Acababa de tener sexo con la hija de Hans Daaé.
Si mis cuentas no fallaban ―y nunca lo hacían― ella tenía veintidós años. Recién cumplidos el pasado catorce de abril. Lo sabía porque el catorce de abril veintiñún años antes había sido la última vez que había visto a su padre. Tenía deicinueve años menos que yo. Debería haberme dado cuenta, debería haber sospechado de algo. La imaginaba más joven que yo debajo de la máscara pero ahora me sentía un condenado criminal.
Hans le había dicho en esa llamada cargada de desesperación que me buscara a mí.
A mí.
¿Por qué?
Él había sido el que casi veinte años atrás me había expulsado de su hogar, diciéndome que nunca más quería verme y que se arrepentía de haberme conocido. El recuerdo aún me molestaba. Aún supuraba en mi interior como una herida mal curada. Hans había sido una vez mi mejor amigo. Mi primer mejor amigo.
Christine había decidido confiar en mi y ahora me seguía, nuestras manos entrelazadas, mientras yo navegaba los pasillos de esa mansión esperando que nadie nos viera. Por fortuna, parecía haber sido construida siguiendo los planos de una de estilo Victoriano y sabía esos de memoria. Encontré una salida lateral en cuestión de minutos y avancé hasta mi coche. Consideré ofrecerle a Christine que se sentara en el asiento trasero para que tuviese mayor comodidad pero ella abrió la puerta del copiloto y no dudó en usar el cinturón de seguridad, ajustándolo alrededor de sus curvas.
No pude evitar recorrer su cuerpo con mi mirada y recordé lo bien que se había sentido tocarla, explorarla, estar dentro de ella.
Carajo.
Chasqueé la lengua, tratando de no sentirme como el peor hombre del jodido planeta y comencé a conducir con camino a mi casa, manteniendo el silencio entre ambos, sospechando que quizá ella necesitaba algo de espacio.
―Gastón, llama a Karim ―le indiqué a mi asistente de inteligencia artificial con el que había equipado a mi coche, el mismo que estaba en mi casa y en cada uno de mis vehículos. Al instante, la grave voz de mi socio y amigo resonó en el interior del coche. Le dediqué una mirada de soslayo a Christine, quien miró con atención el tablero inteligente junto al volante.
―Emmerich, ¿qué ocurre?
―Te necesito en mi casa en aproximadamente diez minutos
―Ya estoy en tu casa ―la voz de Karim tenía una sonrisa ―Me quedé sin vino y tú tienes el mejor y...
―Karim, tengo un problema grave.
―Entonces nada de vino. Brandy será mejor
―Gastón, corta la llamada ―dije y puse los ojos en blanco, aferrándome al volante mientras aceleraba a fondo, tomando una autopista secundaria ―Gastón, llama a Hans Daaé ―el tono comenzó a llenar el coche pero no hubo respuesta. Mientras intentaba mantener la compostura por el bien de Christine y quizá el mío también, entendí que estaba en problemas. No se me escapó la inhalación que ella realizó al escuchar a quién había intentado llamar.
Un suave ruido a mi derecha captó mi atención. Maniobré hasta una de las plataformas de emergencia a los costados de la autopista y detuve el Audi allí. Christine parecía estar a punto de volver a entrar en un estado similar al que estaba antes de que saliéramos de la mansión. Estaba mirando todo con ojos cargados de mil emociones y preguntas, casi al borde del llanto. Pude ver que sus irises tenían un tono que yo siempre había asumido estaba reservado únicamente para el cielo matutino. Esos ojos se fijaron en mi y ladeé todo mi cuerpo para que pudiera verme y traté de lucir poco amenazante. Con un botón, destrabé las puertas del coche y bajé las ventanillas. El aire nocturno agitó sus bucles castaños hasta hacerlos parecer un halo.
―¿Cómo te sientes? ―pregunté despacio, mientras veía cómo ella se sujetaba al cinturón de seguridad alrededor de su torso con ambas manos. No estaba tratando de quitárselo, sino que parecía querer buscar algo qué sostener para que sus manos no temblasen. Pareció hallar tranquilidad en esos segundos y exhaló despacio, fijando su mirada sobre la guantera frente a ella.
―No entiendo muy bien qué ocurrió. Mi padre no tiene un sentido del humor particular. Es bastante malo y dudo que esto sea una broma pero... ―supuse que era algo bueno que ella ya no se estuviera refugiando en el silencio de momentos antes y que haya encontrado su voz de nuevo. Su hermosa voz.
―No es una broma, Christine. Al menos, no creo que lo sea. No si tu padre me involucró a mi
―¿Conoces a mi padre? No tengo idea quién eres y yo conozco a todos los amigos de mi padre y... ―una idea pareció terminar de formarse en su interior ―Dios Santo, no tengo idea quién eres y mi padre... ―su pecho comenzó a subir y bajar y se llevó las manos al rostro.
Posé una mano aún enguantada sobre uno de sus hombros de piel erizada y traté de sosegarla.
―Respira profundamente, Christine. ¿Quién es la persona de mayor confianza de tu padre? ―pregunté, sabiendo la respuesta que me iba a dar, mientras la bilis amenazaba con trepar por mi garganta.
―Philippe de Chagny ―respondió sin dudar y tragué finalmente la bilis amarga.
Mantuve silencio por unos segundos al escucharla mientras mi mano continuaba acariciándola despacio. Después de lo que habíamos hecho, tocarla así se sentía incorrecto. Que ella estuviera en mi coche se sentía incorrecto. Apreté la mandíbula y finalmente bajé mi mano.
―¿Puedes quitarte la máscara? ―me interrumpió y la sangre se me heló al escucharla. Casi de manera inconsciente, retrocedí en mi asiento, alejándome apenas de ella.
―Mi rostro...tengo...yo... ―no había esperado que me dijera eso, aunque una parte de mi, la más lógica y racional, entendía la necesidad de la joven de verme ―Sé que...quisieras verlo, verme. Pero es díficil para mi. Prefiero contártelo todo una vez estemos en mi hogar ―me di cuenta de cómo sonaba lo que acababa de decir y alcé una mano, en lo que esperaba fuera un gesto conciliador ―En mi casa podré contarte todo y hablar con Miranda Giry. Supongo que sigue siendo la abogada de tu padre
Pinceladas de sorpresa aparecieron en su bonito rostro y asintió. Supuse que quizá la mención de la abogada pelirroja le habría hecho entender que a pesar de que yo era un completo desconocido para ella, yo si sabía quién era.
Dios Santo. Yo ahora si sabía quién era.
―Entonces...vamos a tu casa ―dijo con suavidad, una vez más sujetándose a su cinturón de seguridad ―Emmerich ―agregó mi nombre casi como si hubiera sido un pensamiento secundario y pasé saliva, ignorando lo bien que se sentía escucharlo en su voz.
Volví a conducir y agradecí el silencio. La sensación que se había creado en mi interior luego de que ella me pidiera que me quitase la máscara seguía allí, pero se había casi evaporado. No quería que ella sintiera asco. No después de lo que había pasado entre nosotros. Algo que no debería haber pasado. Apreté los dedos sobre el volante hasta que mis articulaciones crujieron.
Tomé el acceso a mi casa y estacioné en el camino empedrado. Las luces estaban encendidas. Todas y cada una de ellas. Maldito Karim y su miedo a la oscuridad.
―Hemos llegado, Christine ―me quedé unos segundos en el asiento mientras el motor de mi coche terminaba de enfriarse. Ella asintió y se bajó, acomodándose el vestido, su piel aún erizada.
Maldición, ¿qué se supone que voy a hacer ahora?
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Un dueto en silencio
RomanceEn este retelling moderno (y ultra spicy) de El Fantasma de la Ópera de Gastón Leroux vamos a poder disfrutar de esta conocida historia de otra manera. -- La joven Christine Daaé conoce a Emmerich Roux, un hombre que oculta demasiados misterios det...