( prólogo )

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Una joven pelirroja observaba en el umbral de las puertas el entrenamiento que tenía su hermana mayor, dejando de escuchar las palabras de su padre referente a la guerra que él mismo participó en el año 878 y de la presencia divina de Dios entre l...

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Una joven pelirroja observaba en el umbral de las puertas el entrenamiento que tenía su hermana mayor, dejando de escuchar las palabras de su padre referente a la guerra que él mismo participó en el año 878 y de la presencia divina de Dios entre los guerreros contra los daneses.

Cada movimiento que la castaña realizaba frente a ella con Steapa, lo guardaba en su memoria. Según su padre, ella aun no tenía la edad para aprender el manejo de una espada, lo cual es ridículo porque Aethelflaed empezó a entrenar siendo menor que ella.

Su madre posó una mano sobre su hombro.

—Ni siquiera pienses en insistir, Aethelwynn — dijo en tono bajo Lady Aelswith—. Si tu hermana lo hace, es por orden de tu padre. No quiero que te pasa nada al imaginarte con una espada.

—Solo quisiera tener más libertad como Aethelflaed.

—Todavía no.

Su madre se limitó a responder, conociendo la insistencia que tenía su segunda hija.

Al momento en que Alfred pasó a su lado y en que la mujer con quien conversaba Aethelwynn lo siguiera, supo de inmediato que también debía hacerlo sin objetar.

—Aethelflaed, ven conmigo antes de que lo lastimes — ordenó Aelswith a su hija mayor.

—Sí, madre.

La castaña de ojos azules entrelazó el brazo con el de su hermana después de entregarle la espada de madera a Steapa, dejando al hombre caminar detrás de las dos princesas de Wessex y dejar las espadas de entrenamiento a un lado.

—El Witan está lleno de euforia — La esposa del rey habló alto, capaz que su familia presente pudiera escucharla—. Todos los concejales y sus hermanos vinieron a regocijarse. Y no todos lo merecen.

Comenzando la reunión en el Salón del Witan, las dos hijas de Alfred se encontraban de pie detrás del asiento correspondiente a Aelswith, al lado del padre Beocca, quien aconsejaba al monarca.

—Wessex está a salvo — afirmó Alfred, ganándose los vítores de los presentes—. Pero, concejales, para seguir manteniéndolo a salvo debemos ver más allá de sus fronteras. Hacia Mercia, Anglia del Este, Cornwalum, Gales y al norte... a Norhumbria... y a la alguna vez grande y santa ciudad de Eoferwic, en donde ahora hombres y mujeres cristianas sufren bajo el oscuro reinado de los daneses. Hay dos nórdicos: Sigefrid y Erik. Dos hermanos ateos hambrientos de tierras, plata, esclavos y guerra. Quiere que se sepa, y quiero que ellos sepan, que Dios, Alfred y los concejales de Wessex están vigilando. El gran día del juicio llegará.

La gran mayoría de los presentes gritaban eufóricos, otros aplaudían y el resto golpeaba ligeramente los muebles o incluso el piso, felices por el discurso de su rey. Desde que él nombró cada ciudad para expandir la fe cristiana del tan amado sueño de Alfred, su hija pelirroja comenzó a jugar con sus dedos al suponer de qué se trataba la unión.

—¿Temes que nuestros padres te comprometan? — preguntó en tono bajo Aethelflaed, sujetando sus manos y ayudarla a calmar su nerviosismo.

—Tú estás en la edad. Solo me faltan un año para ello, pero estoy segura de que lo harán.

—Escogerán bien a nuestros esposos. No deberías porque preocuparte.

—Puede que tengas razón.

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—En poco tiempo Aethelflaed será comprometida y Aethelwynn tendrá edad para comprometerse y casarse

—¿Necesita una lista de pretendientes, lord? ¿Para ambas? — Quiso saber Odda, caminando a la par de su rey en el comedor.

—Así es. Deben ser buenos candidatos para mis hijas, su madre, Wessex y mi idea de unir las tierras.

—¿En qué orden, lord?

—No me preguntes, amigo, no quisiera elegir eso.

Un pequeño escándalo en el pasillo a las afueras de la puerta donde los dos se encontraban llamó su atención. Ambos vieron al padre Beocca ingresar al salón en compañía de otro hombre que parecía desesperado por ver al rey Alfred.

—Lord, perdone mi interrupción — Beocca se disculpó, terminando por acercarse—. ¿Me permite presentarle al hermano Trew?

El hombre se inclinó en señal de respeto.

—Lord, me siento honrado.

—El hermano Trew viajó desde el norte, de Cumbraland, al oeste de Northumbria. Trae una carta que habla de una visión y una profecía.

—Es de los cielos, lord, lo juro — El hermano Trew extiende la carta, pero Alfred decide no abrirla por el momento. Esperaba la expliación—. El abad Eadred de Cumbraland soñó con una semejanza, y esta semejanza habló con él.

—La semejanza del bendito San Cutberto.

—¿Cutberto? — Reiteró Alfred.

—Hablando directo desde el cielo.

—El abad habla de las instrucciones de Cutberto en esa carta. Lord, para sajones y britones en el norte hay una urgencia. Estamos perdidos — insistió el hermano Trew—. Estamos dominados por los daneses, necesitamos un salvador cristiano. Este salvador es Guthred. Un hombre que fue hecho esclavo y que debería ser salvado.

—Como ordena el bendito Cutberto — añadió Beocca.

Mientras Alfred guardaba silencio, pensando en la situación, y Odda fue la persona que habló, caminando detrás de su rey para posicionarse del otro lado.

—Las puertas están abiertas a los elementos, hermano Trew, nada más.

—Puede lograrse, lord. Puede arreglarse. Con su ayuda y su guía.

—Las tendrás, hermano Trew, estoy seguro — aceptó Alfred, manteniendo una mirada neutra—. Padre Beocca, enviaré por usted cuando termine de leer la carta, lo cual haré de inmediato, no se aleje.

—No, lord.

En lo que los dos hombres salían del salón, el rey se dispuso a leer la carta con desespero tan bien guardado, teniendo la mirada atenta de Odda sobre él a la espera de cualquier comunicado.

—Influencia más allá de Wessex, Odda. Desde los cielos.

Una pequeña mueca en Alfred se alcanzó a notar por la curvatura de sus labios. Doblando otra vez la carta, miró sobre su hombro al hombre de su gran confianza.

—Infórmale al padre Beocca que lo requiero de inmediato — Odda asiente, comenzando a caminar a la salida del salón, pero el llamado de Alfred lo detuvo—. Y Odda. Asegúrate de que Aethelwynn no los escuche. Es capaz de irse a escondidas.

—Sí, lord.

Pero lo que ninguno de los presentes se dio cuenta, fue que cierta pelirroja había prestado la suficiente atención a la conversación de su padre con Odda. Necesitaba asegurarse de no ser casada, al menos por el momento en que no se pensara en ella para tal acto de alianza, y sabía que solo una persona podría salvarla de ese destino. Aunque fuera por un tiempo corto.

Y la joven lady Aethelwynn de Wessex no se imaginó que en esa escapada de su hogar encontraría a alguien. Una persona capaz de hacerla dudar de su propio destino.

𝐒𝐈𝐍𝐍𝐄𝐑 | Sihtric KjartanssonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora