"Deuda"

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Llegó a acostarse en su pequeña cama. Una capa de polvo cubría todo el lugar y el sabía que debía limpiarlo, pero no tenía ni el tiempo ni las ganas para hacerlo. Aprovecharía el dormir estas dos horas libres, para reponerse y empezar su próximo trabajo. Colocó la alarma y durmió entre saltos y sustos, cada sonido le erizaba el bello, sabía que en aquel lugar no estaba a salvo, los cobradores podían venir en cualquier momento y eso le aterrorizaba. La última vez que vinieron a hacerle una “visita” sufrió contusiones que le tuvieron vomitando sangre un par de días. El les prometía el dinero a tiempo pero sabía que era una falsa promesa. Sus trabajos no le alcanzaban a penas y para sobrevivir. Y sabía que no podía encontrar un trabajo de su profesión, gracias a cierto director que quiso sobrepasarse con él. Por lo menos le consolaba saber que la patada que le dio en los huevos la iba a recordar hasta el fin de sus días, maldecía a aquel moreno que le impidió encontrar nuevos trabajos en hospitales cercanos, ¿Es qué estaba maldito?. Su suerte siempre había sido paupérrima, sus padres murieron a edad temprana, dejándolo con muchas deudas. Solo su hermana se mantuvo a su lado en las buenas y malas y ella, cayó con una grave enfermedad en el hospital, que además, debía pagar. Le habían informado que el tratamiento convencional no había servido por lo que podían tratar con uno experimental, pero que costaba el doble y que él no podía permitirse pagar. Pero que al ver aquella sonrisa que tanto amaba, sus cabellos rubios traslúcidos, su piel pálida como las paredes, dándole ánimo y cuidándolo a distancia, no pudo rendirse y negarle aquella oportunidad, no podía dejarla a su suerte y accedió, viéndose en vuelto en más deudas, apretando aún más la cuerda a su cuello. De pronto recibió una llamada, era de un gimnasio que quedaba al otro extremo de la ciudad, se habían puesto en contacto con el porque uno de sus talentos estrellas necesitaba urgente un fisioterapeuta. El se sorprendió del que le contactasen, ¿De dónde habrían sacado su número?, ¿De verdad aquella publicidad que pagó hace un tiempo había servido?, pidió un poco de información del paciente y resultó ser el esgrimista numero uno de aquel momento y eso le sorprendió aún más. Sin pensarlo, tomó sus cosas y se dirigió corriendo al gimnasio. Se encontró con un lugar de una pulcritud impresionante, lleno de detalles dorados y en rojo, que resaltaban la belleza del lugar. Se topó con la entrenadora, una castaña de porte elegante y ojos color ónix.

-Lo siento por llamarte tan de repente, pero es que no tenemos fisioterapeuta y Alastor necesita un masaje, tiene contracturas musculares—el rubio asintió—¿Tú nombre es Anthony, verdad?—

-Si un gusto en conocerlos, daré lo mejor de mi—estaba nervioso, no podía evitarlo. Era su primer trabajo como fisioterapeuta después del incidente del hospital. Se dirigió al cuarto con camilla ya instalada y ahí vio al moreno, con la espalda descubierta, con los músculos bien marcados, sobándose el cuello, se le veía tenso. Cuando giro su rostro y lo miro directamente, pudo apreciar sus fuertes ojos de color carmín.

-¿Tú eres el nuevo fisioterapeuta?—el rubio asintió presentándose—bien, necesito un masaje, tengo una contractura aquí y aquí, mis músculos están tensos por entrenar, necesito relajación—su voz era clara, con buena dicción y profundidad. Eso le hizo estremecer. Se lavó las manos y se preparo para masajearlo. Podía sentir como palpitaba aquella piel canela bajo suyo, cada músculo tenía vida propia, podía sentir la tensión y los puntos dolorosos que se iban soltando a medida que iba masajeando. Cuando llegó al cuádriceps se enrojeció al sentir el gran bulto que se ocultaba debajo de los pantalones, procuro no verlo y seguir con el masaje sin dilaciones. Alastor lo observaba con una sonrisa, no se le escapó el detalle de la mirada furtiva ni las manos temblorosas y nerviosas. Cuando terminaron se despidieron y el profesional de salud se fue.

-¿Anthony, no?—dijo para sus adentros sonriendo aún más amplio. El rubio volvió a su rutina, durante unos días no tuvo más noticias de aquel gimnasio y se sintió decepcionado. Pensó que había hecho un buen trabajo, pero quizás no estaba echo para aquella profesión y ese imbécil del hospital tenía razón, quizás debería renunciar a ser fisioterapeuta y dedicarse a la prostitución. (Así ganaría más dinero, pensó). Pronto una llamada interrumpió el hilo de sus pensamientos.

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