CAPÍTULO 5

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Belaska.



Inevitablemente, pienso en cómo habría cambiado todo si mi madre me hubiera llevado con ella. No me habría importado morir a su lado; no la habría juzgado, porque ella también fue víctima de la autoridad de mi padre, atrapada en su poder y arrogancia. En el mundo de la Yakuza, las mujeres son vistas como valiosas, muchísimo a decir verdad, pero esa valía solo se sostiene mientras mantengan la boca cerrada y las piernas abiertas. Mi madre, nacida en Rusia y criada con una cultura un tanto distinta a la de Japón, no pudo escapar de esas reglas.

¿Cómo se conocieron mis padres? No lo sé. Los rumores han circulado durante años: algunos dicen que mi madre fue vendida por su propio padre; otros afirman que fue un matrimonio arreglado, algo común entre mafiosos y organizaciones criminales. La verdad se ha distorsionado tanto que ya no puedo distinguir los hechos reales.

Kenichi Shinoda, mi padre, me ha criado desde que mi madre se marchó, a quien apenas recuerdo. Solo tengo fragmentos de ella que se desvanecen como arena en el mar. Así como se encuentra mi vida: en un laberinto de secretos y compromisos, donde la lealtad pesa más que el aire que respiro. Me siento atrapada en un ciclo interminable de expectativas ajenas; muchas de mis cadenas provienen de mi madre, quien al no llevarme a su lado, me encadenó a un futuro que no pedí y no elegí.

Así como tengo que seguir la autoridad de mi padre y sus constantes amenazas, hace una hora recibí fotografías enviadas por él. En una de ellas aparezco hablando con un hombre encapuchado; el mensaje es claro: me está amenazando. Las imágenes siguientes muestran a Nyeron, mi hijo, en momentos cotidianos, pero hay un mensaje oculto detrás de cada una: un aviso inquietante de que el peligro acecha y debo actuar con rapidez para protegerlo. No puedo permitir que la ira de Kenichi se desate sobre un niño inocente. Por eso estoy de regreso en la mansión.

Con un profundo suspiro, agarro mi móvil y le envío a Kenshin la información que me está pidiendo. Espero su respuesta con ansiedad y una leve molestia; cada segundo se siente eterno. Finalmente llega su mensaje: "Todo está marchando como lo requieres". Un alivio mezclado con tensión inunda mis venas mientras aparco frente a la casa de mi padre. He dejado un plan meticulosamente elaborado para esta noche; todo tiene que salir a la perfección. Un error podría costarme a Nyeron.

Dejo el auto en el mismo lugar habitual y salgo ajustando mi chaqueta sobre los hombros. Al adentrarme en el jardín, noto sombras al acecho; hay más de diez hombres nuevos alrededor de la mansión. Dos me miran y hacen una reverencia inmediata; ignorando sus miradas continúo avanzando hacia la mansión con cautela. «Algo no está bien», pienso mientras un escalofrío recorre mi espalda.

Al cruzar la puerta principal, el ambiente está en silencio, justo como cuando mi madre se fue y dejó a mi padre solo con una niña pequeña. Me pregunto si siempre soñó con escapar o si simplemente aceptó su destino como parte del precio por ser mujer en este mundo implacable y tomó el camino más fácil: «La muerte».

Las luces tenues iluminan el vestíbulo mientras me acerco al gran salón, donde los ecos del pasado parecen resonar más fuerte cada día. Desde el instante en que cruzo la puerta del gran salón, siento la tensión en el aire. Mi padre se acerca de manera abrupta, y antes de que pueda reaccionar, su mano dura impacta contra mi mejilla. Giro el rostro por el golpe, y un ardor intenso se extiende por mi piel.

—¡Te ordené hace una semana que dejaras de salir e irte con ese hombre a escondidas!

Aprieto la mandíbula, desafiándolo con la mirada mientras el ardor en mi mejilla me recuerda su fuerza. Puedo sentir la huella de sus dedos en mi piel pálida.

—Padre —le respondo con firmeza, intentando pasar a su lado, pero un tirón en mi coleta alta me detiene.

—¡Tu padre te está hablando! ¡Deja de faltarle al respeto!

Danza de Sombras y Susurros. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora