Capítulo 6 ― Christine

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Temblores residuales aún surcaban mi cuerpo y mi piel seguía erizada. Había un dolor casi punzante cerca de mi nuca que cada vez que pestañeaba, parecía amenazar con ramificarse al resto de cráneo.

La casa frente a nosotros era una amplia residencia de piedra gris y ventanas con bóvedas, como si fueran una catedral. Sus cuatro chimeneas largaban hilos de humo gris. Tenía un par de columnas y a los lados dos torres pequeñas. Sentí la misma reverencia frente a esa casa que había sentido con cada castillo que había visitado con mi padre. Tenía tres pisos y pude ver que a la izquierda, casi al fondo, se divisaba un gazebo de color verde oscuro. Cubiertas para el invierno, también vi una hilera de plantas perfectamente identificadas con fotos plastificadas de su época en flor. Rosales de diversos colores se ocultaban debajo de las capas protectoras. Había una fuente con un ángel sosteniendo una lira justo en el camino de entrada. Lamenté brevemente haber estado en invierno, pues esa entrada se vería aún más espectacular en primavera que ahora.

―Ven, Christine ―dijo Emmerich con una suavidad que me arrastró de nuevo a una realidad no tan bonita como la casa frente a mi. Una realidad donde mi padre estaba huyendo de algo y yo ahora debía confiar en el hombre a mi lado. Mi corazón se aceleró bruscamente al recordar cuánto le había permitido hacerme hacía poco menos de dos horas atrás.

Poco menos de dos vidas atrás.

Noté que en lugar de usar una llave, se quitó la máscara por unos segundos y acercó su rostro a un lector de pupilas en la pared y al instante, las puertas dobles de madera se abrieron de par en par. Volvió a colocarse la máscara y no pude evitar preguntarme cuánto más debería esperar para ver su rostro. Lo seguí al interior, notando que en el aire flotaba una melodía suave. Una melodía de mi padre.

La sensación de reverencia que había tenido al ver el exterior de la casa se transformó en verdadera admiración al poner un pie dentro. Se sentía bien haber reemplazado la confusión y el dolor por algo más tibio. La estancia era cálida, iluminada por luces naranjas. Había dos chimeneas, una en cada lateral y ambas estaban encendidas e inundaban todo de un aroma a madera quemada que al instante me hizo sonreír, sorprendiéndome. Exhalé despacio al ver que cerca de una de las chimeneas, a mi derecha, había un enorme piano de cola. Era idéntico al que tenía mi padre. Un par de sillones de cuero verde estaban cerca de la otra chimenea y mi atención fue captada al instante por una pequeña estación de café de última generación junto a los sillones.

―Bonita, ¿verdad? ―una voz grave y masculina me hizo voltear hacia la izquierda y pude ver a quien había hablado. Se trataba de un hombre alto, de amplias espaldas y tez tostada. Sus ojos ambarinos estaban cargados de diversión y una sonrisa ladeada expresaba un júbilo que ni Emmerich ni yo sentíamos. Estaba vestido con una camisa blanca, abotonada hasta arriba, con excepción de los dos primeros botones. Los puños arremangados hasta la mitad de los antebrazos revelaron venas y tendones marcados debajo de su piel, junto con diversos tatuajes de variados diseños. Su cabello oscuro estaba cortado casi al ras cerca de la nuca y las orejas, pero algunos mechones caían sobre su frente. Dio un sorbo a una taza de café que tenía en la mano sin dejar de avanzar hacia nosotros.

―Christine, él es mi asistente, Karim Daroga ―dijo Emmerich con pesadez en la voz.

―Él dice asistente, yo escucho mejor amigo ―aclaró el recién llegado, extendiendo una mano en mi dirección. Noté que tenía una cicatriz que casi dividía el dorso por la mitad. La estreché despacio ―Es un placer, Christine ―sentí sus ojos sobre mí y lo vi suspirar ―Emmerich, ¿por qué no vas a buscarle algo más cómodo de vestir? Y de paso, te cambias. Te ves rídiculo, amigo ―Karim soltó una carcajada mezclada con un bufido.

―Estaba por hacerlo ―dijo Emmerich, cruzándose de brazos, la tela roja de su disfraz tensándose en los bíceps. Karim negó con la cabeza, aún sonriendo pero esta vez sin reír.

