Cap. 1 "No quiero una mansión"

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Paris, Francia.
Viernes, 2:45 p.m.

Me encontraba saliendo de mi oficina, con mala cara, ya que estaba un poco molesto con mi amigo.

Me dirigí hacia el ascensor caminando con paso apresurado mientras hablaba con el susodicho por teléfono.

— ya te dije que no quiero algo exagerado — le  respondí al idiota de mi amigo mientras subía al ascensor.

— hay, vamos, a todo el mundo le gustan las cosas grandes — respondió el muy terco con un tono burlón. Ahora me doy cuenta de que lo que dijo tiene doble sentido.

— cuando dices "a todo el mundo" — acentúe la palabra con comillas —, ¿Te refieres a todo el mundo en específico, o solo a las chicas con las que sales? — y estoy seguro de que ese fue un golpe justo en su punto débil.

— eso mismo... — hubo un corto silencio, se que está procesando lo que dije, ya que acaba de demostrar que no se ha dado cuenta —. Oye, no es gracioso — y ahí está, cambió su tono burlón por uno de recriminación.

Me puedo imaginar la cara que puso después de que le dije eso. Como dije, el punto débil de mi mujeriego amigo.

— ¿Y que tú andes jugando con mujeres lo es? — le contraataqué.

Si a el le gusta jugar a llevarme la contraria, entonces, juguemos.

— pues... — no encontró que decir mientras alargaba la "s". El sabe muy bien que tengo razón — oye, te estás desviando del tema — dijo para evadir un posible sermón sobre que jugar con mujeres está mal —. Como te estaba diciendo... — el ascensor se detuvo y yo salí de él para dirigirme a la salida — eres el hijo de un hombre muy reconocido e importante, y por eso tienes que vivir en una mansión digna del hijo de un hombre muy reconocido y importante.

— ya te dije que no. No quiero una mansión... Y que sea el hijo de un hombre reconocido e importante no significa que deba tener una mansión por ley o por obligación.

Por el trayecto hacia la salida noté que algunas personas trataron de acercarse a mí, pero desistieron al notar que no me encontraba de buen humor, y créanme cuando les digo que a nadie le gustaría acercarse a mí cuando me encuentro de mal humor.

Llegué al estacionamiento y me dediqué a buscar el auto. Lo vi a lo lejos justo donde lo dejé y me dirigí hacia el.

— ¿Seguro? — nunca para de insistir.

— ¡Rayos Chase, eres mas terco que una mula! — dije alzando un poco la voz mientras entraba en mi auto y daba un portazo, coloqué mi maletín el el asiento del copiloto.

Espera ¿Dónde están mis llaves? Acabo de entrar a al auto y no me fijé dónde las puse, todo por discutir con él.

— ¡Si no vas a respetar mi decisión, entonces no me ayudes a buscar nada! — le dije ya perdiendo la paciencia.

Uno, por culpa de mi amigo que es muy terco, y dos, por culpa de las llaves que no quieren aparecer.

— bien, bien... Pero no grites que me causas migraña — dijo dándose por vencido, o al menos eso es lo que aparenta —. Tu ganas señor gruñón, una casa lujosa pero no tanto como para que sea una mansión, a la orden... — colgó. Me colgó en la cara.

Luego de que mi mejor amigo me colgara la llamada en la cara, puse el celular en la guantera y me dispuse a buscar mis llaves.

La búsqueda no duró mucho ya que las encontré debajo de mi maletín en el copiloto, encendí el auto y me puse en marcha a mi destino.

Digno De Ser Llamado El ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora