Capitulo 05

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Alice

La luz del sol inundó la habitación, llenando cada rincón con sus cálidos rayos. El sonido del tacón de unos zapatos resonó en el espacio, mientras unas manos firmes jalaban de mi manta, impidiendo que me cubriera el rostro.

—¡Despierta ya! —exclamó una voz femenina, ligeramente irritada, con un matiz de autoridad.

Al abrir los ojos, me encontré con el rostro arrugado de una mujer madura. Su cabello canoso, recogido en un moño alto, contrastaba con el lunar que adornaba su mejilla regordeta. Vestía un atuendo elegante: falda azul marino, camisa blanca de manga larga y chaleco del mismo color que la falda, que le llegaba hasta los talones. Sus zapatos negros completaban el conjunto.

Me senté en el borde de la cama, buscando mis zapatos, pero solo encontré el frío suelo bajo mis pies.

—¿Qué hora es? —mi voz, ronca por el sueño, sonó débil.

—Son las siete de la mañana —respondió ella, sin prestarme atención, mientras recorría la habitación revisando cada cajón con una eficiencia que me pareció excesiva.

Me incorporé, frotándome los ojos, y pregunté:

—¿Por qué me levanta tan temprano? Yo suelo levantarme a las nueve o diez.

Ella se detuvo, mirándome con curiosidad.

—Bueno, aunque cuando voy a la escuela... —comencé a explicar, pero me corregí rápidamente—. Quiero decir, cuando práctico con el mago.

Mi intento de enmendar el error solo pareció empeorar las cosas. Su rostro se frunció en una mueca de confusión.

—¿Escuela? —repitió, como si no pudiera creer lo que había escuchado. Su mirada me recorrió como si fuera una rareza.

Asentí varias veces, tratando de recuperarme.

—Sí, práctico con el mago, ya sabe... —añadí, esperando que ella entendiera.

—Pues aquí las cosas son diferentes —dijo, colocando las manos en sus caderas y desplazando su peso hacia una pierna, adoptando una postura firme– Aquí todos nos levantamos a las siete en punto, excepto Su Majestad, que se levanta a las diez. A partir de hoy, tú te levantarás a las siete de la mañana, o incluso antes, para que puedas arreglarte y hacer tu cama.

Mi intento de protestar fue interrumpido por su dedo índice, que se posó suavemente sobre mis labios.

—No hay "peros" —sentenció, su voz firme pero controlada—. Ya estás avisada: si no cumples mis órdenes, habrá consecuencias.

Se cruzó de brazos, su mirada expectante.

—Ahora, arregla ese desastre que tienes en el cabello y haz tu cama. Debes estar abajo en media hora.

Sin decir una palabra más, ni permitirme una queja, salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella con un sonido seco.

¿Quién se creía que era? ¿Mi madre? Ni siquiera ella había establecido tantas reglas en casa. Con mantener nuestras habitaciones ordenadas y ayudar en algunos quehaceres, estaba más que satisfecha. Pero esta señora me trataba como a una sirvienta, como si yo fuera una empleada y ella mi patrona.

Me dirigí al armario y saqué un vestido color café con un delicado listón verde agua que contrastaba con la tela. El encaje en la cintura añadía un toque de elegancia, y el escote en forma de corazón era lo suficientemente discreto como para no revelar demasiado.

Me sumergí en la bañera, sabiendo que la media hora que me había concedido la señora se evaporaría rápidamente. Mi cuerpo sudoroso y mi cabello enmarañado exigían atención. Pasé diez minutos lavándome y otros diez peinándome, hasta que finalmente salí del baño renovada.

¿Me voy o me quedo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora