Capítulo 4

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Tutor siguió las sombras por largos pasillos, descendiendo cada vez más profundamente en el infierno. Contrariamente a lo que la gente pensaba, no había llamas por todos lados provocando un calor insoportable. Hacía frío. O tal vez, solo era Tutor quien sentía su corazón congelándose con cada piso que bajaban.

Las sombras se detuvieron frente a una puerta blanca, que abrieron lentamente y desaparecieron. Tutor soltó un suspiro y entró a la habitación. Todo a su alrededor era blanco, desde las paredes hasta los muebles. Al centro de todo había una cama con sábanas blancas también, pero no estaban limpias.

Debajo de las sábanas había un bulto que no se movía y era el culpable de esas enormes manchas de sangre que contrastaban de manera horrible con todo alrededor. La escena era macabra y Tutor sintió un escalofrío recorrer su espalda. 

El mensajero corrió lo más rápido que pudo, pero aún así sintió que iba demasiado lento. Cayó de rodillas a un lado de la cama y solo ahí se permitió llorar, desahogando toda la angustia y el dolor que había estado conteniendo. 

—Lo siento, lo siento, perdóname por todo...— Tutor no dejaba de repetir esas palabras, sentía que todo era su culpa. Tal vez si no hubiera hecho las cosas como las hizo, si su curiosidad no le hubiera ganado ese día... Tal vez todo sería diferente.

El peso de la culpa y el remordimiento era abrumador y Tutor sintió que se ahogaba en sus propias lágrimas. Pero entonces, una voz débil susurró su nombre y lo hizo detener sus pensamientos. No sabía si era correcto o debía darle su espacio, pero no pudo evitar buscar la manera de destapar el rostro de quién se encontraba debajo de las sábanas.

Y cuando lo hizo, su corazón ya roto se convirtió en polvo. Yim estaba tan pálido y delgado que sentía que podía romperlo con solo verlo. Debajo de sus vacíos y rojizos ojos cafés había bolsas enormes de tonalidades moradas y sus labios estaban secos y partidos por falta de agua. —Ya estoy aquí, ángel— dijo Tutor, intentando contener su emoción.

Yim negó con la cabeza y su voz fue apenas un susurro. —Ya no soy un ángel —el menor sentía su garganta quemando con cada palabra que salía de su reseca boca. Y no era para menos, llevaba mucho tiempo sin hablar.

Cuando Yim había sido mandado al infierno se la había pasado gritando y llorando por años. El problema era que lo hacía en idioma celestial, por lo que Lucifer lo había mandado ahí abajo para que no lastimara a los demonios con sus gritos. Desde el primer día de su llegada había sido rodeado con cuidados que sentía que no merecía. Sus heridas no dejaban de sangrar porque el mismo ángel las abría una y otra vez por lo que Lucifer buscó a alguien para que todos los días bajará a limpiarle las heridas y tratara de alimentarlo o que mínimo tomara agua, pero todo lo que le ofrecían casi siempre volvía intacto.

El día que por fin dejó de llorar, el mismo Lucifer había bajado para llevarlo consigo a otra habitación, pero él se había negado. No quería ver, oír o hablar con nadie más. Todos los días, Tommy, el caído que Lucifer escogió para cuidarlo, intentaba conversar con él, pero no recibía más que movimientos de cabeza. Cuando el dolor de sus heridas era insoportable, Lucifer bajaba y lo aliviaba con un toque, pero nunca cruzaban palabras.

Quizá el que había tenido más éxito en hablar con él era Astaroth. Él bajaba una vez por semana para verlo. Le contaba cómo iban las cosas en el infierno y esperaba pacientemente a que él hiciera la pregunta de siempre: "¿Has visto a Tutor?" o "¿Cómo está él?" Astaroth no tenía problemas en contarle lo poco que hablaba con Tutor, aunque casi siempre eran insultos, le contaba todo. Pero Yim nunca se atrevía a decirle que quería verlo. No quería que Tutor bajara al infierno con el riesgo de que no quisiera regresar a la tierra después solo por estar con él.

La redención de Lucifer ZeeNuNewDonde viven las historias. Descúbrelo ahora