Alice
Al ir abriendo los ojos fui enfocando con mejor facilidad lo que se encontraba a mi alrededor, intente tallarme los ojos pero al mover las manos no pude.
Las tenía atadas a un par de birretes que estaban pegados a la pared, la habitación era de piedra con su característico color gris, había una pequeña ventana por dónde se podía ver el cielo azul y algunas aves se posaban sobre ella.
Me comenzaban a doler los brazos de tanto tenerlos apuntando hacia arriba, intente safarme pero todo intento era en vano, me estiraba e incluso quería tratar de alcanzar los birretes con mi boca y morderlos para ver si podía soltarme.
La puerta de metal se abrió dejando entrar a un hombre que traía puesta una armadura de hierro, algo así como los que salen en las películas de las princesas donde a los guardias no se les ve el rostro.
Detrás de él entro otro hombre, tenía el cabello rubio, aunque parecía teñido ya que su raiz era castaña, lo acompañaban un par de ojos azules, pero el azul casi parecía volverse gris.
–Ella no es la aprendiz– comento el rubio recorriendome con la mirada.
–Su majestad ella es la aprendíz– afirmó el guardia asintiendo– ¿Cómo es que no la reconoce?
–O ya veo– sonrió a medias bajando la cabeza.
Hablaban como si yo no estuviera a tan solo unos pocos metros de ellos, el rubio le susurro algo a lo que el otro hombre asintió y salió cerrando detrás de él la puerta de metal y dejarnos solos.
–¿Aprendiz?– se cruzó de brazos y se puso frente a mi con aquella media sonrisa.
–¿Quién eres tú?– frunci el entrecejo.
–¿No reconoces al rey?– ladeó la cabeza– ahora entiendo– asintió.
Sus palabras a medias solo me estaban provocando jaqueca, y el que mi cabello comenzará a irse a mi rostro no ayudaba en nada.
–Conmigo no tienes que fingir, yo sé muy bien que tú no perteneces aquí y solo estás tomando el lugar de la verdadera aprendiz.
–¿Cómo... Cómo lo sabes?– pase saliva con dificultad.
–La otra es diferente, su cabello es castaño al igual que sus ojos, ella ya se hubiera safado de esos birretes con mucha facilidad– me recorrió con la mirada– mientras que tú sigues con la manos arriba, dejaste a tu pueblo y con ese cabello pareces león.
–Y tu pareces idiota– le saque la lengua como buena semiadulta con educación.
Si iba a morir lo iba a hacer con dignidad, me caía mal que las personas opinaran de mi cabello cuando lo veían, me decían que cuando se espongaba y con el color rojo que tenía casi llegando a ser anaranjado parecía un león.
Había pensado en hacerme el alaciado permanente y pintarlo de un negro muy obscuro para quitarlo, pero cuando se los dije a mis padres se negaron diciendo que así como estaba era perfecta y que no hiciera caso a los apodos.
Entre los que se encontraban era cabeza de león, cabeza de algodón, almohada y otros más que me molestaban.
–¿Y si me quitas estás cosas?– alce una ceja– se me están durmiendo los brazos.
Se giro sobre sus zapatos dando unos pasos atrás, le saque nuevamente la lengua porque parecía como si no me escuchará. Desde aquí se notaban que era un ególatra y un sangron.
Sin duda el libro no se equivocó cuando lo describía, ¿cómo es que se llamaba?¿Mateo?¿Tadeo?¿Amadeus?
–¿Cómo te llamas?– frunci el entrecejo intentando recordar su nombre.
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¿Me voy o me quedo?
RomanceAlice va a la nueva librería de su ciudad, se lleva a casa un libro que le llamo la atención y del cual nunca había escuchado hablar, ¿qué pasa cuando ese libro hace que te conviertas en su protagonista? Un mundo donde ahora ella es la aprendiz del...