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❝ Te has llevado mi corazón, mi orgullo, mi pasta,
mi paz, mi vida. ❞

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Jeongin había ido dos veces a rehabilitación.

La primera vez fue a sus quince años, dos días después de su cumpleaños. Apenas adolescente, lleno de rabia y confusión, había caído en las redes del consumo con la misma rapidez con la que había sido arrojado al mundo de los adultos, un mundo que lo abrumaba. La segunda vez fue a los diecisiete, en un otoño borroso, una estación que no recordaba con claridad, envuelta en una niebla de emociones y drogas. Dos intentos, dos fracasos.

A sus quince años, el mundo de Jeongin se había reducido a una cama de hospital, las luces brillantes y el olor estéril que se colaban entre sus fosas nasales mientras la resaca de las metafentaminas todavía lo sacudía. Había sido una fiesta, una celebración con su entonces novio, un chico que lo había convencido de que una línea más no le haría daño, que solo estaba divirtiéndose. Pero la diversión terminó rápido cuando su cuerpo no pudo más y se desplomó en el suelo, sin aire en los pulmones, sin control sobre su propio destino. Lo siguiente que recordó fue el sonido de las máquinas a su alrededor y las voces apagadas de médicos y enfermeras que lo devolvieron a la vida a regañadientes, como si no valiera la pena salvar a alguien que tan evidentemente no quería ser salvado.

La segunda vez fue diferente. A los diecisiete, Jeongin había consumido opioides conscientemente, con una mezcla de desesperación y resignación que solo aquellos al borde del abismo podían entender. No hubo error esa vez, ningún accidente que pudiera achacarse a la ignorancia juvenil. Se metió en la bañera de su habitación, dejó que el agua cubriera su cuerpo mientras el efecto de las drogas lo arrastraba hacia abajo, hacia un lugar oscuro y frío. Sentía el agua entrar en sus pulmones, sintiendo como si fuera un alivio más que un peligro. La frialdad se filtraba en su piel, y por un momento, pensó que tal vez esa era la forma en que debía terminar todo. Un final suave, sin dolor, solo el lento desvanecerse de la conciencia mientras el mundo se apagaba a su alrededor.

La sensación de ahogarse en la bañera era similar a su abstinencia. La desesperación por respirar, por tomar un poco de aire antes de que el agua lo devorara por completo, se asemejaba a esos días interminables de sudor frío, temblores y alucinaciones cuando su cuerpo le exigía la droga que él intentaba desesperadamente negarle. El pánico en ambos casos era el mismo: el miedo a perder el control, el terror de no saber si sobreviviría el siguiente minuto o si todo acabaría de repente, sin previo aviso.

Pero esa noche no estaba dispuesto a recordar esas sensaciones. No quería hablar de sus experiencias cercanas a la muerte ni de las veces que su cuerpo casi lo traicionó, dejándolo al borde del colapso. Hoy, su mente estaba ocupada con algo mucho más inmediato, mucho más práctico: cómo continuar con su adicción sin levantar sospechas. La estrategia era simple, el paso uno era sencillo: buscar una droga que pudiera disfrazar su verdadero problema. No había forma de que alguien consumiera tanto sin que eventualmente se notara, ya fuera por sus cambios de comportamiento o por los síntomas físicos que empezaban a manifestarse. Pero si lograba desviar la atención de su adicción principal hacia algo más "aceptable", tal vez podría mantener las apariencias por un poco más de tiempo.

Dealer | HyunInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora