Prólogo.

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En un barrio pintoresco y amplio que parecía más un pueblo, Park Jimin se embarcó en un hito importante para su vida: la esperada y soñada mudanza de la casa de sus padres.

Tener una casa propia era un objetivo que realmente le importaba, uno de esos sueños que lo acompañaban desde hacía años. Pero la realidad era otra. Apenas lograba pagar el alquiler de su nuevo apartamento, y el dinero que tenía nunca alcanzaba lo suficiente como para pensar en comprar algo más grande o estable. Sabía que esa situación no cambiaría en mucho tiempo, tal vez nunca. Incluso imaginándose en su vejez, seguía viéndose atrapado en la misma rutina de alquiler, con la casa de sus sueños siempre fuera de su alcance. Y la idea de casarse con alguien rico, una salida que podría parecer fácil para otros, no era algo que siquiera consideraba. De hecho, el odio que sentía por los hombres estaba profundamente arraigado en él, una aversión que nacía desde lo más profundo de su ser.

Park Jimin era un chico terriblemente ansioso. Estar solo por primera vez le resultaba como estar completamente desprotegido. Sentía una sensación constante de desorientación, como si no supiera hacia dónde ir ni qué hacer. A menudo, pensaba en llamar a su madre, pedirle que lo buscara para poder regresar a la seguridad de su casa, donde todo era familiar y tranquilo, especialmente cuando se acurrucaba a su lado.

Su apego a ella era evidente en todo lo que hacía, al punto de que actividades cotidianas como retirar dinero en un cajero se convertían en retos que lo abrumaban. Las filas del supermercado eran otro martirio; su cuerpo se tensaba de puro nerviosismo, temblaba, y se sentía expuesto frente a los demás. Las llamadas telefónicas eran una tortura: evitaba contestarlas a toda costa, incluso cuando se trataba de sus amigos de la universidad, con quienes prefería no hablar, aunque le insistieran.

Había prometido a sus padres que saldría adelante, y eso implicaba que debía abandonar su zona de confort rápidamente. Se dio la pequeña tarea de presentarse a su vecino del frente, con la esperanza de forjar una relación cordial con alguien del edificio. Sus padres eran del tipo que se detenían a charlar con todo el mundo en la calle, mientras él esperaba inmóvil, deseando que la conversación terminara. Aunque él no era una mariposa social, estaba dispuesto a aparentarlo. Tenía un carácter alegre y tranquilo, sin buscar conflictos a menos que algo lo sacara de quicio.

Determinado a romper el hielo y causar una buena impresión, Jimin decidió que ese sería el día perfecto para presentarse a su vecino. Siempre había sido un fanático de la repostería, y ¿qué mejor manera de ganarse el corazón de los demás que con galletas caseras? El aroma de los productos recién horneados flotaba en su apartamento mientras mezclaba y medía cuidadosamente los ingredientes, moviendo sus manos con una facilidad practicada que contradecía su verdadera pasión: escribir.

Jimin era un escritor poco conocido, que a menudo se perdía en los reinos de su imaginación, donde la fantasía y la realidad se confundían. Sus historias estaban llenas de mundos mágicos, misiones atrevidas y personajes que parecían saltar de la página. Sin embargo, a pesar de su amor por la escritura, Jimin se encontraba constantemente distraído por varios pasatiempos e intereses que no tenían nada que ver con su oficio. Era un manitas, siempre ansioso por probar cosas nuevas, ya fuera jardinería, pintura o incluso aprender un nuevo idioma.

Mientras las galletas se enfriaban en la rejilla, la mente de Jimin se distrajo con su último proyecto de escritura: una novela de fantasía en la que el protagonista, un joven con poderes de fuego, se adentraba en un mundo de magia antigua y peligros ocultos. La historia todavía estaba en pañales, pero el entusiasmo de Jimin por ella no tenía límites. Sin embargo, allí estaba, horneando galletas en lugar de escribir su manuscrito.

Jimin llamó a la puerta del vecino del frente, y tras unos minutos de espera, finalmente le abrieron. Sus ojos se abrieron un poco más al encontrarse con un hombre alto y atractivo, que llevaba gafas de lectura y sostenía un libro en la mano. Sus ojos, grandes y expresivos, eran de un tono profundo y redondeado, evocando la delicadeza de una aceituna. La línea de su mandíbula era a la vez firme y suave, perfilando una piel tersa y casi impecable que brillaba bajo la luz tenue. Los labios, adornados con un piercing que los atravesaba, ofrecían un toque de rebeldía sutil, contrastando con la serenidad de su mirada.

ORQUÍDEA DE VENAS AZULES ラン KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora