III

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❝ Te has llevado mi corazón, mi orgullo, mi pasta,
mi paz, mi vida. ❞

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La abstinencia era, sin lugar a dudas, un infierno.

HyunJin no se había demorado un día o dos, ni siquiera cinco, como prometió inicialmente. Habían pasado siete días completos, y Jeongin estaba al borde del colapso, al borde de ahorcarse con una soga. Cada noche era una tortura: su cuerpo se envolvía en sudor frío, temblando incontrolablemente en su cama, mientras su mente lo arrastraba hacia un abismo de desesperación, hundiendo su nariz en la almohada. No solo era el maldito polvo lo que necesitaba sino también el toque de HyunJin, la forma en que su boca recorría su cuerpo, ofreciéndole un consuelo que ninguna droga podría igualar, cualquiera de las dos, necesitaba alguna.

A los siete días, cuando su cuerpo y mente ya no podían más, decidió actuar. No había recibido ni una sola señal de HyunJin, ni un mensaje, ni una llamada —y eso que había tenido la maravilla de intercambiar teléfonos—. La espera era una tortura en sí misma, los minutos se volvieron mucho más lento. La pelea con su madre esa misma mañana solo había empeorado las cosas. Jeongin había respondido con gritos e insultos, cerrando la puerta de su habitación de un portazo, luego de que le prohibiera tener algún tipo de contacto con esa gente. Estaba castigado, pero a Jeongin eso no le importaba. Sabía cómo escapar. Su madre pasaba más tiempo en la empresa que en casa, así que, como siempre, escapó por la ventana, deslizándose hacia la libertad con la habilidad de alguien que ya lo había hecho innumerables veces.

Cuando llegó a la discoteca, el lugar estaba lleno, como siempre, esquivo la mirada filosa de su antiguo proveedor, Han, recibiendo un par de cumplidos de algunos hombres cegados por el alcohol. Las luces de neón y el retumbar de la música no eran consuelo para su mente perturbada, pero siguió adelante, adentrándose en la multitud con la esperanza de encontrar lo que buscaba, su mente y cuerpo estaba mal. Pasó desapercibido ante los guardias, aunque algunos lo miraron con sospecha, sus ojos agudos captando la fragilidad en su comportamiento. Pero Jeongin no se detuvo, no hasta llegar a la oficina de HyunJin, cuya puerta, para su alivio, estaba entreabierta.

La abrió de golpe y entró. No podía permitirse ser descubierto ahora; si alguien se daba cuenta de que HyunJin no lo había invitado, podría meterse en serios problemas, rezaba por salir sin algún moretón en su rostro, de alguna manera, todo se encontraba perfectamente organizado. Jeongin comenzó a buscar frenéticamente en los cajones, esperando encontrar algo, cualquier cosa que pudiera calmar el caos en su interior. Pero los cajones estaban vacíos, y con cada uno que abría, su desesperación crecía, solo habían papeles, algunos condones, dulces, no parecía el escritorio de Hwang HyunJin, si no de un maldito profesor obsesionado.

Dealer | HyunInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora