Christine había aceptado más fácilmente de lo que yo había esperado el plan que junto con Karim le presentamos el día anterior. Luego de dos rondas de cappuccinos, ella había entendido que tenía que empezar a pasar sus días en mi casa. Yo había pensado que iba a oponerse y hubiese estado en todo su derecho de hacerlo, pero me había mirado fijamente, diciéndome que confiaba en su padre y en la decisión que él había tomado al decirle sobre mi.
No había estado listo para eso. No había estado listo para escucharla aceptar que por ahora, hasta que pudiésemos averiguar más, ella tendría una habitación privada en el segundo piso. Ella había insistido en pagarme la renta. Al escucharla decir eso, tuve que ahogar una risa. Reconocía en esa idea la necesidad de mantener la independecia que seguramente había disfrutado de mano de Hans. Sin embargo, si iba a vivir bajo mi techo, no hacía falta que me pagara nada. Preferiría que ahorrase ese dinero que tenía para quizá en un futuro se comprase una casa propia o algo que ella quisiera. Suponía que tendría acceso a las cuentas de Hans. Fruncí el ceño al pensar en esos números. ¿Cuánto dinero sería verdaderamente de ella y cuánto de los Chagny? Debía investigar. Karim le aconsejó que no tocase el dinero de esas cuentas, en caso de que alguien pudiera rastrearla a través de los movimientos bancarios.
Karim se había despedido de nosotros, prometiendo que iba a volver al día siguiente con más información y donuts. Christine estaba silenciosa, sus delicadas manos envolvían lo que yo suponía sería su tercer cappuccino de la noche.
― ¿Quieres cenar algo?
― No tengo hambre. Estoy bien con esto ―alzó la taza y sonrió
― ¿Por qué no lo terminas en tu habitación? Así descansas
La observé inhalar despacio, su mirada fija en lo poco que quedaba de su bebida y asintió.
― No es que me moleste que estés aquí, es que realmente creo que podrías descansar ―me apresuré a aclarar, sintiéndome un estúpido por quizá haberle hecho entender entre líneas que su presencia me era un incordio. ¿Habría entendido eso?
― Lo sé, Emmerich. No te preocupes. La primera habitación a la derecha, ¿verdad?
― La que quieras ―inhalé despacio luego de hablar, algo más tranquilo ante sus palabras.
Eso pareció levantar sus ánimos y se dirigió a la escalera, sujetando su bebida y dedicándome una mirada por sobre el hombro.
― Gracias, Emmerich
― De nada, Christine
La seguí con la mirada, obligándome a no distraerme con la redondeada perfección de sus glúteos o el vaivén de sus caderas y cuando ella eligió la tercera puerta a la izquierda de mi habitación sonreí debajo de la protección de mi bufanda.
Opté por hacerme otro café y esta vez le agregué un poco de whisky. Mis ojos fueron por unos segundos al sorbete negro que ya estaba listo junto a mi taza y una pequeña llama de vergüenza comenzó a lamer mi interior. No debía dejar que creciera. No ahora, al menos.
Dando sorbos al mío a través del sorbete, me dirigí a mi oficina. Esa noche mantendría silencio, iba a dejarla dormir. Mi casa tenía una acústica excelente que yo mismo había diseñado y no quería que mi música la despertase. Después de todo, tenía varios proyectos silenciosos en los que trabajar. Tenía también que investigar lo que más podía a Hans, pero no debía llamar demasiado la atención. Tanto Karim como yo sabíamos que nada es verdaderamente irrastreable en el internet, por lo que debía tener cuidado con mis siguientes pasos. No quería que por un error, los de Chagny descubrieran que Christine estaba conmigo.
Al cerrar la puerta de mi oficina, me encargué de encender la chimenea. El frío en el aire me ayudaba a pensar, pero ahora estaba a punto de pasar el límite que para mi era tolerable. Me quité la bufanda y los guantes, dejándolos pulcramente doblados sobre una de las sillas tapizadas de rojo que tenía en una de las esquinas. Al verlos allí, fruncí el ceño y exhalé, el aire saliendo con libertad de mi ahora descubierta boca. No le había indicado a Christine donde estaba mi oficina pero sentí el impulso de cerrar la puerta con llave. Mi oficina era uno de los pocos lugares de la casa con un sistema de cerrajería clásico y no biométrico. Escuché la cerradura caer en su lugar, trabando la puerta y respiré despacio, sosegando los repentinos nervios que estaban abriéndose paso por mi interior. En la seguridad de mi oficina y sin mi bufanda, pude dar un sorbo al café sin usar el sorbete. Mi pequeña cuota de normalidad.
Abrí mi portátil y lo primero que parpadeó frente a mí fue un correo de los nuevos dueños del teatro Le Masque. Legalmente, el teatro seguía siendo mío y ellos actuaban en mi nombre, a pesar de que preferían ser llamados dueños. Eran solamente accionistas mayoritarios y yo los había seleccionado para que regentearan el sitio, luego de seguir de cerca su trabajo en la industria. Firmin DuPont y André Balland eran buenos a la hora de la publicidad, de los contratos con artistas, eso no iba a negarlo. Pero eran personas que a veces, parecían querer estar debajo de los reflectores más tiempo que los propios artistas. Buscaban aplausos para si mismos. Ese era quizá su único y más llamativo defecto. Seguiría trabajando con ellos hasta que dejasen de serme útiles.
En su correo, estaban informándome que tenían intenciones de abrir una nueva tanda de funciones de Hannibal, una de las óperas más famosas. Habían adjuntado sus ideas de publicidad, los potenciales inversores y sponsors y cómo no, sus propuestas para los papeles. Habría un proceso de audición corto, ya que iba a ser la segunda vez que Firmin y André iban a estar detrás de Hannibal y ya tenían en mente repetir la mayoría de los papeles. Quizá no sería mala idea hacer eso para atraer a seguidores fieles, pero ver la foto de La Carlotta con su sonrisa altanera y ese pobre poodle que no tocaba nunca el piso por estar continuamente en sus brazos, me dio mala espina. Sabía que era la actriz preferida de Firmin y André y un éxito asegurado a la hora de conseguir público. Su jodido club de fans, Los Devotos, podrían llenar la sala en cuestión de segundos. Su presencia en redes era muy fuerte y tenía más de un millón de seguidores en Instagram. Si, era una apuesta segura.
Le di el visto bueno a todas las propuestas de Firmin y André, aceptando el presupuesto necesario de publicidad y mis ojos volvieron a la sonrisa de La Carlotta. Firmin y André habían agregado una pestaña extra a la hoja de cálculo de presupuesto, titulada "Pedidos de la Primadonna".
― Claro que iba a tener una pestaña para ella sola ―musité, mientras veía las celdas en las que ella había expresado sus necesidades.
Botellas de agua Evian, fruta fresca -de preferencia, uvas y granadas ya peladas-, chocolate sin calorías y café Juan Valdez. Un vestuario secundario, escogido por ella misma y su estilista, un cojín personalizado para Sonatina, su poodle malcriado.
Tuve deseos de negarle ese presupuesto pero no quería tener problemas y Firmin y André tenían razón en considerarla la apuesta segura. Me terminé de un largo trago el café, disfrutando del sabor del whisky. Tenía cosas más importantes en la que ocupar mi tiempo y energía que en los caprichos de una diva.
ESTÁS LEYENDO
Un dueto en silencio
RomanceEn este retelling moderno (y ultra spicy) de El Fantasma de la Ópera de Gastón Leroux vamos a poder disfrutar de esta conocida historia de otra manera. -- La joven Christine Daaé conoce a Emmerich Roux, un hombre que oculta demasiados misterios det...