Negociación

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Ha estado en ésa fría habitación tanto tiempo que ya no tiene idea de que hora es. Lo único que sabe con certeza es que es tarde porque el sol no tardaría mucho en ocultarse.

Sale de su ensoñación al escuchar el sonido de la mina de un lápiz pasando de manera leve por una hoja, conecta miradas con el joven al frente suyo.

—¿Sucede algo? —el de anteojos le sonríe dulcemente, Mike no ha hecho nada para ganarse esa sonrisa.

—No has hecho más preguntas.

—Tú me dijiste que no querías hablar.

Buen punto.

Pasan unos eternos segundos hasta que el mayor decide callar al silencio hablando nuevamente.

—¿Quieres decir algo?

Michael no responde automáticamente, primero se queda mirando un punto fijo en el cuarto, pensando. Sus ojos están puestos en una pequeña figura de cerámica de un zorro. La pintura se ve un poco desgastada, pero... Es una linda pieza.

—¿Por qué ese animal?

El de cabellos rubios no parece entender la preguntar, hasta que sigue el camino de su mirada y se topa con la vieja figura que le había regalado su hace tiempo mejor amiga en su cumpleaños número dieciocho. Sonríe levemente al recordarla, no la veía hace meses desde que se fue a Europa.

Y no le hablaba hace años que él arruino la amistad.

—Fue un regalo. La persona que me lo dio dijo que reflejaba mi personalidad.

El menor ladea la cabeza. —¿Y cómo se comporta un zorro?

—Son creativos, inteligentes y también flexibles.

Michael devuelve su mirada a la pieza de cerámica y su mente lo transporta a un bosque en otoño, nunca ha visto a ese animal en persona, pero si en dibujos y en la tele, así que no es tan difícil imaginárselo correteando entre las hojas que caían.

Vuelve a mirar a su psicólogo.

—¿Flexibles?

El chico asiente sonriente. —Si. Lo que quiere decir que se adaptan, que pueden sobrevivir en diversos entornos.

Sobrevivir.

Vuelve a mirar la pieza. Y una pizca de envidia se palpa en su corazón.

—Quisiera ser un zorro.

La declaración queda resonando en el aire. El mayor elige no decir nada de momento, entendiendo que el pelinegro necesita tiempo y silencio para aclarar sus pensamientos.

«Él esta aquí.» —habla nuevamente Michael después de cinco minutos.

—¿Quién, Mike?

El menor siente como la picazón en sus manos vuelve. Pero evita rascarse las manos, clavando las uñas en el sofá azul marino.

Will. Esta aquí, conmigo.

El rubio asiente, con una mueca parecida a una leve sonrisa. —Las personas que amamos siempre están con nosotros.

Mike suspira con alivio, al parecer por fin alguien lo escucha de verdad.

—Y... —traga en secó, desviando la mirada—¿Si ya no están, aún nos seguirán a todas partes?

El rubio mira de reojo la pieza de cerámica, recordando a Manuela con su pelo siempre enredado lleno de flores en la cabeza. Joder, de verdad la extrañaba.

—El amor es infinito, Mike. No se deja de amar a alguien porque ya no está.

Y entonces el silencio vuelve a aparecer, hasta que la sesión termina y su padre lo recoge en el coche. 

Las cinco etapas de un Duelo | bylerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora