𝗜𝗩

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𝗡𝗼 𝗲𝘀𝘁𝗮́𝘀 𝗰𝗲𝗿𝗰𝗮 𝗱𝗲 𝗲́𝗹, 𝗮𝗵𝗼𝗿𝗮 𝗲𝘀𝘁𝗮́𝘀 𝗮 𝗹𝗮 𝗺𝗶𝘁𝗮𝗱 𝗱𝗲𝗹 𝗰𝗮𝗺𝗶𝗻𝗼 𝗮 𝗰𝗮𝘀𝗮

Lo que más le dolía al pollero de toda la situación, era que Carre no era un ser divino común, era un Arcángel, un ser lleno de perdón y compasión, capaz de absolver cualquier pecado, de ofrecer sus condolencias a las almas más pérdidas

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Lo que más le dolía al pollero de toda la situación, era que Carre no era un ser divino común, era un Arcángel, un ser lleno de perdón y compasión, capaz de absolver cualquier pecado, de ofrecer sus condolencias a las almas más pérdidas. Pero sabía, por mucho que eso le comprimiera el corazón, que el castaño a él, a Spreen, nunca lo podría perdonar.

Se hundió más en la silla de su oficina, contemplando el atardecer por el gran ventanal, con el último trago de whisky quemándole la garganta. Era irónico pensar que aquel que fue su mejor amigo, él que había perdonado innumerables veces a los Dioses de Todo, había decidido que él no merecía ser perdonado y eso era más doloroso que cualquiera de las heridas de flecha que habían dejado cicatriz. Y en parte, estaba seguro de que se lo merecía, porque si el Omega le hubiera hecho lo mismo, era más que seguro que lo odiaría tanto como este lo odiaba ahora.

Soltó una risa nasal, a veces pensaba que tendría una excelente vida como comediante. Si el chico de ojos esmeralda le hubiera hecho aquello, lo más seguro es que se arrastraría a sus pies, pidiéndole que no lo dejara solo. Justo como estaba haciendo ahora, dejando que Carre hiciera lo que quisiera con él, manejandolo como una marioneta.

Carre Craft, el Arcángel de su generación, su compañero de trabajo, su complemento, su mejor amigo, ahora su enemigo -a pesar que él nunca podría considerarlo así- pero también su primer amor. Adorarlo en silencio era una carga pesada, pero no podía evitarlo, siempre fue su debilidad, y siempre será su pecado más profundo.

El Alfa había amado al Omega con una intensidad que lo consumía, a tal punto que pensó, que los Dioses que habían prohibido el amor entre el bien y el mal, tendrían un suspiro de ternura y los dejarían amarse libremente. Pero el Multiverso había decidido otra cosa, y ahora habían llegado a ese punto de no retorno.

Había pasado mucho tiempo -ocho años para ser exactos- desde que el castaño se había ido, y su regreso había despertado en el oso una tormenta de emociones que no sabía cómo manejar. Más allá de la batalla que habían tenido inicialmente, el resto de los días se había comportado como si nada hubiera pasado, como si aún fueran aquellos adolescentes que amaban quejarse de Azul y de los sermones de Oday.

Pero Spreen sabía que no era así, podía sentirlo, en los ojos del Arcángel salía a relucir una chispa de desprecio, una sombra de resentimiento que no podía ocultar del todo. Desde el primer flechazo, la carcajada altanera, y aquellas esmeraldas que ya no lo miraban con afecto, sino con rencor, se hizo evidente que se había destruído cualquier posibilidad de reconciliación.

Cada palabra amable, esas sonrisas que le dedicó cuando subió a hablar en su oficina, solo servían para clavar más dagas en el corazón del híbrido, porque sabía que Carre lo odiaba, que ansiaba verlo en un ataúd, y esa fachada de normalidad solamente aumentaban su sentimiento de culpa, lo hacía sentir atrapado en una red de sus propios errores, incapaz de liberarse del peso de sus acciones pasadas. Le gustaba soñar, en la seguridad de su hogar, como hubieran sido las cosas si sucedían diferente, pero ya no podía cambiar nada y se odiaría toda la vida por eso.

𝗜𝗻𝗱𝗶𝗴𝗻𝗼 𝗱𝗲 𝘀𝗲𝗿 𝗵𝘂𝗺𝗮𝗻𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora