Capítulo 7: Como el oro bajo la luz

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No le gustaba el vestido. Era horrible.

Ese fue su primer pensamiento sobre la cosa que llevaba puesta apenas pudo mirarse mejor en uno de los preciosos espejos de marcos y arabescos de plata en la mansión de Baleztena. Aunque ya el auge del otoño coloreaba las hojas y los vientos fríos las llevaban consigo, le pareció que las mangas abullonadas y el cuello de encaje le picaban y acaloraban.

Tiró un poco del cuello, intentando que no le molestara tanto, cuando la voz de la señorita Caela la alertó desde el corredor.

La hija del duque de Baleztena apareció de entre los pasillos con paso presuntuoso e histriónicos ademanes, aunque estaba en el debut de su juventud, floreando en sus quince años, apenas tres años más que Arabella, esta pensaba que ya Caela era tan arrogante y aversa como lo era cualquiera de su familia.

Como un pájaro raro y salvaje que se pavoneaba por doquier, la comparó Arabella, pero de esos a los que cualquiera le habría querido atar el pico de tanto parlotear.

—¿Qué esperas? —la miró con amargura una vez estuvo frente a ella— Aparátate ya del espejo.

Arabella obedeció, dando un paso atrás y mirando sin interés a la niña que se acomodaba el vestido, mucho más elaborado y encantador que el suyo. No le importó, pensó que mientras más encajes y joyas, más incómodo debería ser.

Contrario al pasillo por el que Caela había llegado, se asomó al salón Ledia de Baleztena, cuyas apariencias, al contrario de su hija, destacaban más pétreas y severas.

—Arabella. —llamó.

Arabella se volvió hacia ella y asintió, entrelazando sus manos en frente.

—¿Si, duquesa?

—Entiendo que se trate de tu primera vez dentro del palacio, sin embargo, debo recordarte que tienes, de entre todas, la edad más cercana a Caela, por lo que tu presencia es únicamente para hacerle compañía. —su mirada severa recayó sobre ella mientras le hablaba— No te distraigas y no te equivoques.

—Entiendo, mi señora.

Asintió hacia la duquesa y la mujer se conformó con adelantarse a pasos tranquilo hasta el lado de su hija, corrigiendo un desperfecto que Arabella creyó inexistente en el cabello de Caela. Sin embargo, se dio la vuelta hacia Arabella una última vez.

—Además, procura no acercarte a nadie que no sea de esta casa, incluso la pareja real estará en el baile. Sería... desafortunado si molestases de alguna manera.

***

El tintinear de las copas reinaba en el gran salón del palacio, las luces rosas del atardecer se reflejan en las copas que desfilaban elegantemente en las mesas y los suelos dorados del palacio a la luz de la tarde parecían de bronce.

La mayoría de las conversaciones a su alrededor no las entendió, y procuró también mantenerse alejada de ellas. El incómodo vestido blanco de tiesos encajes le molestaba ahora más que antes y se preguntó si a los nobles les entretenían charlas en las que moderaban la risa y evitaban miradas hipócritas.

Hacía alrededor de una hora que había escuchado que el heraldo anunciaba a la pareja real, volviendo todo un entresijo de personas que se arremolinaban alrededor de las puertas de la entrada para verlos. Arabella no pudo estar en un lugar desde donde pudiera mirarlos, desde esos lugares donde todos pronunciaban dulces sofismas para agradar al rey.

Ella debió esperar atrás, desde donde se escucharon, entre voces y con parsimonias, las palabras amargas y sardónicas de quienes también lo habrían alabado falsamente de haber podido.

Erenel: Bajo el mandato del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora