Capítulo 4 ― Christine

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Emmerich

Nunca olvidaría su nombre ni la manera en la que me hizo sentir. Su voz grave se había quedado grabada en cada rincón de mi mente, al igual que sus roces en mi piel. Seguía abrazada a su cuerpo y noté que había arruinado un poco su bonito disfraz rojo. Le había arrancado algunos botones de la chaqueta y solté una risa, moviendo mis manos a su largo cabello, disfrutando de la suavidad. Escuché un sonido gutural nacerle del pecho y gemí cuando me dió una última estocada antes de retirarse. Se volteó y por el movimiento de sus brazos, asumí que estaba quitándose el condón. Aproveché para recuperar el aliento y acomodarme el vestido. La franja en el costado de mi pierna derecha se había rasgado, pero me importaba muy poco. Estaba aún disfrutando de la efervecencia residual de mis orgasmos.

―Emmerich... ―dije, luego de que él se terminara de acomodar las ropas y la máscara ―¿Es tu verdadero nombre? ―había genuina curiosidad en mi voz.

―¿Valdría la pena decirte otro para que grites mientras te estás corriendo? ―su respuesta me robó el aliento y volvió a ruborizarme, mi sexo pulsó en el recuerdo de lo bien que se había sentido tenerlo dentro.

Regresó frente a mi y me acarició el cuello. La diferencia de textura me hizo observar sus largos dedos y noté que se había puesto de nuevo los guantes. Deseé no tener puesta la máscara para sentir ese roce, aunque cubierto por el cuero de la tela, sobre mi rostro.

―Eres hermosa, Chris ―susurró mientras recorría mi clavícula con su pulgar. Mi nombre nunca había sonado tan delicado como en su voz. Sentí mi piel erizándose y una sonrisa se formó debajo de mi máscara.

―¿Cómo sabes que ese es mi verdadero nombre? ―no pude evitar la picardía que nació con absoluta naturalidad de mi voz.

Lo escuché reírse de nuevo, ese sonido grave abriéndose paso en cada una de mis células, mientras acortaba la distancia entre nuestros cuerpos para ubicarse entre mis piernas de nuevo.

―Me lo dijiste mientras estabas perdida en una nube de placer. Dudo que hayas sido capaz de mentirme en un momento así, ángel ―respondió, llevando su mano libre a mi cintura, rozándome hasta alcanzar la parte baja de unos de mis senos.

La humedad comenzó a surgir de mi centro una vez más y exhalé despacio, tratando de no perderme en él pero era demasiado tarde. Tenía un segundo condón en mi cartera y no dudaría en usarlo. No cuando él parecía tener debajo de la piel la misma necesidad por mí. Era algo novedoso e intoxicante el saberme así de deseada por alguien.

El sonido de nuestras respiraciones fue interrumpido por mi móvil. Tardé unos segundos en darme cuenta que era el tono que yo le había asignado al teléfono secundario de mi padre, el que sólo debía usar para emergencias. Él podía llamarme incluso cuando mi móvil estaba en modo No Molestar. Lo saqué al instante de mi cartera y atendí, sintiendo a las frías vides del miedo comenzar a expandirse en mi interior, reemplazando el calor que Emmerich había dejado en mí. Mi padre nunca usaba ese número.

―Papá, ¿qué ocurre? ―pregunté, mientras Emmerich dibujaba arabescos sobre la piel de mis muslos. Al escucharme hablar, él se quedó quieto pero no se alejó, quizá entendiendo la seriedad de la llamada. Seriedad que ni yo misma estaba segura de comprender.

―Pequeña Lotte ―él casi acarició el apodo que años atrás había empezado a usar para mi, su voz sonaba como una mezcla de tranquilidad y miedo, principalmente miedo ―Tengo que esconderme por un tiempo, ¿si? Hay problemas. Grandes problemas, pero estaré bien ―tomó una bocanada de aire que me heló los huesos y no pude encontrar las palabras ni el oxígeno necesario para llenar mis pulmones ―Temía que esto ocurriese y tomé medidas. Años atrás. Una vida atrás. Busca a Emmerich Roux, Chris. Es la única persona en la que confío en estos momentos para que te mantenga a salvo ―la voz de mi padre era potente, casi desesperada. El hombre entre mis piernas se movió apenas, alzando el rostro enmascarado de manera repentina y fugazmente me pregunté si él podía escuchar la conversación.

―Papá... ¿qué es lo que pasa? ―susurré, pegándome más al móvil, todo mi cuerpo temblando.

―No puedo decírtelo, no es seguro. Confía en mi. Confía en Emmerich Roux. Te mandaré su contacto en cuanto cortemos la llamada. Christine, perdóname, pero es por tu bien. No intentes buscarme, pequeña Lotte. Te amo, hija ―la línea se cortó luego de que él me dijera eso y me quedé por unos segundos sosteniendo el móvil contra mi oreja, el eco de mi sangre ensordeciéndome.

―Mi nombre es Emmerich Roux ―dijo el hombre entre mis piernas con una suavidad que me partió a la mitad.

Mi padre estaba en peligro. Debía irme con él. Debía buscarlo. Debía salir de ese lugar. De pronto, el aire comenzó a faltarme por completo y sin miramientos por mantenerla en una pieza, me arranqué la máscara, arrojándola al suelo. Varias piedras se despegaron y continuaron brillando sin derecho alguno a lucir así de hermosas bajo la luz de la luna.

―Eres Christine...Christine Daaé ―susurró Emmerich mientras yo luchaba por encontrarle el sentido a todo, asiéndome a los jirones de conciencia mientras mi visión se llenaba de puntos negros que fueron creciendo como crisantemos hasta ocupar todo lo que veía.

Traté de serenarme y conté hasta quince, como siempre hacía cada vez que los crisantemos oscuros aparecían en mi vista y el aire parecía incapaz de entrar en mis pulmones. Sentí las tibias manos de Emmerich sobre mis hombros y lo observé, aún su rostro debajo de la máscara.

―Respira conmigo, Chris

Asentí, mientras sentía cómo sus manos ejercían presión a intervalos regulares sobre mis hombros. Entendí que estaba guiando así mi respiración y me esforcé por acompasar mis inhalaciones y exhalaciones a sus roces. Pude sentir las pulsaciones de mi corazón, el eco delator en mis oídos, calmándose e incliné mi cabeza para apoyarla en su sólido pecho.

―¿Qué voy a hacer? ―no reconocí mi propia voz, tan aguda, tan vulnerable. ¿Yo sonaba así?

―Confiar en mí 

Un dueto en silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora