CAPÍTULO 7 SUEÑOS

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No hablaron mucho más. Se acostaron y se durmieron. Pero todos, después de lo que les había contado Tomás, todos tuvieron pesadillas.
Tomás estaba en el palacio de Tiburia, atravesando sus enormes e interminables pasillos. Seguro que el alienígena estaba muy enfadado con él, así que tendría que intentar guiarse por los pasillos hasta encontrar la salida.
Torció a la derecha en tres pasillos, porque siempre venían desde la izquierda los súbditos del alienígena. Y se lo encontró, de pronto, frente a él.
- Con este poder seré invencible.
Tomás apareció de pronto en otra sala. Estaba atado, y todos los amigos estaban con él. Había una lámpara gigante, de las de techo, en el suelo, que de pronto saltó por los aires. Ahí estaba otra vez. Tenía en sus manos su espada y se abalanzó contra él.
Y de repente estaba en otro planeta. Su sueño se separó en dos. En uno vio a la criatura más espeluznante de toda su vida, y en el otro lado vio al Tiburiano sacando una jeringuilla mediana de su bolsillo y clavándosela a Los Amigos. Todo mal. Todo estaba mal. Si funcionaba la guerra sería inminente. Todo sería un caos. La Tierra sería destruida. Incluso las plantas. Y el monstruo se abalanzó sobre él.
Se despertó. No podía ser. No sabía que el alienígena guardase tanto rencor hacia él. No eran simples sueños. No podían ser sueños. Eran visiones. Visiones que dictaminaban su sentencia de muerte.
Pelayo, en cambio, estaba en el pasado. Todo el mundo tenía secretos que ocultar. Pero lo suyo eran simples trucos de aprendiz de mago humano. No sabía cómo serían los magos alienígenas, pero mejores que los humanos seguro. Estaba en el espacio, veinte mil millones de años atrás. El invasor todavía no había nacido, pero Tomás sí. Lo encontró en la otra punta del espacio. Le saludó, pero él no le reconocía. Pelayo creó el Big Bang, para que se acordara de él. Pero su cara cambió, y apareció la cara de Marcos. Estaba ansioso, deseando el mayor poder posible. Entonces vio la Tierra, totalmente descuartizada.
- ¿Pero qué has hecho?
- He hecho lo que tenía que hacer.                 
Pelayo fue a la Tierra, pero estaba todo destruido. Las casas, los colegios, los parques, los sitios de camping...
No quedaba ni una persona, ni siquiera cadáveres. Nació una llama de esperanza en su interior, pero se acordó de los bleinder. Se fue a un planeta lejanos, donde pasó siglos. Le llegó la noticia de que los bleinder estaban en una de las lunas de Saturno. Y los secuales atacaron el planeta.
Destruyeron todo lo que había en él, pero a él no le encontraron. En vez de eso, se encontró al alienígena Tiburiano.
- Tú... has destruido mi planeta y todo lo que había en él.
- No a las personas.
Pelayo frunció el ceño, y se acordó de la historia de Tomás.
- ¿Pero tú no estabas encerrado?
- No, pero seguramente lo estaré, porque he oído conspiraciones.
- ¿Y no te importa?
- No pasa nada por aburrirme un poco.
Pelayo le miró, asombrado. La vez que le había preguntado si se aburría no le había querido responder, pero esta vez se lo había dicho sin prácticamente preguntar.
- ¿Y dónde están las personas?
- ¿Las personas? Creía que eras más listo. Son los secuales.
Pelayo se despertó, asustado. Había visto a Marcos, ¿sería un traidor? Pero se obligó a tranquilizarse, porque el alienígena volvía a tomar posesión de sus emociones. Vio a Tomás despierto, y fue a hablar con él. Porque él, al fin y al cabo, no podía viajar en el tiempo ni tenía poderes, aunque hubiera mentido con eso. Se había parecido a Olivier. Y esperaba que por lo menos Tomás ya supiera que lo suyo era una mentira. Aunque solo lo había hecho para que no lo abandonasen. Y la jugada le había salido mal.
La parte robótica de Isaac estaba despierta, y la humana, dormida. Siempre le pasaba, y era bueno por si había algo peligrosos fuera. Pero le hacía dormir peor.
No se enteraba de qué estaba soñando, pero ese día intentó mirar su sueño a la cara.
Un laboratorio. Él estaba dentro. Le dieron anestesia para que se durmiera. Y el alienígena era el doctor. Pero no se pudo despertar del susto. Se obligó a seguir mirando. El alienígena le sacaba la mitad izquierda de su cuerpo, todos sus órganos, tendones, vasos sanguíneos... Y le metía uranio. Su cuerpo empezó a sufrir distorsiones, y se despertó. El alienígena cambió su cara a la de Olivier, y fingió que el experimento había salido mal. Y se llevó una pantalla, que tenía puesta la ubicación de Isaac.
Ahí sí consiguió despertarse, y vio a Tomás y a Pelayo despiertos hablando. Se acercó a ellos.
Olivier soñó que estaba en un concurso de televisión. Pero no uno cualquiera, era sobre extraterrestres.
- ¿Cuántos años tiene el extraterrestre más longevo? - preguntaba el presentador.
- No sé, quizás unos... ¿cien mil millones de años?
Una alarma de ruido muy estridente sonó.
- ¡No! El extraterrestre más longevo que existe no tiene edad, porque todavía no sabemos que existen.
Olivier no entendía nada. Vio la cara del alienígena sentada entre la gente, que cambió al instante a la de Pablo. Se dio un susto, pero siguió respondiendo a las preguntas.
- ¿En qué planeta viven los alienígenas?
- En varios planetas. Hay demasiados extraterrestres para un solo planeta.
- Ya, pero yo te estaba hablando de alienígenas.
Olivier le miró, sin comprender.
- ¿No sabes qué es un alienígena? ¿Ni un extraterrestre?
- Sí, pero...
- Pero nada. Concursante eliminado.
Se abrió una trampilla por debajo de él, y cayó, cayó, y siguió cayendo.
El alienígena estaba cayendo a su lado.
- Esta es la trampilla del abismo. Jugó un papel crucial en la Guerra del Big Bang, cuando yo no existía todavía.
- ¿Cómo fue?
- Te lo diré otro día. Lo único que te puedo decir es que es la guerra más famosa de todos los tiempos y yo no estuve en ella. Y yo suelo jugar siempre un papel crucial en todas las guerras. Por cierto, esto no tiene fondo.
Olivier, entre malas sensaciones, se desmayó.
Se despertó en la celda. Suspiró de alivio. Y vio que Tomás, Pelayo e Isaac estaban sentados hablando. Seguramente no habían tenido un sueño tan terrorífico como el suyo. Fue con ellos a contárselo.
Pablo estaba delante del ordenador. Los delincuentes a los que espiaba ahora eran unos mendrugos. La conversación que tenían ahora era de besugos.
- ¿Qué tal el plan?
- He comido pan con queso.
- Me refiero al criminal, no al de adelgazamiento.
- Pues bien. Ya tengo un ordenador.
- ¿Y el banco?
- Pues para sentarse, ¿para qué si no?
El otro lo miró con cara seria.
- Perdón, llamaré a uno de mis secuaces para que sigan el rastro de un banco.
- ¿Pero de qué estás hablando ahora?
- Del de peces. Si seguimos a unos de calidad tendremos una comilona exquisita gratis.
- ¡Me refiero al banco de dinero!
- ¿En serio crees que soy tan tonto? Porque eres tú el que ha fastidiado nuestro plan, con el niño hacker espiándonos.
Los dos miraron a Pablo. La cara del que había parecido tonto al principio era la del alienígena, y súbitamente se convirtió en la de Dani.
- No tiene pruebas.
- Claro que las tiene. Le basta con esta conversación y con los planos de plan robados. Pero tranquilo, yo no entraré en la cárcel.
- ¿Y yo?
- Tú sí.
Pablo se despertó, y fue a hablar con los amigos que estaban despiertos sobre eso.
Media hora después estaban todos despiertos. Compartieron todos sus sueños y Tomás, cuando terminaron, alzó sus palabras.
- Está claro que el alienígena no quería que contarais vuestros sueños y desconfiarais unos de otros. Si mi cara no aparece en ninguno de vuestros sueños es porque sabe que os he contado mi historia.
- Y no me importa - dijo el alienígena llegando corriendo - así pasáis más miedo. Da igual que recojáis menos uranio a propósito, porque ya tengo humanos suficientes como para hacer cualquier cosa.
Y acto seguido se fue.
- Lo de la trampilla es cierto. Jugó un papel fundamental en la guerra del Big Bang, yo mismo estuve ahí para verlo.
- Entonces... - tomó la palabra Olivier - todavía hay alienígenas cayendo.
Tomás asintió.
- Yo suelo tener visiones en vez de sueños. Y se ve que vosotros, durmiendo tanto conmigo, habéis desarrollado un poco esa habilidad. Eso, y que el alienígena ha interferido en vuestros sueños.
- ¿Eso significa que caeré por la trampilla del abismo con el alienígena? - preguntó Olivier.
- Puede ser. Y también puede ser que el Tiburiano fue quien hizo la operación a Isaac. No sé hasta qué punto puedo confiar en vuestras visiones. Pero las mías son ciertas... y moriré.
- ¿Habrá un pasadizo secreto? - comentó de pronto Marcos.
- Puede ser, - contestó Tomás - porque, según el Tiburiano, todas las celdas tienen una forma para salir de ellas.
Todavía les quedaban más o menos siete horas de descanso, así que empezaron a buscar.
Tomás había palidecido, y Dani se fijó.
- Nunca me había enfrentado a algo así - dijo Tomás - si las visiones dictaminan que voy a morir...
- ¿Y no hay una forma de devolver los muertos a la vida?
- Sí, pero solo si pasan menos de diez minutos. Y es un conjuro muy complicado.
Siguieron buscando, y encontraron un resorte. Se abrió una trampilla. A Olivier le entró el pánico.
- Tranquilo, no es la trampilla del abismo - le intentó reconciliar Tomás.
Tiraron un tenedor, que cayó siete segundos más tarde.
Bajaron por unas escaleras, y Olivier se pinchó con el tenedor al poner el pie en el suelo.
- Malditas trampillas...
Avanzaron por un oscuro pasillo, y llegaron a un callejón sin salida. Había una pared obstaculizándoles el paso. Dani fue a tocar la pared.
- ¡Para! - le dijo Tomás. Dani le miró sin comprender.
- Si te lo dice es por algo - dijo Pelayo.
Tomás asintió.
- El Tiburiano nunca pone las mismas pruebas. Un momento.
Se fue corriendo y volvió, esta vez con el tenedor en la mano.
- Primero tenemos que asegurarnos de que la pared no es peligrosa en ningún sentido.
Atravesó la pared con el tenedor. Era un holograma, pero el tenedor se desintegró al instante.
Se pusieron a buscar un mecanismo que abriera la pared. Lo encontraron no mucho después, pero tenía una contraseña de siete dígitos. Marcos se enfadó.
- ¿Por qué está recordándonos todo el rato lo del siete? Es una pesadilla.
Tomás se negó.
- Esto de aquí no lo ha hecho a propósito. Desde que lo conocí siempre pone la misma contraseña de siete dígitos.
- ¿Y la sabes?
Tomás asintió.
- Sé cuál es.
Pelayo dio un respingo.
- Es mentira la historia que nos has contado. ¡Todo era mentira! ¡Eres tú el malo de la historia!
- ¡Pelayo, tranquilízate! ¿Por qué dices eso?
- Tú mismo lo has dicho. Secuales.
Tomás suspiró.
- Ay..., le voy a tener que decir al Tiburiano que nos ponga en celdas distintas para que no consigáis tener más... mediovisiones. Había dicho sé cuál es, no secuales. La contraseña es, ponedla, dos, cuatro, ocho, uno, seis, tres, dos.
- ¿Y por qué es esa?
- ¿Sabes cuál es la tabla del dos... elevado a lo que sea?
- Claro... Dos, cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos... - dijo Marcos.
- Pues eso es. Solo que cada una de las cifras de cada número.
La pared desapareció y apareció una esfera gigantesca, más grande incluso que la propia fortaleza da Urania. No era posible.
- Nos hemos trasladado a través de un agujero de gusano. Y si no me equivoco, aquí estará lo que va a empezar la guerra.
Y lo vio. Estaba detrás de la esfera, una olla gigante llena de una sustancia roja. Y tuvo más visiones.
Estaba ahí, frente al temible monstruo. No entendía cómo estaba allí. Porque no podía ser una jugarreta de nadie, ya que habría muerto prácticamente al instante. Pero como el monstruo no se había fijado todavía en él, huyó. Corrió todo lo rápido que pudo.
La visión se esfumó, pero volvió a recobrar vida en el mismo planeta. Estaba huyendo, pero el monstruo le vio. Se quedó paralizado de miedo. Si el monstruo le atravesaba...
El monstruo fue hacia él. Le empezó a atravesar, pero apareció de repente en otra sala. Creyó que ahí era donde aparecías cuando el monstruo te atravesaba. Pero frente a él estaba el tiburiano. Le había matado y salvado la vida.
Se despertó de la seminconsciencia por unos tambaleos.
- Tomás, Tomás.
Se despertó de golpe.
- ¿Qué te ha pasado? - le preguntó Pablo.
- Visiones. Uno solo las puede ver durmiendo, excepto si se trata de algo tan horrible que no lo puedes imaginar.
- ¿Y qué era?
- Todavía no os lo puedo contar.
- ¿Qué hacemos con esto? - preguntó Pelayo.
- El tiburiano protege sus cosas con un sistema que te deja paralizado totalmente durante dos siglos.
Por lo que volvieron a su celda y cerraron la trampilla.
No durmieron, pero sí se quedaron descansando.
Dani se puso a hablar con Tomás.
- ¿Sabes cómo es el conjuro?
- La verdad es que no lo tengo muy claro, nunca he probado a hacerlo.
- ¿Existen más conjuros?
- Sí, pero no muchos. Sé que mi ex-amigo tiene algunos.
Dani asintió.
- ¿Y sabes dónde los tiene?
- Supongo que en su fortaleza de Tiburia.
Dani suspiró.
- No sé cómo saldremos de esta.
- Según mis visiones, estaremos atrapados en dominio de mi ex-amigo sin trabajar ni hacer nada.
- Eso es porque haremos algo malo.
- O porque sabréis demasiado.
Dani suspiró, pensativo. De pronto se le iluminó el rostro.
- ¿Hay alguna otra manera de revivir a los muertos?
- Veo que no has llegado todavía a la verdad. Los muertos están vivos.

Los Amigos y la invasión alienígenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora