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INESPERADA ATRACCIÓN.
REGLA NUMERO UNO:
NO ENAMORARSE.

REGLA NUMERO UNO:NO ENAMORARSE

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NARRADOR OMNISCIENTE 


Después del entrenamiento de básquet, Bill había asistido a una reunión para jugadores en el antro central de Boston. Estaba lleno de gente y la mayoría de los invitados eran parte de varios equipos de básquet, algunos alumnos de escuelas diferentes o personas común y corrientes con tal de pasar el rato entre copas y risas.

El sonido de la música resonaba por todo el lugar, Bill básicamente tenía que gritar para que Gustav pudiera escucharla en medio de todo el desorden del antro que estaba creando. Era grande y con luces neon iluminando el lugar, el bartender estaba solo y sin clientes, tenía que aprovechar esa oportunidad.

—¡¿Y Tom?! ¡¿Que no se vendría contigo en la salida de la universidad?! —Gustav le pregunta en voz alta, en medio de toda la multitud que casi los aplastaba.

—¡No quiso venir! —grita en el oído de Gustav sin mucha importancia, todavía tenía puesto el uniforme y el balón de básquet en una mano, no tenía el maquillaje negro puesto debido al sudor que desprendió en el entrenamiento, haciendo que toda la sombra negra se corriera en sus mejillas y cara —. ¡Decidió quedarse estudiando en casa! ¡Ya sabes cómo es mi hermano de raro! ¡Mejor cuídame el balón! ¡Iré por un trago!

—¡Me traes uno por favor, egoísta!

Bill soltó una risita y le lanzó desde lejos el balón a Gustav, quien lo atrapó con sus manos de manera experta para después darse la vuelta y caminar hacia uno de los sofás que rodeaban una gran mesa de cristal pequeña. Bill había revisado su teléfono con ansias, se supone que Georg y Tom tendrían que avisarle en dónde estaban y si han llegado a casa con cuidado y a salvo. Pero al parecer, no recibió respuesta por parte de Tom, y eso que su mensaje ya lo había mandando desde hace horas.

Caminó rápidamente en medio de las mesas y también de la pista de baile en dónde la multitud saltaba y reía en compañía de sus amigos. A lo lejos ya estaba en bartender sirviendo tragos y también haciendo trucos con cada cóctel que preparaba, la barra de tragos estaba vacía.

—Hola... —una voz masculina, profunda y ronca retumbó en su oído con seducción y con burla placentera.

La espalda de Bill se arqueó un poco y no hizo falta tener que mirar atrás para darse cuenta quien lo estaba siguiendo. Las mejillas se le sonrojaron suavemente y por alguna razón extraña, la punta de su nariz comenzó a picarle y las manos temblando como bailarinas nerviosas a través de sus venas.

Ese hombre tenía una magia especial, un don para tenerlo como un frágil cuerpo que fácilmente puede derrumbarse en el piso con unas simples palabras o un vil saludo tan ronco como ese.

Patrones rotos | Tom KaulitzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora