Capítulo 8

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El latido furiosos de su corazón retumbaba en sus oídos por encima de la multitud exultante en las gradas, haciendo que sus dientes rechinaran en una mueca.

El vitoreo, los gritos y las risas eran cada vez más fuertes, más ruidosos. Le taladraban los tímpanos.

Se sentía débil y sus piernas temblaban.

Su cuerpo estaba demasiado enfermo para el huracán de emociones que corrían por su sangre.

Cada minuto estaba un poco más cerca de su destino, la fila frente a Astraea consumiéndose con una rapidez vertiginosa.

El amplio lugar se veía borroso antes sus ojos.

Aquel salón era inmenso, más incluso que en el que habían estado poco atrás. Pero allí el espacio estaba ocupado por gradas escalonadas, fuertes columnas que subían hasta un techo abovedado y Cazadores apostados a los lados del pasillo de terrazo pálido, por el que la obligaban a caminar hacia unas escaleras de piedra que subían hasta ocho tronos. Un inmenso ventanal al final, detrás de los tronos, mostraba un paisaje impresionante de montañas y valles.

A pesar de haber estado tan cerca de la gran puerta de aquel salón, pasó mucho tiempo antes de que un Cazador la obligase a colocarse en una fila con el resto de Cosechas, otra igual a unos pasos de ella.

Con cada paso que avanzaba, los tronos al fondo se veían un poco más grandes e imponentes.

El rostro de Elisa había palidecido cuando los Cazadores las forzaron a formar aquellas dos filas, pero sus ojos brillaban fascinados mientras observaba a los ricachones en las gradas con sus ropas que debían costar una pequeña fortuna. Estaba justo delante de Astraea.

Elisa le había susurrado los nombres de los reyes en los tronos (aunque ya los había olvidado) y ahora estaba lo suficiente cerca como para distinguir sus figuras sentadas iluminadas por la luz diurna que entraba por las claraboyas en lo alto.

A la izquierda estaba Reino Naranja con dos tronos, uno grande y elegante, el otro más pequeño y detallado. El rey y el príncipe tenían el cabello claro y la tez dorada, ambos llevaban túnicas negras confeccionadas con un hilo dorado. Junto a ellos estaban los tronos de Reino Azul, con el rey y el príncipe de tez oscura y pelo muy corto, este segundo era un niño de no más de diez años que parecía desear estar en cualquier parte excepto allí. Después estaba Reino Verde, el rey era un hombre gordo y barbudo con una túnica malva, sentada en el trono más pequeño había una joven de cuerpo delgado y cabello dorado que llevaba un vestido lavanda. Y por último estaba Reino Rojo, con el rey más joven y desvergonzado de todos, su cabello marrón le llegaba hasta los hombros y sus ojos negros destacaban sobre su palidísima piel, al igual que la camisa rojo cereza. Junto a él había un joven de rostro sereno con un chaleco negro.

Todos ellos se mantenían rectos en sus tronos, incluido el niño príncipe de Reino Azul. Excepto el rey de Reino Rojo, que observaba con expresión aburrida el pasillo de terraza pálida con la cabeza apoyada en un puño.

A pesar de su mirada borrosa Astraea observó los tronos, a quienes estaban sentados sobre ellos.

Apretó los dientes y mantuvo la barbilla en alto. No apartó los ojos de las escaleras de piedra, de los tronos en lo alto.

Cada vez estaba un poco más cerca, lo suficiente para ver lo que esperaba a los pies de las escaleras.

Un agujero en el suelo custodiado por dos Cazadores con armaduras pesadas y yelmos ocultando sus rostros. La apertura por la que eran arrojados aquellos que eran sentenciados a muerte.

No importaba cuanto llorasen, suplicasen o rezasen, si no eras comprado nada te libraría de ese destino. La multitud opulenta en las gradas enloquecía al escuchar los últimos gritos de las Cosechas al ser arrojadas al agujero.

Una Posesión MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora