contra el duro asfalto con un golpe seco.

Myla, paralizada por el horror, observó la escena con los ojos desorbitados. Cuando por fin reaccionó, las lágrimas ya corrían por sus mejillas.

—¡Llamen a una ambulancia, por favor! —gritó desesperada, corriendo hacia su amiga—. ¡Marina, no me dejes!

La gente comenzaba a agruparse alrededor. El coche negro retrocedió lentamente antes de acelerar y desaparecer. Myla apenas alcanzó a ver al conductor: un hombre con mascarilla y gorro, su mirada confusa y asustada.

—¡No te vayas! ¡Hazte responsable! —gritó Myla entre sollozos—. ¡Por favor, alguien que lo detenga!

Una mujer se acercó a Myla, poniendo una mano en su hombro.

—Señorita, por favor no la mueva. Déjela ahí, la ambulancia ya viene en camino.

Con manos temblorosas, Myla sacó su teléfono. Tras varios intentos fallidos de contactar a los padres de Marina, finalmente logró comunicarse con Daniel, el hermano de su amiga.

—¿Hola? —respondió una voz masculina.

—Daniel, tu hermana tuvo un accidente —dijo Myla, su voz quebrándose.

—¿Qué? ¿Dónde están?

—Estamos cerca de una plaza, no conozco bien, pero es cerca del preparatoria JL Rosebl.

—Voy en seguida.

—Ok, seguiré llamando a tus padres.

Diez angustiosos minutos después, el sonido de sirenas llenó el aire. Myla se inclinó sobre Marina, cuya respiración era cada vez más débil.

—Marina, resiste. Ya llegó la ambulancia. Estarás bien, no cierres los ojos. Resiste, por favor, no me dejes.

Los paramédicos bajaron rápidamente con una camilla. Uno de ellos se acercó a Myla.

—¿Qué sucedió? —preguntó el paramédico, sacando una libreta.

Myla, entre sollozos, comenzó a relatar:

—Estábamos... estábamos bajando del taxi. Marina cruzó la calle corriendo. De repente, un coche negro apareció de la nada. Iba muy rápido y con las luces apagadas. Marina no lo vio y... y... —su voz se quebró.

—¿El conductor se detuvo? —preguntó el paramédico.

Myla negó con la cabeza.

—Se fue. Retrocedió y luego aceleró. Apenas pude ver al conductor, llevaba mascarilla y gorro.

En ese momento, alguien tocó el hombro de Myla. Era Daniel, con el rostro pálido de preocupación.

—Myla, ¿Qué pasó? ¿Cómo ocurrió esto? —preguntó, angustiado.

—Ella estaba emocionada y comenzó a correr —explicó Myla, limpiándose las lágrimas—. Y de la nada apareció un carro y la atropelló.

—¿Dónde está el conductor?

—Huyó, Daniel. Se fue.

Daniel apretó los puños, su rostro una mezcla de dolor y rabia.

—Iré a ver las cámaras de seguridad. Tú ve con la ambulancia.

FORTUITOWhere stories live. Discover now