Una sensación siniestra

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Estaría en problemas si su madre se enterara de que lo suspendieron de una clase, o tal vez no, ella nunca se interesó realmente por él, aunque realmente explotaba cuando descubría que había hecho algo mal, su madre era un enigma de nunca acabar al final del día.

Se dirigía rumbo a la oficina, un tanto dudoso pues recordó lo sucedido en la mañana pero le restó importancia, al llegar llamó a la puerta, nadie abrió y supuso que no había ni un alma en pena, así que se sentó afuera a esperar, sin embargo pronto se sorprendió al oír abrirse el picaporte, tenía un cosquilleó en la nuca y se asomó curioso, no con mala intención, por lo que se adentró y dejó abierto; todo era tal cual se esperaría de una oficina, aunque lo que más le atrajo la atención fue un cuadro en medio de la habitación, una pintura de un enorme desierto nublado que le tenía cautivado, pero pronto se arrepintió de mirar, un leve ardor en los ojos le hizo apartar la vista, y una voz se hizo presente.

—Tú eras Jonathan, ¿verdad?

Al girar la cabeza vio al director de pie, a punto de cerrar detrás mientras le sonreía, hablando con una voz falsamente melosa.

—¿Qué te trae por aquí? ¿Ya encontraste a otro pariente para el baile?

—Eh, algo así —mintió, después recobró la compostura, pero no le dejaban de arder los ojos—. Es solo que vine a pedirle consejo.

—¿Sucede algo?

—Tuve un pequeño desacuerdo con el profesor Zyllew, estuvo adelantando lecciones y le hice el comentario, pero no lo tomó muy bien, me retó a un duelo, le gané limpiamente y me suspendió de su clase.

El elfo negó.

—Zyllew no es un hombre que haga las cosas exactamente al pie de la letra, ni siquiera tratándose de la suya, no eres el primero que se queja de él —luego sacó una hoja—. ¿Y qué más?

—Esperaba que me ayudara con la materia, asistir a un extracurricular o hacer un examen, porque no quiero meterme en problemas por ello.

—Descuida, estas vacaciones solo deberás estudiar la asignatura y entrando presentas la prueba —le acercó la hoja y una pluma—. Ahora, perdona que te pida esto, pero como también tienes tu queja del profesor, quisiera tu declaración.

—¿Mi declaración?

—No puedo despedirlo sin una justificación, así que planeo presentar algunas de las quejas para que una asamblea decida qué hacer con él, con las que tenga recolectadas será suficiente y con suerte nos cambiarán de profesor.

A Jonathan le pareció razonable ese acuerdo, pero algo no le parecía nada bien y nuevamente lo dejó pasar, creyendo que solo era algún miedo fantasma; escribió en la hoja y sintió un hormigueo en la mano, así que para distraerse volvió a mirar el cuadro, cosa que el hombre notó.

—¿Te gusta?

—Ah... Es algo... Bueno, hay algo en la pintura... Pero se me hace muy lúgubre.

—En efecto, lo es.

—¿Y no le molesta? —preguntó confundido.

—Al contrario. Es mi mayor tesoro —expresó con una mínima frialdad—. Guardo mis penas, dolor, sufrimiento y agonía.

Esa frase asustó al joven, quien se apresuró a escribir lo ocurrido y dejó la hoja en el escritorio, no sin dejar la conversación.

—Suena muy preocupado.

—No es algo que me aterre. Quiero ser feliz, y si me siento mal, solo lo tengo que observar la pintura. Es como si me quitara todos esos pensamientos.

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