Arabella miró desaparecer el pequeño broche, igual que las caso imperceptibles cicatrices de su pecho y en sus brazos, apenas Annette le ajustó la parte delantera del vestido para luego pasarle por detrás, buscando anudar el lazo. Hizo el intento de acomodarse a tientas el cuello de encaje, aunque no tardó en convencerse de que, aunque lo intentase, seguiría siendo un desastre.
Miró hacia la ventana, el sol que se ponía más allá de las rejas señalaba la hermosa oquedad carmesí del cielo. Era aquel el atardecer de Blackheart, el cual siempre fue conocido por las grandes extensiones de cielo rojo sangriento, que bañaba y revestía las calles de un duro manto escarlata.
Cuando sintió el lazo que se le ajustaba en la cintura, decidió hablar.
—No es necesario que hagas esto... —se dio la vuelta cuando Annette hubo terminado con el lazo.
Sentía que había quedado algo movido, pero ante la enorme sonrisa de la niña, no se vio en capacidad de mencionarlo.
—No tiene que preocuparse. Sabe que lord Aldric me pidió ayudarla. —la niña miraba con suavidad— Además, no tengo ningún problema al hacerlo.
Arabella miró más allá de la niña, su mirada puesta sobre un banco de madera donde reposaba el grueso abrigo del primer oficial, con el emblema reluciente del zorro en medio de espadas, el emblema de Blackheart.
Su recuerdo volvía al momento en que sus propios ojos vacilantes de posaron sobre la mirada pasmada de Aldric, quien tras parpadear se había apresurado a ponerla de pie y envolverla en el abrigo de su uniforme.
Luego de sacarla de aquella habitación, había ordenado que se le quitase el uniforme, por eso Annette le había ayudado a colocárselo. No era particularmente bonito, era de un amarillo opaco y con unas mangas de encaje que le picaban un poco en la piel. Debía ser un poco viejo, de otra de las criadas, quizá.
—Será mejor que nos demos prisa, el Capitán debe estarla esperando. —escuchó la voz de Annette, sacándola de sus pensamientos.
—¿Eh?
—Lord Aldric me pidió que la llevase con él después de cambiarse.
Arabella se removió inquieta tras la mención de volver a ver al oficial, no sabía si era vergüenza o inquietud lo que le atacaba los nervios al pensar en la misma mirada verde y tranquila puesta sobre ella una vez más.
Asintió, previendo que no tendría opción.
Se movió hacia el banco donde reposaba el abrigo del Capitán. Era algo pesado, pero lo dobló con cuidado y se lo tendió a Annette.
—¿Podrías, por favor, guardarme esto? —pidió— Me gustaría lavarlo antes de regresarlo.
—Por supuesto. —la niña lo tomó y lo dejó en una repisa— Lo dejaré aquí por ahora. Le prometo que me encargaré bien de él cuando vuelva de dejarla con Lord Aldric.
Siguió a la niña hasta fuera de los vestidores de la servidumbre y luego en silencio por los corredores, dejaron atrás lo que Arabella conocía como el pabellón oeste y se adentraron una torre del palacio que no conocía. Esta era mucho más arreglada, las paredes se volvían de yeso y ya no eran de piedra, los suelos eran lisos y de mármol como lo era en la sala de audiencias a la que había llegado el primer día.
—Esto... ¿Qué parte del palacio es? —se atrevió a preguntarle a Annette, curiosa.
—Estamos en el pabellón sur... —la pequeña doncella parecía vacilar y Arabella notó que mantenía las manos firmemente unidas frente a ella— Es lo que se conoce como el ala blanca. Se trata de un espacio de descanso, aunque algo alejado de las estancias reales.
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Erenel: Bajo el mandato del rey
Ficção Histórica(...) pero enamorarse no significa amar. Uno puede enamorarse aun odiando. -Dostoyevski El día en que Arabella cumplió veinte años, el rey envió a veinte personas a la horca. Así habían sido cada unas de las órdenes de Erenel IV de Blackheart desde...