Los recuerdos fríos de la noche.
Belaska.
¿A qué edad deberían rompernos el corazón? Definitivamente, no debería ser a los seis años. Mi propio corazón se rompió justo después de cumplir esa edad, cuando nunca imaginé que quien compartía mis sábanas y me arropaba cada noche sería la causa de mi sufrimiento.
Es una cruel ironía aceptar que quien prometía cuidarte y amarte puede convertirse en el artífice de una desilusión desgarradora, llevándote por un sendero oscuro y lleno de horrores que nunca supiste que existían. Recuerdo con escalofríos el olor metálico de la sangre de mi primera víctima, como un eco persistente en mis memorias. El sudor perlaba su frente, mientras sus ojos, grandes y desorbitados, derramaban lágrimas incesantes, como ríos desesperados buscando desembocar en un mar de alivio.
Jamás pensé que un infierno pudiera estar tan cerca de mí, oculto entre árboles frondosos y vegetación densa, camuflado en un laberinto de sangre y gritos silenciosos. Incluso las raíces de los árboles parecían susurrar las historias trágicas de aquellos que entraron y jamás volvieron a ver la luz del día.
Yo lo viví; vi el horror y sentí el dolor. Logré salir, pero mi corazón quedó hecho pedazos y mi alma perdida en la oscuridad. Porque quien entra al bosque de la Yakuza no vuelve a ser el mismo; queda marcado por una sombra que le recuerda constantemente el precio del sufrimiento.
Para la niña que aún habitaba en mí, esperando cada noche que sus padres le contaran un cuento antes de dormir a los ocho años, la inquietud llegó como un susurro helado. Esa sensación había comenzado a gestarse desde aquella noche fatídica en que mi madre me golpeó hasta dejarme inconsciente. Dos días después de su partida, mi padre contrató a mi primera cuidadora personal, quien comenzó a llamarme por las noches para que entrenara. Aún quería jugar con muñecas; aún deseaba que papá me abrazara con fuerza. Pero con el tiempo comprendí que esas sesiones estaban destinadas a ponerme a prueba, desafiándome en la soledad y la oscuridad.
Después de tanto, una noche todo cambió. Me llevaron a un bosque tenebroso y me obligaron a correr sin rumbo, convencida de que era parte del entrenamiento para fortalecer mi resistencia. Sin embargo, pronto comprendí la aterradora verdad: no estaba siendo entrenada; ¡me estaban cazando! Mi madre había enviado hombres para acecharme en las sombras del bosque; eso fue lo que me reveló mi cuidadora personal, quien eventualmente fue reemplazada.
Tras completar esa primera etapa esa noche —«Así es como lo llamo, Doryana»— me vi obligada a adentrarme en aquel lugar cada noche durante seis años. Durante esos años, parecía que en cualquier momento devorarían a la niña de tan solo nueve años; quemarían a las de diez años y abusarían de la de once años. Fue cuando llegué a los trece años que pensé que llegaría mi fin. Durante todos esos largos años estuve corriendo aterrorizada, huyendo de la muerte y enfrentando la inquietante tarea de enterrar objetos envueltos en sacos negros cuyo contenido jamás pude vislumbrar. No fue hasta alcanzar los catorce años que el velo del misterio comenzó a despejarse, revelando un pasado oscuro y traumático. Pero no fue un descubrimiento liberador para mí; mi niñez estuvo marcada por un dominio oscuro, lleno de miedo y angustia, donde mi niña interior se rompía cada vez más.
Con esos recuerdos aún frescos en mi mente, conduzco lejos de la mansión que ha sido mi prisión durante demasiado tiempo, un hecho que me cuesta aceptar. Detengo el auto bajo el umbral de un antiguo templo japonés, donde los cerezos florecen en primavera y sus pétalos caen como lágrimas sobre la tierra. La brisa suave acaricia mi rostro mientras salgo del auto y me adentro en el bosque cercano.
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Danza de Sombras y Susurros.
RandomEs una historia donde el deseo se divierte con el peligro, creando una euforia de secretos difíciles de romper, al igual que sus promesas. Sin embargo, cuando los oscuros secretos de su pasado amenazan con salir a la luz, deberán decidir si arriesga...