Capítulo 8: El día que te encontré

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Como intentar robar dulces en el mercado, igual de inútil era buscar en los libros algún noble bajo el nombre de Ive.

Después de una semana de tomar algunos libros a escondidas en la mansión, había decidido resignarse, devolverlos todos y llegar a una conclusión que la mantenía algo inquieta. Aquel joven seguramente había estado jugando con ella.

Era un noble, sin lugar a dudas, pero quizás uno que también veía divertido jugar con quienes eran inferiores a él. El broche seguro representaba eso, el oro no debía valer tanto para él y más valor habría tenido entregárselo a una niña junto a palabras que no cumpliría jamás.

A pesar de eso, no pudo deshacerse de él y lo mantuvo colgando de su cuello, oculto.

Pese a su conclusión, siguió dándole vueltas a los hechos incluso mientras hacía sus tareas.

Esperó pacientemente a que una de las doncellas de la cocina preparara la bandeja de aperitivos que debía llevar al duque. Normalmente las doncellas más jóvenes no servían directamente, pero habiendo sido algunas apartadas de la familia debido a un insignificante resfriado, había recaído aquel peso sobre ella. Servir al duque no le gustaba, aunque tampoco podía oponerse. Por un breve momento deseó ser aislada también, como un animal plagado.

Cuando la doncella le hubo entregado la bandeja, salió de la cocina, se dirigió al salón y aventuró por los corredores hasta acercarse a las puertas del despacho. Al acercarse, cuando la enorme puerta de roble se alzaba sobre ella, de madera perfectamente tallada en intrincados diseños que se entrelazaban en patrones sinuosos y elegantes, la recibieron los murmullos y voces de los invitados del duque al otro lado.

—...las relaciones con Lars marchan bien, de seguir así, se dice que dentro de poco el mismo Ireno de Lars visitará Blackheart. —reconoció la voz del duque al otro lado de la puerta.

—¿En verdad cree que su majestad dejará pasar a Ireno? —habló otro hombre— Después de todo, Lars es el único reino capaz de rivalizar con él.

—Pero seguramente ya no se echará hacia atrás. Ese muchacho podrá ser joven, pero seguro que ha sacado de su padre la mala sangre. —respondió una voz más anciana— Aunque afirme que decidió la paz con Lars, ninguno de ustedes puede asegurar que así sea.

El mismo hombre de antes de respondió al anciano.

—Derrocó al rey anterior y abolió cada injuria que este hubiese puesto sobre Blackheart. Bajó los impuestos e incluso arropó a los plebeyos. —aseguró— No parece estar fingiendo sobre los llamados a la paz.

Arabella se preguntó exactamente a que plebeyos el rey habría arropado, porque ella seguía pasando en las noches el mismo frío. Se preguntó si era sólo una de tantas metáforas utilizadas por los adultos o si, en realidad, aquella culpa la tenía sólo el duque.

Sacudió la cabeza y sujetó mejor la bandeja con una de sus manos. Pero, aunque ya estaba dispuesta a dejar de escuchar y llamar a la puerta, al colocar la mano sobre el aldabón, escuchó los pasos resonantes en los pasillos y, al volverse, miró a una de las doncellas apresurarse hacia ella.

Arabella dio un paso atrás y bajó la cabeza, temiendo ser reprendida por escuchar a escondidas. A pesar de eso, la mujer ni siquiera la miró y se apresuró a tocar por sí misma las puertas del despacho, de prisa y agitada.

Los hombres en el interior callaron y pasó un momento antes de que el mismo Tade Baleztena abriese la puerta, con rostro indiferente.

—¿Qué es lo que pasa?

—Alteza. —la doncella se inclinó y volvió a levantar de prisa— Su majestad está aquí.

Aunque lo que parecía ser una gran noticia se anunciaba frente a sus ojos, Arabella no sintió más peso en su cuerpo que el del broche que colgaba de su cuello. Parpadeó con normalidad mientras miraba la cara perpleja del duque.

Erenel: Bajo el mandato del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora