3. La nueva realidad

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Al día siguiente, mis padres seguían en pijamas, con sus tazas de café en la mano, como si no hubieran pegado un ojo en toda la noche. Mi hermano, fiel a su estilo relajado, parecía ver todo esto como un juego o una aventura. Para mí, en cambio, era otro episodio de una pesadilla que no acababa nunca.

—¿Hija, puedes venir y sentarte un momento? —dijo mi padre, con esa cara de "esto se nos fue de las manos".

—Deberías empezar a decirle sobrino —sugirió mi madre con una mezcla de sarcasmo y resignación.

—Mira, hij... hijo... bueno, tú —empezó mi padre, haciendo malabares con los pronombres—. No sé cómo pasó esto, pero creo que es mejor que trabajes conmigo un tiempo. Ayer te iba a contar, pero mi hermana tiene un nuevo proyecto para un hotel y me pidió que le recomendara a alguien. Yo sé que puedes hacerlo.

—¿Y mi trabajo? —protesté, aún tratando de procesar la situación.

—Hija... si tienes tres dedos de frente —dijo, subrayando con los dedos—, te darás cuenta de que es difícil decirle a tu jefe que ahora eres hombre...

Empaqué mis maletas con toda la paciencia que me quedaba, que era poca, y justo cuando pensaba que al menos me iría sola a enfrentar esta locura, apareció mi hermano, también con su maleta en mano.

—¿Y tú? ¿A dónde vas? —le pregunté, más sorprendida de lo que me gustaría admitir.

—Papá me dijo que te acompañara, por lo menos los primeros tres días. Le dije al gym que estoy enfermo. Además, como no tenemos auto, le pedí a Fermín que nos recoja.

—¿Eso quiere decir que no solo voy a compartir la habitación contigo, sino también con Fermín? —dije, frustrada. Porque claro, mi hermano, como siempre, salía ganando. Está clarísimo que no venía a ayudarme, solo quería unas vacaciones gratis.

Me puse la ropa vieja que mi mamá le había guardado a mi hermano: una camisa de manga larga azul pálido, pantalones beige, y unos zapatos de vestir que le robé a mi papá. Me arreglé el cabello con gel y, honestamente, me veía increíblemente guapo, hasta yo misma me invitaría a salir.

Al llegar al hotel, vimos cómo los turistas iban y venían. El lugar era famoso por recibir a celebridades, y nosotros estábamos ahí, totalmente gratis. En la recepción, una chica muy amable nos sonrió y nos dijo:

—Señor Valerio, esta es la tarjeta de su suite. La habitación está en el segundo piso, con vista a la piscina. Que la disfruten.

—Gracias, señorita —le respondí con una sonrisa de galán. Noté cómo sus mejillas se sonrojaban, ¡mis nuevos encantos estaban funcionando!

Caminando hacia nuestra habitación, mi hermano ya estaba planeando sus próximos tres días de relajación, siempre despreocupado, miraba a su alrededor como si fuera un niño en una tienda de dulces.

—¡Mira esa piscina! ¡Es enorme! — dijo con una sonrisa traviesa. —¿Crees que puedo tirarme desde el balcón? —

—Claro, si quieres romperte las dos piernas— le respondí, intentando mantener la compostura.

El hotel era imponente, con grandes lámparas de cristal colgando del techo y pasillos decorados con alfombras de terciopelo rojo. Los cuadros en las paredes eran paisajes hermosos, pero claramente colocados para parecer más caros de lo que realmente eran. A medida que nos acercábamos a la suite, el olor a cloro de la piscina se mezclaba con el aroma a café fresco que salía de la cafetería cercana.

—¿Sabes? — dije en voz baja, —Creo que papá te mandó para asegurarse de que no haga ninguna estupidez. —

—O porque sabe que yo sí haría una— respondió mi hermano, encogiéndose de hombros. —De todas formas, esto es un hotel de lujo, ¿qué puede salir mal? —

Abrí la puerta de la suite con la tarjeta y, para mi sorpresa, era incluso más elegante de lo que esperaba. Tenía una sala de estar con sofás blancos que parecían imposibles de limpiar, un mini bar lleno de bebidas caras, y un ventanal con vista a la enorme piscina.

—¡Wow!— exclamó mi hermano, tirándose de inmediato en uno de los sofás. —Esto es vida. ¿Sabes qué? Podríamos vivir aquí para siempre.—

—Primero, tienes que ayudarme a encontrar a la tía y averiguar qué demonios tengo que hacer con este trabajo— respondí, mientras me quitaba la chaqueta. —No puedo quedarme aquí jugando a ser galán mientras mi vida está patas arriba.—

—Tranquilo, Casanova— dijo mi hermano, mientras sacaba una botella de agua del mini bar. —Con esos nuevos encantos, seguro que hasta los famosos te pedirán autógrafos.—

Suspiré, sabiendo que, para él, todo esto era una broma. Pero para mí, era otro capítulo surrealista en esta absurda historia de mi nueva vida.

El encuentro con mi tía fue tan surrealista como el resto de mi vida desde que me convertí en un hombre. Nos encontramos en el lobby del hotel, donde ella ya estaba hablando por teléfono, gesticulando como si estuviera orquestando la construcción de una ciudad entera. Cuando nos vio, colgó de inmediato.

—¡Ah! Así que tú debes ser... —dijo mi tía, mirándome de arriba abajo con una sonrisa curiosa—, el alumno de mi hermano. Me dijo que me ayudarías en el proyecto.

Asentí rápidamente, mientras mi hermano se aguantaba la risa.

—Sí, claro, alumno —respondí, intentando no sonar nervioso. No había manera de decirle la verdad, mi tía era una mujer que tenía absolutamente claro cuántos sobrinos tenía, y ninguno de ellos se llamaba Valerio.

—Perfecto. Necesito a alguien que me acompañe en todas las reuniones con los inversionistas y los ingenieros. Es un equipo un poco peculiar, pero tu profesor me aseguró que eres muy capaz. Ya sabes cómo es él, siempre tan confiado en su prole— dijo, dándome una palmadita en la espalda.

—Sí, muy capaz... —dije, aunque por dentro estaba tan perdido como cuando me miré al espejo esa mañana y vi a un hombre desconocido.

—No te preocupes, todo es bastante sencillo. Solo tienes que relajarte y seguirme el ritmo —me guiñó un ojo, y luego se volvió hacia mi hermano—. Y tú, bueno, podrías disfrutar un poco del hotel, supongo. Relájate, pero sin causar problemas.

Mi hermano, con esa expresión de "me las arreglo para no hacer nada", asintió como si le acabaran de dar el mejor trabajo del mundo.

Más tarde, después de "asistir" a las reuniones (básicamente asentí como un maniquí mientras los demás hablaban), nos dirigimos a la piscina para relajarnos. Mi hermano ya estaba flotando en una colchoneta, con un cóctel en la mano y una sonrisa de satisfacción que no podía ocultar. Mientras tanto, yo trataba de no parecer torpe al caminar por el borde, sintiéndome fuera de lugar.

—Oye, ¿te has dado cuenta de que te están mirando? —me susurró mi hermano, sin dejar de sonreír con picardía.

—Nos miran porque piensan que eres un idiota —respondí, intentando no prestar atención.

—No, en serio. Mira esa señora allá, con el sombrero gigante. No ha dejado de mirarte. Creo que le gustas —dijo mi hermano, conteniendo una risa.

Miré disimuladamente. Una mujer mayor, con unas gafas de sol que parecían ventanas, me observaba fijamente.

—Tal vez está confundida. A lo mejor piensa que soy alguna celebridad de incógnito —dije, tratando de sonar lógico.

—O tal vez porque con esa ropa de papá pareces sacado de un catálogo de moda para señores elegantes —se burló mi hermano.

Antes de que pudiera responder, mi tía apareció con un cóctel en la mano y gafas de sol aún más grandes que las de la señora que me miraba.

—¡Vaya, chicos! ¡Esto es vida! —exclamó, dejando su copa en la mesa antes de lanzarse al agua con una zambullida que nos dejó a todos empapados.

Mi hermano, fingiendo estar ofendido, gritó:

—¡Tía! ¡Acabas de arruinar mi zona de paz y relajación! Ahora tendré que empezar desde cero con mi meditación piscinera.

Me reí, porque en ese momento, sentí que por lo menos podía disfrutar del caos con un poco de humor. Claro, mañana tendría que volver a las reuniones y fingir que sabía lo que estaba haciendo. Pero hoy, al menos por hoy, me relajaba junto a la piscina con mi familia... y con muchas más preguntas de las que tenía respuestas.

Cambio de Suerte -COMPLETADA- GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora