Había alguien en la alcoba de Arlo Lehanne, concretamente en su sala de baño.
Sentía su presencia. Olía su miedo.
Aquel aroma se había colado bajo su piel después de haber estado la víspera y aquel mismo día rodeado de las Cosechas. Soportar aquellas largas horas conviviendo con aquel tufo y el ambiente demasiado cargado lo había dejado exhausto.
No había podido ocultar su cojera de camino a su habitación. Una suerte que solo estuviesen sus guardias personales como testigos. Habían visto cosas peores.
Deseaba regresar a Reino Rojo, quería encerrarse en sus dependencias durante dos días enteros.
Pero todavía quedaba un día de Cosecha; la subasta de los humanos. Todavía debía soportar aquellas dolorosas punzadas en sus músculos, el fuerte dolor en sus tímpanos cuando gritaban antes de ser arrojadas al Hoyo. Aquel hediondo olor impregnándose en su piel.
En cuanto la subasta de las esencias ideales había terminado, Arlo había desaparecido del lugar casi de inmediato, ansioso por llegar a la alcoba del Coliseo de los Dioses que había estado utilizando las últimas dos noches para relajarse con un baño de agua fría. Ayudaba a sus músculos a destensarse.
Pero parecía que ni siquiera eso podría tener.
No estaba de humor para aguantar a nadie. Mucho menos a un idiota que se había atrevido a colarse en su alcoba.
Se desabrochó los primeros botones de su camisa rojo cereza e hizo rotar sus hombros, intentando deshacerse de un poco de la tensión que tenía sus músculos agarrotados. Sentía la ropa demasiado apretada.
Se acercó a la sala de baño y abrió la puerta, el vapor húmedo y cálido del agua caliente de la bañera en medio de la sala lo golpeó de lleno.
Las últimas dos noches había tenido un baño preparado en cuanto había entrado a aquella habitación, hoy no era la excepción. Pero esta vez la bañera ovalada de cerámica y soportes de oro estaba ocupada por alguien más. Por una mujer que le daba la espalda.
Escuchó los pasos de Arlo acercarse, pero a pesar de que aquel olor agrio, el del miedo, se acentuó, no miró sobre su hombro. La escuchó soltar un suspiro tembloroso.
—Ha llegado demasiado pronto, majestad—murmuró, su voz era femenina y joven, pero había un ligero temblor en ella—. No me ha dado tiempo a bañarme.
El rey se detuvo a unos pasos de la bañera, se cruzó de brazos.
—¿Qué haces aquí, princesa? —preguntó sin molestarse en sonar amable.
Ricca Barnnes, la princesa heredera de Reino Verde, giró la cabeza para mirarlo por encima de su hombro, una pequeña sonrisa afable en sus labios.
Era joven, apenas tenía quince años. Su rostro redondo y dorado enmarcaban facciones suaves junto a unos ojos ámbares que brillaban con cautela y suspicacia. Su cabello tan dorado como el sol ahora lucía húmedo y apagado peinado hacia atrás, exponiendo su rostro.
—Parecía aburrido en la subasta, majestad. —Se encogió de hombros, teniendo cuidado de que el agua ocultase su desnudez—. Solo deseaba saber si estaba disfrutando estos días tan memorables o necesitaba... otro tipo de disfrute—su sonrisa se acentuó.
Arlo enarcó una ceja.
—¿Te estás ofreciendo, princesa? —cuestionó con voz queda.
Los ojos de Ricca centellearon con temor, pero en el siguiente segundo aquel brillo desapareció.
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Una Posesión Mortal
FantasyArlo lleva demasiado tiempo esperando una oportunidad para conseguir la Corona que tanto anhela como para ignorar la propuesta del rey vecino, que le vendió una esclava que podría ayudarlo a conseguir la Corona. Pensaba que lo más complicado de...