Prólogo

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Prólogo



La flecha había atravesado perfectamente el cuello de la tórtola haciéndola caer con rapidez y consiguiendo que en el rostro de Hernán se dibujara una amplia sonrisa.

—¡Buen trabajo, Amelia! —exclamó con euforia una vez la niña de ocho años corrió a tomar el ave dando pequeños saltos de emoción.

Louise, su hermana gemela, aplaudía con regocijo a la vez que le acercaba la cesta para que colocara en ella lo que sería la cena de ese día para todos en la aldea.

En el interior había cuatro más, un total de cinco tórtolas luego de largas horas de caza, tres conseguidas por Hernán y dos por Amelia. Su hermana era realmente buena con el arco, a diferencia de ella que cada que disparaba, la presa huía despavoridamente.

—Es tu turno, Louise. —Hernán le comentó y a su vez le arrojó la flecha con delicadeza luego de quitarla del ave, la niña la tomó con un poco de dificultad.

Una fuerte brisa agitó las ramas de los árboles y les recordó a los tres niños que se acercaba el momento de volver a casa, igual no estaban muy lejos, pero las normas en el lugar eran demasiado estrictas.

—Creo que no será lo más sensato, estamos desperdiciando el filo de las flechas cada que yo lo hago.

Su hermana a su lado negó con la cabeza sin dejar de sonreír, la emoción que poseía en ese momento era enorme.

—Si no practicas nunca serás lo suficientemente buena. —le tendió el arco. —Tenemos que aprovechar que mamá nos ha dejado venir.

—Amelia tiene razón, —Hernán llegó a su lado limpiando sus botas llenas de barro contra el tronco de un árbol. —tendrá que pasar semanas para que Katherine las deje acompañarme de nuevo.

—Bien... —respondió no muy segura. Le gustaba cazar, eso no lo negaba, pero no contaba con la puntería mas acertada para ello y el sentimiento era realmente frustrante.

Se quedaron en total silencio a la espera de que Hernán arrojara una piedra al aire haciendo que varias aves aletearan con desespero, sin embargo, eso no fue lo que les había llamado la atención. Un pequeño salto a unos cuantos metros de distancia los hizo voltear a los tres niños con rapidez, Louise levantó el arco por reflejo y apuntó al pequeño conejo que luchaba por llegar a su madriguera con celeridad.

—¡Ahora! —gritaron Hernán y Amelia a su vez haciendo que Louise cerrara los ojos antes de soltar la flecha.

Había aguantado la respiración de golpe por los nervios y una gota de sudor se resbaló por su frente al mismo tiempo. Un lamento se escuchó por parte del animal haciéndola abrir los ojos con fuerza y encontrándose con los ojos color rojos del conejo el cual había cambiado su destino y ahora venía en su dirección. Tenía atravesada la fecha en el pecho, un poco más a la derecha, parecía que le había dado justo en el corazón, pero no era así, ya que la flecha le colgaba como si solo hubiera sido un rasguño. Ahora el animal tenía la impresión de estar muy molesto. En un par de segundos Amelia le había quitado el arco de las manos y había cargado otra flecha con rapidez logrando atravesarle la cabeza al animal con ella.

El conejo cayó con fuerza ante el impacto, haciendo que Louise pudiera volver a respirar con normalidad.

—Hermana, para cazar no te tiene que temblar el pulso o corres el riesgo de terminar siendo la presa. —Amelia retiró la flecha de la cabeza del animal con tranquilidad. —El tiro tiene que ser en el centro y con fuerza... porque si te desvías un solo milímetro, no lo matarás. 

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