Capítulo 11

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Candy corrió, una vez más corrió temiendo un nuevo desencuentro. Su corazón latiendo con fuerza, temiendo no llegar a tiempo. Minutos antes había salido desesperada de su habitación en dirección a la calle para tomar un taxi que la llevara hasta la estación Charing Cross, en donde Alan seguramente estaba a punto de abordar el tren que lo llevaría al puerto en el canal de la Mancha.

No podía ocurrirle de nuevo, otra vez la vida estaba marcando su propio ritmo, dejándola fuera de la línea. Las lágrimas nublaban su visión, mientras estaba sentada en la parte trasera del auto que la llevaba en medio del pesado tráfico londinense en una ansiosa carrera por llegar antes de que el tren de Alan partiera y poder decirle un hasta luego.

—¿Puede ir más rápido por favor?

—Hago lo que puedo señorita, pero ya ve como está el tráfico a esta hora —le dijo el chofer en tono amable. —Tranquilícese estoy seguro de que llegará a tiempo.

Candy cerró los ojos afligida, los recuerdos la envolvieron como un velo angustiante, ya había estado en un coche en una misma carrera opresiva, casi enloquecedora para llegar al puerto de Southampton la noche en la que Terry abandonó el San Pablo, también había estado en un coche a punto de perderse la función cuando Terry fue con su compañía a Chicago para presentar el Rey Lear, una ocasión en la que pasaron horas buscándose sin poder coincidir, y había corrido al día siguiente a la estación para verlo antes de partir y apenas logró verlo en la distancia sobre el tren en movimiento. Ella había estado en medio de un juego repetitivo de desencuentros con Terry, y todo parecía repetirse en esos intensos y largos minutos de camino a Charing Cross.

—Estamos a punto de llegar... —apenas pudo escuchar —ve allí está la Cruz de Charing —dijo el hombre que empático podía comprender la angustia de su pasajera.

Candy no esperó más, sacó unos billetes de su bolsillo y se los dio al hombre, sin esperar el cambio bajó apresurada y volvió a correr. El lugar estaba lleno de soldados británicos y de otras nacionalidades, desde el inicio de la guerra, se había convertido en un punto de encuentro y despedidas. Era una verdadera encrucijada de emociones, allí se conjugaban la esperanza, y el orgullo, el temor y la tristeza.

El sonido de los trenes resonaba, mezclándose con el murmullo de la multitud y los silbatos que anunciaban la partida. Candy ni siquiera sabía desde cual plataforma partiría el tren de Alan, y lo único que le quedaba era volver a correr contra el tiempo, contra las personas que pesadas se tropezaban a su andar, mientras el viento helado y cortante despeinaba su cabello y las lágrimas corrían por sus mejillas. Había tantos soldados como madres, hermanas, amigos, novias, esposas, todos diciendo adiós.

Candy gritó su nombre, pero el ruido de la estación ahogaba su voz, desesperada se abrió paso entre la multitud, empujando y pidiendo disculpas, hasta que finalmente vio a un hombre tan alto como Alan, sus ojos volvieron a iluminarse.

Un silbato volvió a sonar, indicaba que un tren estaba a punto de partir. Ella se sobresaltó y se dio cuenta de que si no se apresuraba perdería la oportunidad de verlo. Corrió de nuevo con la certeza de que era él, no perdió de vista sus movimientos, él entregaba unas maletas a un hombre más joven, un soldado... estaba listo para subir. En un movimiento rápido de su cabeza, Alan la vio y sus ojos se llenaron de sorpresa, cada paso los acercaba más y Candy finalmente se lanzó a sus brazos, sintiendo el calor de su cuerpo y el latido de su corazón.

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