Habían pasado horas desde que la habían dejado en aquel gigantesco salón, desde que los Cazadores empezaron a llenar el lugar con los presos.
Astraea terminó sentándose en el suelo de mármol, sus piernas demasiado débiles para sostener su ridículo peso. Sus ojos no se apartaron de la pared de Cazadores a un par de metros.
El salón estaba a rebosar. Pequeños montones de personas con túnicas coloridas yacían unas sobre otras al otro lado de los guerreros, inconscientes en el mejor de los casos, mientras que en su lado vestían colores oscuros y murmuraban por lo bajo. Había tanta gente allí que el murmullo se convirtió en una cacofonía de voces desordenada y ruidosa.
Astraea solo podía esperar. Se le daba bien esperar. A veces.
Se preguntó qué habría al otro lado de la gigantesca puerta de madera oscura que se cernía sobre ellos, casi alcanzando el altísimo mosaico en el techo del elegante salón. Pero aquel muro de hombres junto con las pequeñas colinas de túnicas coloridas se interponía entre ella y su curiosidad.
Astraea se mantenía al filo de la línea invisible que separaba a los presos y los dos metros que mantenían la distancia con los Cazadores. La gente procuraba no estar en el punto de mira de los guerreros, por lo que se apretujaban unos contra otros, dejándole espacio. Mientras los presos apelotonados se daban codazos y pisaban, a ella no le rozaba ni una mosca. No le importaba ser el objetivo de las miradas muertas de los Cazadores.
Siguió observándolos, tan quietos cómo estatuas.
Unos pies descalzos y arrugados se detuvieron junto a ella.
Astraea giró la cabeza, con el ceño fruncido.
Tuvo que alzar la mirada para encontrarse con un túnica verde oliva igual a la suya, también observando el parapeto de guerreros a unos metros.
Como si sintiese su mirada, la mujer de unos cincuenta años desvió sus ojos de la pared morada hacia Astraea, sentada en el suelo y con una expresión recelosa.
Una pequeña sonrisa arrugó el rostro moreno de la mujer.
—Espero que no te moleste que me siente junto a ti—comentó, su voz tranquila y ligeramente rasposa se escuchó por encima del murmullo desordenado detrás de ellas.
Astraea entrecerró los ojos.
—Sí, me molesta.
La mujer hizo caso omiso de sus palabras. Con un suspiro de cansancio se agachó hasta que su trasero estuvo en el suelo, sentado junto al suyo.
Ella resopló y la fulminó con la mirada. Si la señora sentía su mirada quemando su rostro, fingió no hacerlo.
—Estás muy cerca de ellos—ladeó la cabeza con curiosidad, sus ojos viejos brillando— ¿No les temes?
Astraea bufó y desvió su mirada de nuevo hacia los Cazadores.
—Lárgate.
La mujer soltó una risita.
—Qué joven más desvergonzada. Estamos en una situación bastante comprometida, pero eso no debería de ser excusa para olvidarte de los modales.
Astraea obvió sus palabras, dispuesta a ignorarla. De lo contrario, haría una tontería.
—No has respondido a mi pregunta, muchacha. Eso es muy maleducado por tu parte.
¿No se callaría? ¿Qué harían los guerreros a unos metros si se abalanzase sobre ella y le arrancaba la lengua?
—No recuerdo su pregunta—se limitó a decir con tono sequedad.
Otra risita.
—Debes de tener mala memoria, pues—murmuró jocosa—. Te pregunté si no les temes a los Cazadores, estás demasiado cerca. Te he estado observando y no les quitas el ojo de encima. Por la mirada en tus ojos cualquiera habría interpretado que deseas comértelos de un bocado.
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Una Posesión Mortal
FantasiArlo lleva demasiado tiempo esperando una oportunidad para conseguir la Corona que tanto anhela como para ignorar la propuesta del rey vecino, que le vendió una esclava que podría ayudarlo a conseguir la Corona. Pensaba que lo más complicado de...