Capítulo 6

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"Una pequeña esperanza"

—Vanessa.. —musitó Allem con una voz suave y cargada de emoción, como si pronunciar mi nombre fuera algo difícil.

Me detuve en seco, mi corazón latiendo con anticipación. Allem también se detuvo. Lo miré de reojo, mi enojo y confusión bailando en mi mente como una danza tormentosa.
Sin darme cuenta, apreté su muñeca con fuerza, pero tan pronto me di cuenta la solté. Me giré hacia él con una mezcla de preocupación y irritación, nuestros ojos se encontraron en un momento de tensión.

—Lo siento —susurré, con mi voz llena de lamento—. ¿Te lastimé?

Allem sonrió con tranquilidad y negó con la cabeza. Su mirada se desvió hacia atrás, como si recordara algo, y luego se aclaró la garganta.

—¿Qué pasa, Vanessa? Si tienes algún problema, puedes contarme —dijo, su voz llena de sinceridad.

—No es nada importante —respondí, evitando su mirada.

—Vanessa... —insistió, con su voz suave pero persistente.

Y de repente, recordé por qué estaba molesta con él. La memoria me golpeó como un rayo.

—¿Es cierto que buscas a una persona? —pregunté, mi voz llena de curiosidad y con un toque de enojo.

—Antes... ahora ya no —respondió después de una pausa, su voz llena de nerviosismo.

—¿Por qué?

—Porque ya encontré a esa persona que buscaba —dijo con alivio, su mirada encontrando la mía.

Mi cabeza se llenó de preguntas, pero no hice ninguna de ellas, el silencio que siguió fue incómodo, como un abismo entre nosotros.

—Vamos, te llevaré a tu casa —dijo Allem, rompiendo el silencio.

Asentí, mordiendo mi labio inferior. Caminamos hacia el estacionamiento en silencio, la tensión entre nosotros palpable. Allem me abrió la puerta del auto, entré y luego entró él al vehículo. Lo encendió, pero no lo arrancó. Se giró hacia mí, su mirada intensa.

—Vanessa, yo... —comenzó a decir.

—¿No tienes prácticas en el hospital hoy? —lo interrumpí, necesitando distraerme de la emoción que crecía en mi pecho.

Allem se sorprendió, negó con la cabeza y arrancó el auto. Su celular comenzó a sonar, y yo supuse que era importante.

—¿No vas a responder? —pregunté.

Él negó con la cabeza, su mirada fija en la carretera.

—Parece importante —insistí.

—No lo es —respondió con una sonrisa—. ¿Por qué estás estudiando derecho?

—Porque según mi padre, es lo que te da más dinero —suspiré, recordando las palabras de mi padre.

—¿No se supone que debías elegir lo que tú quieres?

—No era buena en lo que quiero —me encogí de hombros—. ¿Y tú por qué elegiste ser doctor?

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