Astraea tropezó de nuevo, pero se mantuvo en pie gracias a la firme mano enguantada que la sujetaba por el brazo.
No veía por donde pisaba, pues una bolsa de tela bloqueaba su mirada. El aire dentro de la bolsa era sofocante, en especial cuando jadeaba.
Gruñó por lo bajo cuando su pie descalzo golpeó otra piedra saliente del suelo.
Una hermosa y a la vez horripilante serpiente de fuego reptó por sus entrañas, apagando la chispa de rabia que se encendió en su interior. Aquella serpiente era lo único que la mantenía cuerda.
En cuanto el Cazador le había colocado la bolsa en la cabeza ella intentó golpearlo, pero falló. Forcejeó, pero él era mucho más fuerte y grande.
No supo cuánto caminaron, pero estaba exhausta. O los pasos del guerrero eran demasiado rápidos o los suyos demasiado lentos.
Estuviesen donde estuviese, solo se escuchaban las botas del Cazador golpeando la piedra del suelo.
Siguieron caminando durante lo que pudo ser una eternidad, o más bien el guerrero arrastró a Astraea durante lo que pudo ser una eternidad.
Hasta que al fin se detuvo.
Ella jadeaba, el aire caliente dentro de la bolsa no era suficiente.
Luchó de nuevo contra el agarre del Cazador, pero él solo apretó con más fuerza su brazo.
Escuchó como una puerta se abría frente a ella y un murmullo de voces llegó hasta sus oído.
El guerrero no se molestó en quitarle la bolsa de la cabeza cuando la empujó al otro lado de la puerta, hacia las voces, y cuando la sentó en una silla. Solo entonces se la quitó.
Disfrutó de la frescura que acarició su rostro sudado y sonrojado. Tuvo que pestañear un par de veces para que sus ojos se adaptasen a la luz, no provenía del sol, sino de cinco braseros en medio del lugar.
La sala era grande, amueblada con numerosas sillas a una distancia prudente de los braseros, dos líneas paralelas que hacían que tuviesen que mirar a quien estaba sentado al otro lado del fuego. Todas las sillas estaban ocupadas por personas con ropa sucia y rota como la suya. Encastrados bajo las brasas candentes de los braseros, sobresalían dos barras de metal de cada uno de ellos.
Supo por la ropa, el hedor y el miedo en sus expresiones que los niños, mujeres y hombres sentados en las sillas eran presos, como ella. Desde luego, todos ellos habían visto días mejores.
Junto a cada silla, una joven con sencillos vestidos marrones hablaban con los presos temblorosos. Había varios Cazadores de imponentes armaduras moradas allí, observándolos, listos para matar en lo que duraba un suspiro si fuese necesario.
Astraea barrió el lugar con la mirada, buscando algo con lo que poder pelear. Lo único que encontró fueron las barras de metal en los braseros, pero antes de que pudiese extender la mano hacia ellas una mujer joven de melena dorada recogida se detuvo frente a ella.
La mujer la observó con unos ojos marrones y fríos, ella no se amilanó.
No tenía miedo. Pocas cosas podían hacerla temblar, solo recordaba una que lo lograse.
No era aquel tipo de mujer, de personas, desde luego. Solía ser ella quien provocaba aquella deliciosa emoción, solía ser quien sembraba el terror. No al revés.
Ambas mujeres se sostuvieron la mirada, la de Astraea salvaje y con una promesa de dolor, la de la mujer frívola e impía.
—¿Eres humana o esencia? —cuestionó secamente la joven.
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Una Posesión Mortal
FantasíaArlo lleva demasiado tiempo esperando una oportunidad para conseguir la Corona que tanto anhela como para ignorar la propuesta del rey vecino, que le vendió una esclava que podría ayudarlo a conseguir la Corona. Pensaba que lo más complicado de...