CAPÍTULO 10 EL REPARTO

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Cayeron y cayeron por el hueco de la trampilla. La sensación dejó inconsciente a Dani.
Tomás agarró la espada que tenía en la espalda, salida de la nada, e intentó hacer un hueco en la pared para sujetarse.
Pelayo intentó agarrar a Dani, y empezó a caer aún más rápido. Intentó lanzar hacia arriba a Dani, pero no pudo apenas dejarlo quieto medio segundo.
- ¡Venid hacia mí! - gritó Tomás.
Se movieron hacia la posición de Tomás, que clavó la espada en la pared, pero se soltó.
- Vamos demasiado rápido. No puedo hacerlo.
Sacó unas hojas y un lápiz de la nada y se puso a escribir.
- ¿Qué es eso? - preguntó Pablo.
- Mi testamento. En mis casi sesenta mil millones de años de vida he podido hacer bastante, pero no lo he terminado aún.
Pero chocaron contra algo blando, y dejaron de caer. Tomás frunció el ceño.
- Solamente es una de las fechorías del tiburiano.
En un cartel pegado a la pared ponía algo. Fueron a mirar.
“Aparece esta trampilla si dices siete veces tiburiano o sus derivaciones”.
- Vale. Pero no dice nada de lo que tenemos que hacer ahora.
- Yo creo que sé lo que hay que hacer - dijo Marcos. Todos los amigos le miraron.
- ¿Crees que es volver a decir siete veces esa palabra? - preguntó Tomás.
- Sí. Piensa que además son siete veces.
Tomás asintió, y cada uno de ellos dijo una vez “tiburiano”, pero no pasó nada.
- Tendrá que decirlo una sola persona - planteó Tomás, y dijo siete veces esa palabra.
Y del cartel salió volando un cuchillo.
Todos lo esquivaron a tiempo, pero un montonazo de armas proyectadas salieron de todas partes.
Tomás esquivó todas y fue hacia una pared. El cartel ahora ponía un número de armas restantes, que eran veintidós.
Se paró con solo un arma. Tomás clavó bien fuerte en la pared, y dijo a los amigos que se sujetaran a él. Un bloque gigantesco cayó y rompió el suelo, pero los bordes quedaron intactos.
Los Amigos seguían sujetados a Tomás, y el suelo que había debajo de ellos desapareció.
Se quedaron colgando en el vacío, y la espada no iba a aguantar mucho más.
Ahora el cartel ponía diez segundos restantes, no podía significar nada bueno.
Y cuando llegó al cero explotó. Los Amigos se sujetaron a duras penas, pero lo consiguieron.
El cartel ya no estaba, en vez de eso había un pasadizo secreto. Y Tomás dijo a los demás que saltaran hacia el pasadizo, pero era demasiada distancia. Y alguno de ellos acabaría con el cuerpo entre los pinchos afilados que se veían abajo.
Fue Tomás el que saltó, y llegó perfectamente. Su parte animal le había salvado.
Pero una roca que ocupaba todo el pasadizo salió desde dentro y Tomás no tuvo más remedio que volver y saltar hacia los amigos.
Pero se había hecho sangre en la mano con una de las armas y cuando se sujetó a la mano de Marcos, se resbaló y se cayó en dirección a los pinchos.
Tomás usó su última oportunidad agarrándose con sus uñas de conejo a la pared, pero iba tan rápido que se le rompieron.
Pero tuvo la suerte de que había otra puerta en su pared más abajo, y consiguió entrar dentro.
Pero sin querer hizo aparecer en sus manos su espada, y los amigos cayeron otra vez.
Por suerte, vieron dónde estaba Tomás y consiguieron entrar todos. Pero otra roca del tamaño del pasadizo apareció.
Tuvieron la suerte de que Tomás estuviera delante con la espada para romper la piedra, pero cuando pasó por encima de ellos ni les tocó. Era solo un holograma.
Fueron andando por el pasadizo, y aparecieron otra vez en su celda.
El tiburiano estaba fuera dela celda, mirándoles.
- No habéis pasado la prueba. Primero teníais que llegar a la parte blanda conscientes, si no...
- ¿Y Dani? - preguntó Isaac, dándose cuenta de que no estaba con ellos.
- En otra celda. Sigo diciendo. Primero teníais que llegar conscientes a la rampa. Después, sobrevivir a las armas. Luego, coger un arma afilada que había sido lanzada y sujetaros a la pared. Después, resistir a la explosión. Luego, entrar al pasadizo, evitar que la roca te aplaste y lanzarte al vacío. Después conseguir entrar en el segundo pasadizo, traspasar la roca sin miedo y tocar el interruptor verde que había allí, aunque también hay uno azul y uno rojo. El verde desactiva los pinchos, entonces os tiráis al vacío. Y cuando veáis el suelo, intentar ir lo más rápido posible y sin temor. Apareceríais otra vez en la celda y ganaríais una semana entera de descanso.
Descansaron hasta las 0:00 h.t. y salieron de las celdas. Pero no se encontraron con los nuevos integrantes de la pandilla esa vez.
El alienígena les llevó hasta la entrada, llevó el autobús, los amigos se quedaron en el primer piso, llegaron hasta la mina, y se pusieron a trabajar.
Pero estaban más cansados incluso que antes de llegar a las celdas, e hicieron una semana muy mala.
Pasaron varias semanas sin encontrar a los dos nuevos amigos, y cada vez obtenían peores resultados, aunque ya no tuviesen la maldición.
Cuando terminó el descanso de un séptimo día, el alienígena se los llevó en autobús hasta la mina. Pero cinco minutos más tarde volvió. El invasor salió del autobús.
- Atentos todos - dijo. Todo el mundo dejó de trabajar y se acercaron a él.
Volvió al autobús y sacó una cesta. Se la tendió a Marcos.
- A partir de hoy os toca entregar comida y bebida. Hoy le toca a Marcos, mañana a Isaac, al siguiente Pelayo, y después los que queden en orden del horario. Tendréis que empezar a repartir comida a las doce. Volvéis a vuestra mina y trabajáis, no podéis descansar ya que repartiendo comida y bebida estáis trabajando menos tiempo. Eso, cada dos horas. Intentad hacerlo cada vez lo más rápido posible. Y cuando terminéis de repartir a todos ya podréis comer y beber vosotros mismos. Pero el papel del séptimo es distinto. Es más fácil, tendrá que repartir la comida por las celdas a medida que llegan las personas para descansar. Pero claro, aunque sea más fácil, el séptimo tendrá el mismo tiempo de descanso que el que menos tenga. Si es que hace suficientes horas extra y recogéis suficiente uranio. Hoy le toca a Marcos. Empieza ya y los demás poneos a trabajar.
Marcos sujetó la cesta y se puso a andar hacia la mina ocho. Eran solo cinco minutos para ir de una mina a otra, pero eran muchas minas.
Fue contemplando las gigantescas decoraciones. Seguía sin entender cómo podía haber tanto uranio. Tardabas más de medio minuto en superar una sola decoración a buen paso.
Llegó a la mina ocho, donde el primero del horario lo recibió con una inmensa alegría.
- ¿Por qué has tardado tanto? ¡Se supone que deberías haber llegado aquí hace casi un minuto!
Marcos le dio los alimentos rápido y se fue a la mina nueve. Le habría querido explicar al de la mina ocho cómo era lo de ser el repartidor, pero tal como se lo había puesto...
Llegó cuatro minutos más tarde, pero no había nadie descansando.
- ¡Mina nueve! - gritó al agujero - dejo aquí la comida para el número uno.
Y se fue hacia la mina diez.
Cuando terminó de dar la comida y la bebida allí, volvió corriendo hacia su mina, y cuando llegó, en vez de pararse siguió hacia la mina seis.
Con la inercia de haber corrido antes llegó en tres minutos.
Se encontró a uno esperando. Estaba mirando al espacio. Siempre estaba negro, pero las estrellas se veían perfectamente y su reflejo en las decoraciones hacía que el terreno estuviera más iluminado.
- ¿Eres el primero de la lista? Tengo tu comida y bebida.
El otro se volvió para mirarle. Asintió, se levantó y cogió su comida y su bebida. Volvió a sentarse en la roca y se puso otra vez a mirar al espacio.
Y media hora después llegó a la mina uno. Se puso a hablar con el que había repartido comida el primer día.
- Por suerte está mejor hacer esto que trabajar. Me gusta andar, aunque hacerlo por obligación no.
Siguieron hablando durante un cuarto de hora, porque el alienígena les había dicho una vez cuando estaban todos juntos que no le importaba si hablaban con otras personas mientras repartían, pero que solo si iban bien de hora. Y a Marcos le quedaba más de una hora para empezar la siguiente ronda de reparto.
- Veo a todos con los que me he cruzado ausentes o muy enfadados, creo que nos está afectando esto demasiado. ¿A ti te pasó?
- Era el segundo día, no había nadie en ese estado. Por suerte, yo no he perdido todavía la cordura. Esto es algo que nos ha pasado, y hay que afrontarlo y dedicarle tiempo.
Marcos volvió a su mina, y se puso a trabajar sin pensar, como un autómata. Si fuera Isaac, con su parte androide...
Repartió las otras seis tandas de comida y bebida y se puso a comer él. Ser el repartidor costaba menos, pero te daba más hambre. Al fin al cabo nadie tiene hambre después de vomitar cuatrocientas cincuenta veces.
Dos días más tarde Pelayo volvió de su última ronda de reparto sollozando.
- ¡No puedo más! Es que veo a todo el mundo cómo está, sin nada que le importe, nada que desear...; ojalá acabe esta locura y podamos volver a nuestro planeta a la rutina diaria normal ya. Nosotros no hicimos nada a los tiburianos, fueron nuestros antecesores...
- Tienes razón, pero eso no significa nada para un alienígena con miles de millones de años de vida.
Cada uno hizo su día de reparto, y llegó el día número siete, el del descanso, excepto para Dani.
El alienígena fue a la propia mina casi diecisiete horas antes de las 0:00 h.t., a las 7:12 h.t. exactamente. Y se llevó a Dani.
Llegaron en medio minuto a las celdas y el alienígena empezó a explicar a Dani lo que debía hacer a continuación.
- La primera persona llegará en menos de una hora. Tienes que cocinar sopa.
Dani se sorprendió.
- Yo nunca he cocinado sopa. Si quieres te la puedo servir, pero hacer no sé.
- Y por eso te he llamado con una hora de antelación. Para enseñarte y que la cocines. Yo mismo la repartiré, ya que las celdas están juntas.
Fueron a una estancia gigante que parecía la cocina. Había una olla gigante y más aparatos de cocina.
- Vale. Primero tienes que hacer el caldo. Mete las verduras que tú creas en la olla para hacerlo. Cubre un poco más de tres cuartos y bátelas.
- ¿No sería mejor hacerlo en una olla de prueba al principio y después, cuando ya lo tenga dominado, hacerlo en esta olla, la olla grande?
- No he puesto un pie en falso. Quiero decir, esa es la olla de prueba. Tengo miles y miles de kilos de comida, y aparte la puedo comer yo mismo y saboreo algo, que hace mucho que no lo hago, ya que no necesito comer.
Puso las verduras de un puré, y le salió un caldo bastante decente. El alienígena lo probó y asintió.
- Ahora haz las mismas medidas multiplicadas por veinte en esta olla.
La olla era veinte veces más grande. Dani ni siquiera llegaba a ver lo que había dentro, y el alienígena tampoco. Cogió unas escaleras y se las dio a Dani.
Con toda la comida del mundo, Dani consiguió hacer un buen caldo grande.
- Vale, ahora solo faltan los fideos.
El alienígena empezó a buscar los fideos, pero no los encontraba. Era cierto que tenía toda la sala repleta de comida, pero no se le podía olvidar a un alienígena como el dónde estaba una comida que suele preparar. Pero al final los encontró.
Dani se encontró en la celda a uno del tramo uno, el que el primer día había repartido comida. Con su sensatez había hecho más horas extra para tener más descanso y también para compensar a las antiguas horas de Los Amigos, las que no les servían para nada.
Saludó a Dani, que le sirvió con el mayor cuidado posible la sopa.
- ¿En cuánto llegan los demás? - le preguntó a Dani.
- En seis horas. Cada vez conseguimos tener más horas de descanso, pero, aunque no esté la maldición, todavía seguimos detectando y recogiendo menos cantidad de uranio que vosotros.
- Supongo que si el camino principal está más cerca del centro del planeta, que es donde más uranio hay, significa que cuanto más cerca estés más uranio vas a recoger, y nosotros somos los que estamos más cerca...
Pero el alienígena interrumpió su conversación entrando con su extravagante velocidad con otro niño de la mina uno. El alienígena miró a Dani, que supo lo que debía hacer.
Sirvió sopa al segundo, que tenía menos cordura.
Los Amigos terminaron de aparecer a las 14:28 h.t., y Dani les sirvió sopa.
Dos horas después Dani terminó su trabajo y pudo ir a descansar.
- Tres semanas para la separación, - dijo Tomás - no sabría decir si es más fácil o más difícil...