―Entonces hazlo

Emmerich carraspeó y exhaló con lentitud.

―Bueno, ya lo escuchaste. Vendré en un momento. Mientras tanto...¿Quieres...algo para tomar? ¿Café, té?

―¿Vodka? ―cooperó Karim, haciéndome sonreír.

―Café estaría bien ―dije y Karim volvió a señalar las escaleras.

Emmerich tardó unos segundos más en finalmente perderse más allá de las amplias escaleras dobles que se espiralaban hacia los dos pisos superiores. Escuché el sonido de una puerta y suspiré lentamente. Sentí los ojos de Karim sobre mi y al girarme, lo vi dedicándome una mirada extraña al tiempo que daba un sorbo a su café.

―¿Cómo quieres tu café? Te informo que Emmerich tiene una máquina de última generación y yo solamente entiendo un botón: negro. Así que por favor, dime que quieres café negro ―se encogió ligeramente de hombros y me reí de nuevo. La preocupación por mi padre seguía ahí, como un ancla que me mantenía atada a una realidad que todavía no entendía pero el humor de Karim ayudaba a sentirme algo más ligera. Quizá también el estar escuchando música de mi padre me hacía sentirlo apenas más cerca.

―Creo que quiero café negro

―Perfecto entonces. ¿Lo ves? Ese tipo de decisiones salvan vidas ―había algo en la manera en la que Karim hablaba que me pregunté si acaso todo era tan simple como él lo hacía parecer. Lo seguí con la mirada mientras se acercaba a la misteriosa máquina de café de Emmerich y sonreí al ver que se trataba del mismo modelo que mi padre tenía.

―Karim, espera ―me acerqué a la máquina y alzando un dedo, hice que lo siguiera con su mirada del tono del cobre pulido ―Este botón hace café negro. Este otro, es para agregar leche, tú eliges si fría o caliente y finalmente, este es para hacer cappuccinos. No es tan complicado, ¿lo ves?

Luego de unos segundos de silencio, Karim acercó su dedo al botón de cappuccinos casi con desconfianza.

―¿De casualidad eres científica? ―una risa nació de mi interior al escucharle y negué con la cabeza despacio.

―Esto aparece en el manual de la cafetera, Karim

―Manual que Karim se negó a leer ―la voz de Emmerich llegó desde la entrada de la cocina y me giré para verlo. Ya no estaba vestido en el traje rojo, sino que ahora traía una camisa blanca abotonada hasta arriba, cuyas mangas cubrían sus muñecas y tenía puestos guantes negros. Noté que tenía brazos poderosos y hombros anchos. Mi corazón se salteó un latido al recordar con absoluta claridad lo bien que se había sentido rozarlo. Pestañeé rápido, tratando de deshacerme de las burbujas de deseo. En su lugar, vi que su rostro aún estaba parcialmente cubierto. Algo de decepción se tejió en mi interior pues quería verlo entero. ¿Por qué usaba esa bufanda incluso dentro de su casa? La negra y pesada tela dejaba únicamente visibles sus ojos de un verde casi electrico.

― Christine, te he traído esto ―dijo Emmerich luego de acercarse finalmente a nosotros y me entregó un pantalón deportivo gris y una camiseta negra ―Puedes utilizar el baño de este piso, es esa puerta ―señaló con un dedo enguantado hacia una puerta blanca en una de las esquinas. Sus ojos parecían cálidos y me imaginé que debajo de la bufanda había una sonrisa ―Cuando regreses, tenemos que hablar

―¿Sobre mi padre?

―Y sobre los de Chagny

―Emmerich, no creo que sea buena idea... ―la voz de Karim llegó hasta nosotros y el magnetismo que sus ojos tenían sobre mi se diluyó apenas al recordar que no estábamos solos. ¿Cómo podía haberme olvidado tan rápidamente del otro hombre?

Sin decir nada más, me abracé a las prendas y me dirigí al baño sin haber podido notar cómo Emmerich había reaccionado a las palabras de Karim.

Una sensación viscosa se abrió paso en mi interior sin pedirme permiso. Estaba asustada pero mi padre me había dicho que debía confiar en Emmerich y eso iba a hacer. 

Un dueto en silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora