Capítulo 4

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"Sueño roto"


Allem estaba frente a una mesa, con un muñeco médico como testigo silencioso. Su mirada desenfocada revelaba su sufrimiento, un maestro lo animaba, intentando calmar su evidente angustia. Su rostro reflejaba lo horrorizado que se encontraba, su pecho agitado que subía y bajaba con extrema dificultad revelaba un ataque de ansiedad. Era evidente que Allem trataba de luchar con un tormento personal tan grande que incluso, llegaba a alterarlo así. Me preocupé y sentí curiosidad por saber qué lo había llevado hasta ese estado. Quería entrar y acercarme a él para ofrecerle apoyo. Justo cuando iba a hacerlo, Allem alzó la mirada y nuestros ojos se encontraron. Me sentí atrapada en su desesperación, pero su expresión comenzó a suavizarse, me di cuenta de que cuando nuestros ojos se encontraron, algo en él se calmó, y supe que estaba allí para ayudarlo. Él volvió a mirar al muñeco médico; enfrentándose a el como recordatorio de su objetivo.

—Tranquilo, Allem. Eso fue suficiente por hoy —dijo el hombre mayor que se encontraba con él.

Minutos después, Allem se separó de la mesa de prácticas, visualmente más tranquilo. El maestro le dio unas palmadas en la espalda, en un gesto de apoyo. Con la mayor discreción que pude me retiré de la puerta y esperé, consultando mi reloj una vez más: 3:37.
Allem salió de el aula, y su mirada encontró la mía. Me dedicó una sonrisa triste, forzada, que me partió el corazón. Quería preguntarle si estaba bien, pero no quería presionarlo, así que me limité a sonreír, intentando aliviar su pesar. Apreté mi puño, conteniendo mi preocupación.

—Vamos, lamento hacerte esperar, Vanessa —dijo con una voz llena de pesar.

Ambos caminamos en silencio, como si las palabras se hubieran perdido en el aire. Yo intenté romper el silencio varias veces, pero las palabras se atascaban en mi garganta.

—¿Te encuentras bien? —finalmente pregunté, armándome de valor.

Allem suspiró y desvió la mirada, evitando mis ojos.

—Lo lamento, no quería incomodarte. No estás obligado a responder —dije con un tono lleno de arrepentimiento.

—Jamás lo harías —respondió él, y su voz se suavizó—. Lamento que hayas tenido que ver eso, pero por otro lado, me alegra que hayas estado ahí.

Agregó, y su mirada se encontró con la mía, llena de gratitud y vulnerabilidad.

Sonreí, y mi corazón se calentó al saber que mi presencia había significado algo para él. Pero Allem no parecía compartir mi alegría. Volvió a suspirar, y su mirada se perdió en el vacio, como si buscara respuestas que jamás llegarían. Sus manos se movieron con nerviosismo, como si buscaran algo que agarrar, algo que lo mantuviera anclado en la realidad.

—Sabes... —comenzó a decir, su voz titubeante, como si cada palabra pesara toneladas—. Mi padre murió hace algunos años —hizo una pausa, y su garganta se movió como si tragara saliva, como si intentara contener la emoción que amenazaba con desbordar.

Él se detuvo a unos cuantos pasos del estacionamiento de la Universidad que solo estaba ocupado por unos cuantos carros, yo me detuve frente a él.

—Murió por mi culpa —agregó, y su voz finalmente se quebró, como si la culpa y el dolor fueran demasiado para soportar—. Estudiaba medicina, acababa de empezar mis prácticas. Estaba tan feliz, y mi padre estaba orgulloso de mí —su mirada se perdió en el pasado, y su voz se convirtió en un susurro, como si recordara momentos felices que nunca volverían.

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