Si Aphrodite Hargreeves sabía algo, es que su vida no podía ser más complicada para un niño, y que su vida jamás sería normal.
Había nacido con poderes extraordinarios que cautivaron al excéntrico multimillonario Reginald Hargreeves, el cual fundó...
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𑁤.ᐟ OBSERVÉ A ANNE CON detenimiento. Su cabello, que antes había sido de un rojo intenso y largo, ahora se presentaba con ciertos mechones de un verde apagado, cortado desastrosamente por encima de las orejas. No pude evitar hacer una mueca ante el desastre que había causado en su intento por cambiar el color.
— No puede ser tan terrible, Anne —dijo Diana, intentando consolarla.
— Soy un monstruo, chicas. Mejor déjenme en paz. No quiero que pasen por la vergüenza de estar cerca de mí.
Me quité la cinta roja que adornaba mi propio cabello, y dejé que algunos mechones cayeran sobre mi rostro. Me acerqué a Anne y, con suavidad, empecé a atar la cinta en su cabello, terminando con un lazo delicado.
— Ahí está, ahora te ves preciosa con confianza. —dije, sonriendo.
Anne me devolvió la sonrisa, un poco más animada.
— Gracias, Aphrodite.
Diana asintió con aprobación.
— Pronto te crecerá el cabello, Anne, pero espero que hayas aprendido la lección: nunca confíes en los vendedores de puerta en puerta.
Tomé a Anne del brazo, decidida a no dejarla sola. Diana fue la primera en entrar al salón, y caminamos despacio mientras todas las miradas se dirigían hacia nosotras. La multitud nos abrió paso, pero mis ojos se detuvieron de golpe cuando lo vi. Era un chico hermoso, alguien a quien no había notado en clases antes. Tenía que ser nuevo.
Él estaba mirando a Anne, pero pronto sus ojos se posaron sobre mí, provocando un inesperado nudo en mi estómago.
— Has vuelto. —murmuró Anne, lo que hizo que él regresara su atención hacia ella.
— Hola. —le saludó con calma.
— No hay oro. —se apresuró a decir Anne, y entonces supe que este era Gilbert Blythe.
— Lo sé. No volví por eso. Me alegra mucho verte. —respondió él, sonriendo.
Anne no añadió nada más por un momento, pero luego pareció recordar algo.
— Oh, ella es Aphrodite Hargreeves —dijo, presentándome—. Es prima lejana de Diana.
Le ofrecí mi mano, y en lugar de estrecharla, él la volteó con gentileza y besó mis nudillos. El contacto de su piel con la mía encendió una chispa en mi interior, como si pudiera sentir el flujo de energía de la madre tierra recorriéndome, cosa que solamente ocurría cuando invocaba mi poder de la naturaleza.
— Es un placer conocerte. —dijo, separándose. Salí de mi trance y acomodé mi cabello —. Soy Gilbert Blythe.
Antes de que pudiera responderle, el sonido de la puerta abriéndose nos interrumpió. El profesor Philips había llegado.
