𝗩𝗜

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𝗧𝗼𝗱𝗼 𝘁𝗶𝗲𝗻𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗰𝗼𝗻𝘀𝗲𝗰𝘂𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮 𝗼 𝘂𝗻 𝗰𝗼𝘀𝘁𝗼

El Alfa Enigma miraba con ojos entrecerrados, con clara confusión, al hechicero con traje que tenía enfrente

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El Alfa Enigma miraba con ojos entrecerrados, con clara confusión, al hechicero con traje que tenía enfrente.

—Raúl Salinas, abogado y amigo.

El castaño, que llevaba una barba postiza que parecía una sombra mal colocada en su rostro, le extendió la mano al más alto, que aceptó el saludo con una pizca de duda.

—Spreen DMC, empresario.

Capo de la mafia, caníbal, el centésimo décimo híbrido de oso del Multiverso, narcotraficante, homicida, ladrón, entre otros, pero no iba a especificar cada uno. Después de todo, algunas cosas Juan ya las sabía.

Caminaron por el pasillo amarillo que daba directo a la oficina del pollero, decorado con Funko Pops que parecían observar la escena con ojos inanimados. El azabache tomó asiento, el trajeado colocó su maletín en la mesa, inspeccionó un poco el lugar -actuando como si fuera su primera vez ahí- y luego se sentó.

—Primero que nada, gracias por recibirme, soy de la parte demandante como sabrá, pero siempre es bueno conocer los dos lados de la historia ¿No?

El de lentes asintió lento, sin terminar de comprender si el “abogado” frente a él lo hacía por aburrimiento o por querer enterarse del chisme completo. No lo juzgaría si fuera la segunda, Carola y Mariana se habían pasado toda la mañana intentando conseguir las partes que a ellos les faltaba, incluso se habían puesto a escuchar una conversación de dos ancianas con la esperanza de oír algo entre tanto palabrerío. Según supo, no habían encontrado nada nuevo sobre el tema que necesitaban, pero los había visto en su descanso hablando mal de una tal Doris.

Viendo que el dueño del local no iba a emitir palabra, prosiguió.

—Lo veo muy difícil para usted, señor DMC.

—Ah ¿Sí?

—Tenemos mucha información que podría perjudicarlo a usted y a su tan bonito local, que claro no queremos le pase nada.

Una pequeña gota de sudor bajó por el cuello del Omega, ahora entendía a todos los que se ponían temblorosos cuando Spreen estaba enfrente, ya no era su dulce mejor amigo por el que bajaría la Luna -eso se lo había inventado él- ahora era Raúl Salinas, destacado abogado, y debía encontrar un acuerdo que beneficiara a sus dos clientas. Cristinini y Aroyitt le habían ido a rogar que, por el amor a todos los Dioses, hablara con el híbrido y lo convenciera de dar algo, dinero si era posible, a cambio de cancelar el juicio. Lo que el de ojos almendra no pudo explicarles es que, lo más probable, era que al pollero le importara poco y nada todo el revuelo mediático.

—Por lo que me ha contado mi compañero Juan, usted estuvo años trabajando en esta pollería, por eso antes de causarle algún daño quería escuchar si tiene algo que proponer o que decir ¿Entiende?

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𝗜𝗻𝗱𝗶𝗴𝗻𝗼 𝗱𝗲 𝘀𝗲𝗿 𝗵𝘂𝗺𝗮𝗻𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora