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Ace despertó emocionado por el día que tendría, ayer había decidido que si estaría aquí, entonces ayudaría a todos. Todavía estaba envuelto en los brazos de Marco, quien lo mantenía apretado como si fuera a desaparecer. El rubio, aferrado a su pareja como un gato, enterraba su rostro en la nuca de Ace, respirando su cálido aroma a piña y frutos rojos. Ace intentó moverse, pero Marco, en su estado medio dormido, solo lo apretó más, inhalando su suave aroma con una sonrisa adormilada.

—Aún no sale el sol, mi amor— susurró Marco con su voz ronca y dulce, que siempre hacía que Ace sintiera un cosquilleo en el estómago. —¿A dónde vas, panecito?

—Decidí que hoy ayudaré a preparar el desayuno— respondió Ace con un brillo en sus ojos. —Quiero conocer más a todos, integrarme mejor—.

Marco soltó un leve gruñido, reacio a dejarlo ir. —Tus deseos siempre serán mi prioridad, pero no quiero que te agotes. Déjame cuidarte, bebé. Quiero adorarte más—.

Ace soltó una risita. Sabía que Marco siempre ponía su bienestar por encima de todo, pero él también quería aportar, demostrar su valor. —Vamos, amor. Déjame ser parte de todo esto— insistió, acariciando el cabello del fénix con cariño.

Suspirando en derrota, Marco aflojó el abrazo, pero no sin dejarle una última condición. —Está bien— cedió con un tono protector, —pero esta noche, tendrás que dejarme mimarte todo lo que quiera antes de dormir—.
Ace soltó una risita, aceptando la condición de su pareja, dándole un beso en la frente para desearle un buen día.

Sabía que no todos confiaban en él al ser Omega, pero estaba decidido a demostrarles que era más que capaz.

Camino alegre por los pasillos, al llegar a la cocina, todos lo miraron con sorpresa. No esperaban ver al omega de Marco ofreciendo su ayuda, y mucho menos con una sonrisa tan entusiasta. Con un delantal bien atado y la determinación en sus ojos, Ace se puso a batir la masa del pan.

Todo iba bien hasta que, sin previo aviso, su narcolepsia lo venció. Se desplomó sobre la mesa de trabajo, volcando un poco de harina sobre Luca, quien lo miró sorprendido al despertar. Ace se sonrojó de inmediato, avergonzado por el accidente, y comenzó a disculparse torpemente.

—¡Lo siento tanto! No fue mi intención— dijo Ace, con la voz temblorosa por la culpa y unos ojitos demasiado tristes, tratando inútilmente de limpiar la harina con sus manitas.

Pero Luca simplemente soltó una risa, deteniendolo,  —No te preocupes, pecoso, ¡esto solo le da más sabor al desayuno!—. En un instante, la cocina entera se convirtió en una lluvia de harina, con Thatch lanzando puñados al aire y todos participando en el caos. Ace, aún un poco desconcertado, se relajó al ver las sonrisas y las bromas que lo rodeaban.

—Vamos, Ace, relájate. ¡Es solo harina!— bromeó Thatch, lanzándole un puñado más.

El ambiente es tan cálido y relajado que parece más una reunión familiar que un barco pirata. Ace se siente completamente en casa.

Entre risas, uno de los cocineros, Plane, se acercó a Barbablanca con una sonrisa infantil en su rostro.

—Papá, ¿puedes hacerme un sándwich?— preguntó con tono juguetón.

Shirohige sonrió ampliamente, levantando un dedo como si fuera una varita mágica. —Abracadabra, eres un sándwich—, dijo antes de tocar cariñosamente la cabeza de Plane. La cocina estalló en risas, y Ace, mirando a su alrededor, no pudo evitar sentir que estaba exactamente donde debía estar. Este era su hogar.

Cuando las agujas del reloj marcan las ocho de la mañana, Ace sale de la cocina junto a varios de los demás miembros, charlando amistosamente mientras cada uno se dirige a sus respectivos camarotes. El pecoso se siente emocionado por el nuevo día, agradecido por el cariño que ha encontrado entre la tripulación.

Mi lindo Omega ❤️‍🔥 Mi dulce AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora