Pasaron largas y tensas horas en las que no supieron nada de lo que ocurría al otro lado de la pared de Cazadores. Horas desde que se escuchaba el murmullo de una multitud que no lograba ver al otro lado de la puerta.
Horas en las que las Cosechas se impacientaron y estuvieron al borde del colapso.
Se habían cansado de llorar y rezar, ahora solo esperaban a que la hora de ser subastados llegase.
El miedo era palpable en el elegante salón, tan denso y contundente que volvía el aire caliente y cargado.
Se habían rendido. Aunque nunca habían parecido dispuestos a pelear.
Predicaron el ejemplo de Astraea y esperaron.
Esperaron y esperaron un poco más.
De vez en cuando se escuchaban gritos llenos de júbilo al otro lado de la inmensa puerta, otras veces eran risas.
Las esencias mágicas detrás los Cazadores fue disminuyendo, sus túnicas coloridas desapareciendo con el paso del tiempo. Hasta que solo unas pocas revolotearon por el lugar antes de ser guiadas fuera del salón, directos hacia aquellas estridentes risas. Hacia sus destinos.
Para mérito de las esencias mágicas, no se escuchó ningún grito o súplica desesperada. Aunque el jolgorio al otro lado del marco podría haberlos opacado con facilidad.
Pasaron horas hasta que Elisa mencionó que debió haber anochecido, pues aquel murmullo que los había estado acompañado se apagó y los Cazadores cerraron de nuevo la inmensa puerta. Volverían al día siguiente, pero esta vez serían las esencias ideales las que serían subastada. Astraea sería subastada.
La serpiente de fuego en sus entrañas le siseó que durmiese, que al día siguiente debía mantenerse despierta y con toda la energía que pudiese tener. Permitió que su cuerpo descansase un puñado de horas.
Pero cuando se despertó y se estiró como un gato, ya había amanecido.
Los Cazadores abrieron la puerta y aquel murmullo lejano la envolvió como una manta.
La pared morada se movió, se dividió en dos. Se partieron por la mitad, creando un pasillo hacia el marco que deberían atravesar en unos instantes.
Astraea vio suelo de terrazo pálido, vio el nacimiento de unas fuertes columnas y vio a Cazadores. Decenas de ellos.
Fueron cuatro simples pestañeos.
En el primer parpadeo estaba en su choza en Senndor, maldiciendo a sus clientes por abandonarla y orquestando sus muertes, minutos antes de ser secuestrada.
En el segundo estaba en una celda subterránea, conviviendo con sus deshechos y los de otras cuatro personas, ansiando abalanzarse sobre ellos y destrozarlos.
Y en el tercero, estaba en un inmenso salón con una multitud amedrentada a las puertas de ser vendida o condenada a muerte.
En su cuarto pestañeo, estaba caminando por el suelo de terrazo. En el cuarto, el segundo día de la Gran Cosecha había iniciado.
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Una Posesión Mortal
FantasiArlo lleva demasiado tiempo esperando una oportunidad para conseguir la Corona que tanto anhela como para ignorar la propuesta del rey vecino, que le vendió una esclava que podría ayudarlo a conseguir la Corona. Pensaba que lo más complicado de...