- Oh, vosotros mismos lo comprobaréis...
Pero nadie vio de dónde procedía la voz. Tomás pensó en un ser invisible, pero no pudo defender a Los Amigos. Porque le entraron las visiones más terroríficas de toda su existencia.
Todo estaba oscuro, nada se veía alrededor. Encendió un reloj que llevaba en la muñeca. Ponía que era el año 2027. “Tres años” pensó. Y vio deslizarse algo delante de él.
Se quedó inmóvil. Catalogó en su memoria el número de monstruos que había en esa galaxia y cuál podía ser ese. Pero estaba paralizado de terror, y no podía pensar. Pero el siseo del monstruo le hizo recordar. Traptus. Un escalofrío le recorrió la espalda.
Nadie nunca había escapado con vida de Traptus. ¿Habría explicado a Los Amigos atrás que no hay un solo monstruo igual y que por eso había que conocerlos a todos ellos?
Pero increíblemente se teletransportó. No sabía cómo lo había hecho. Era una sensación muy extraña. Es cierto que nunca lo había hecho antes, pero...
¿O sí? Quizás ya lo había hecho antes, pero él, con la visión, no lo sabía.
Y se acordó de por qué los Traptus eran tan peligrosos: sabían todo lo que iban a hacer sus presas. Y si él era en ese momento su presa, el Traptus nunca escogería a otra hasta no dejar ni rastro de él.
Estaba en un planeta muy parecido a Urania, pero mucho más grande y poderoso, por describirlo de alguna manera. Y escuchó la voz del Traptus.
- Eres... mi... presa... - decía su voz.
Y la única debilidad del Traptus era la oscuridad, porque hay podías ver su silueta tenuemente.
Porque Traptus era invisible.
- ¿Tomás, Tomáaaaaass?
Pero él, apenas se despertó, se volvió a desmayar.
Se despertó a las 0:00 h.t., a la hora en la que se terminaba el descanso. El propio tiburiano estaba allí. Y es que eran las 0:30 h.t., y estaban ellos dos solos. Le miró con cara de preocupación.
- No me quiero preocupar por ti, y sigo con mi plan, pero algo muy malo va a pasar si tienes tantas visiones por el día.
- Serás... mi... próxima... presa.
El tiburiano no pareció inmutarse, pero Tomás lo escuchó perfectamente. Y el tiburiano lo notó.
- ¿Traptus...? - no completó la pregunta.
Tomás asintió y el tiburiano bajó la cabeza.
- Aunque cuando deje de vivir me salves, Traptus seguirá yendo hacia mí. Y no puedo camuflarme.
- ¿Dentro de cuánto?
- En tres años ya lo tendré encima.
- Cada vez tarda más en matar. Está muy viejo...
- Y no es inmune a la muerte de edad.
- Esa es tu única posibilidad. Ni yo ni nadie podremos ayudarte, excepto los de la primera dimensión.
- Existe la tercera, según visiones compartidas.
- No son muy fiables.
- Ya, pero sí hasta ese punto. Hay algaemus trapitus.
- Entonces existe de verdad. Los ratales que nunca volvieron, el libro de los dioses perdido, el martillo.
- Y todo lo demás de la tercera dimensión. La barrera intocable, las infinitas cuevas de la penumbra, el laberinto de atrás...
- Imposible de hacer, todo es hacia atrás.
- ...y Traptus. Las cuevas de la penumbra son mi visión, si no me equivoco su primer ataque... y puede que el último.
- Por lo menos le puedes ver.
- Demasiado tenuemente.
- Pero suficiente como para intentar dañarle.
- El secual maldito. Lo tendrían que haber matado sin indiferencia alguna.
- Demasiados errores. Por suerte todavía te quedan tres años, suficiente como para ver el final del planeta Tierra.
- El mago se enfadará. El moderador...
- Lo sé. Pero el moderador ha dominado bastantes años el planeta y ha hecho una vida más difícil...
- No para los míos. Sé que no te quedaste contento con las separaciones, pero no debes tomártelo a mal. Te ha estado oprimiendo hasta tal punto que has hecho decisiones totalmente alocadas.
- Sí. Y no han terminado, ni mucho menos. Porque esta te perjudicará también a ti.
- Serás... mi... presa... mi... juguete... la... ley... del... secual... maldito... se... alzará... y... triunfará...
Tomás no se resistió más, y murió. 

Los Amigos y la invasión alienígenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora