Capítulo 9 ― Christine

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Cuando me desperté, me costó darme cuenta al principio de dónde estaba. Había demasiado blanco a mi alrededor, blanco y dorado. Mi habitación no tenía esos colores. Esta no era mi habitación, no la de siempre al menos. La cama estaba adoselada al igual que la mía pero el cubrecama no era rojo, era blanco. Todo era blanco en esa habitación. Era una nueva. En la casa de Emmerich Roux. Tuve el impulso de revisar la hora en mi móvil pero recordé al instante que se lo había dado a Emmerich. Me pasé ambas manos por el rostro y luego de separar los dedos para observar de nuevo mis alredodores, vi que en el enorme reloj de pared que eran las nueve de la mañana.

Del día siguiente.

¿Cuánto tiempo había dormido? No recordaba haber tenido pesadillas y mi cuerpo se sentía descansado. Era extraño. Una parte de mi quería sentirse culpable por haber descansado bien cuando debería estar sintiéndome ahogada por el pánico y los nervios ante la supuesta desaparición de mi padre. ¿Por qué estaba tan tranquila? ¿Por qué había aceptado con tanta liviandad y rapidez lo que había ocurrido? ¿Acaso de alguna manera siempre había sospechado que algo así iba a ocurrir?

No. No era eso.

No podía serlo al menos. Conocía los límites de mi propia inteligencia y percepción y jamás podría haberme imaginado así. Mientras bajaba de la cama y me dirigía al baño en suite -también blanco y dorado-, supuse que era porque a pesar de que lo conocía hacía poco, confiaba en Emmerich. Un desconocido que había dejado entrar entre mis piernas y que ahora él me había dejado entrar en su casa. ¿Qué tan profundo había sido el vínculo entre él y mi padre para que el segundo me dijera que buscara al primero?

Me lavé el rostro y mi estómago se quejó apenas. Tenía hambre y era lógico pues lejos habían quedado los cafés que había bebido la noche anterior. Me di una ducha rápida, en la que descubrí que el agua tenía la presión ideal para despertarme y energizarme. Emmerich había dejado una variedad de shampoos, jabones y acondicionadores, pero como siempre opté por el de manzana. Siguiendo un instinto de curiosidad, abrí el armario que ocupaba una de las paredes de la habitación y chasqueé la lengua al hallarlo vacío. ¿Qué esperaba? Volví a vestirme con las prendas que Emmerich me había dado el día anterior y dejé que mi cabello se secara al aire. La casa estaba cálida a pesar del frío invernal más allá de las paredes.

Una mezcla de aromas salados y dulces me guió a la planta baja y allí pude escuchar una conversación de dos voces masculinas, una apenas más grave que la otra. Entré en la cocina para encontrarme con Emmerich ataviado con un delantal negro, una bufanda alrededor de su cuello, cubriendo gran parte de su rostro y manipulando comida con guantes de látex negro. En la isla de mármol negro que presidía la cocina, vi a Karim sentado cómodamente en una butaca.

―Buenos días ―dijo él, dedicándome una sonrisa con sus ojos ambarinos cargados de diversión. Estaba vestido con una camisa blanca, abotonada hasta el cuello, con los puños arremangados hasta la mitad de los antebrazos, revelando venas y tendones marcados, junto con sus diversos tatuajes de variados diseños. Me pareció ver una flor de lis pero no estaba segura. Algunos mechones caían sobre su frente y supuse que no llevaba demasiado tiempo despierto. Dio un sorbo a una taza de café que tenía en la mano sin dejar de sonreír.

―Buenos días, Christine ―dijo Emmerich, mientras daba vuelta un omelette con una precisión casi de chef.

Karim movió una mano para saludarme y en el mismo movimiento pescó un trozo de melón. Noté que tenía una cicatriz que casi la dividía por la mitad

―Emmerich no sabía si te gustaba lo dulce o lo salado, así que aquí lo tienes, preparando suficiente comida para por lo menos cien personas. Espero que tengas hambre, Christine ―dijo con simpatía.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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Un dueto en silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora