Ira

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Michael esta sentado en la alfombra de su habitación al lado de su baúl de juguetes, busca con desesperación el juego de mesa, pero simplemente no está. Lo busco en todas partes, principalmente en el sótano, ni siquiera sabe con certeza cuando se durmió, o que hizo después de despertarse, tampoco... En realidad tampoco tiene idea de que día es hoy.

La habitación está en silencio, salvo por el leve zumbido del ventilador. Mientras se coloca de rodillas tumbando su cabeza al borde de la cama, siente una creciente frustración. Todo parece fuera de lugar, y nada se siente bien sin su juego de mesa.

Necesita encontrarlo.

De repente, escucha la voz de su padre desde el pasillo. —Michael, necesito hablar contigo.

El pelinegro suspira y se gira hacia la puerta, donde su padre aparece con una expresión seria. —¿Qué pasa ahora? —pregunta, tratando de mantener la calma.

—Esto tiene que parar. Estás asustando a tu madre con tu comportamiento.

Michael siente que la ira empieza a burbujear dentro de él. —No estoy haciendo nada malo. Solo quiero jugar una partida de D&D.

Su padre, tal vez por primera vez en su vida; lo mira con algo parecido al cariño, aunque en realidad esa expresión se asemeja más a... Lástima, pero definitivamente hay algo ahí, en esos ojos rodeados de arrugas y ojeras llenas de insomnio.

Ya no está aquí.

Una especie de piquiña se incrusta en sus manos y se adhiere a sus huesos. Necesita desesperadamente su tablero de D&D, o en todo caso cualquiera serviría, debería hablar con Lucas o Dustin.

—Sal de mi cuarto. —mira con un gesto impasible a su padre.

Ted agacha la mirada y pasados unos segundos agarra la manija y cierra la puerta lentamente.

Cuando esta completamente seguro de que su papá no abrirá la puerta de la nada, tantea con una mano por debajo de su cama en busca de su Walkie Talkie para hablar con los chicos.

Ya entre sus manos, lo mira fijamente, siente que esta viendo borroso y el silencio a su alrededor se vuelve demasiado.

Y justo en ese momento cuando queda solo con sus pensamientos, es que empiezan a llegar sin previo aviso, lo golpean bruscamente y lo despiertan de una fantasía de la cual no hubiera querido despertar nunca.

Van como un tornado alrededor de las paredes de su cuarto, allí, en su soledad, recuerda.

Recuerda, recuerda y recuerda.

Empieza a respirar de manera agitada mientras el aparato se resbala entre sus manos hacía el suelo.

No.

No. No. No.

El vacío en su pecho se convierte en un agujero negro de ira. Siente que todos han arruinado su partida, su único escape. Se levanta de un salto y patea el Walkie Talkie, dañándolo. Ahora todas sus piezas están esparcidas por la habitación.

Ve luces rojas y azules.

Escucha una sirena de ambulancia.

Basta.

No más.

Cállense. Cállense. Cállense.

—¡Esto es culpa de todos ustedes! —grita, con lágrimas de rabia corriendo por su rostro. Se deja caer al suelo, abrazando sus rodillas, sintiendo que la ira y el vacío lo consumen por completo.

Las cinco etapas de un Duelo | bylerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora