CAPÍTULO 12 EL DESPACHO DE TIBURIA

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Te recomiendo que leas en el libro mejorado que hay ahora publicado (La terrible invasión alienígena (nuevo 2025)).

Marcos y Edu se subieron al ascensor. Y al momento, pensando en las rarezas del alienígena, no supieron qué hacer.

- ¿Es el botón de arriba o de abajo? - preguntó Marcos.
- ¡Yo qué sé! Sé exactamente lo mismo que tú.
"Eso te aseguro que no" pensó Marcos.
- Pues si no lo sabes tú lo diré yo. El de arriba. El ascensor es del alienígena, si hay alguna trampa debería haber aparecido ya. Y, además, ¿qué pasa porque pulsemos el botón erróneo? Al fin y al cabo se quedará quieto si no es el correcto.
Edu no le hizo caso, y pulsó el de abajo. El ascensor se puso en marcha. Sonó un ruido, y el ascensor salió disparado a una velocidad de casi un millón de kilómetros por hora. Los dos gritaron por la sensación. Y se desmayaron.
Se despertaron justo cuando el ascensor paró. Había pasado media hora.
- ¿Acabamos de ir a una velocidad imposible? - preguntó Edu, aunque sabía la respuesta.
- Para un humano sí - respondió Marcos.
- Oh, oh.
- ¿Qué es lo que pasa?
- Que solo el despacho del alienígena de Tiburia es casi cinco veces más grande que...
- ¿El de Urania?
Edu negó.
- Que la propia fortaleza de urania.
Marcos miró, boquiabierto.
- Esto...es imposible.
- Pues ya ves que no.
Contemplaron la sala en la que estaban. Era de cinco hectáreas, pero estaba totalmente llena de engranajes, todos juntos y conectados al ascensor.
- Claro, para tener una velocidad como tal...
Salieron de esa sala, y no pudieron creer lo que vieron, porque no lo vieron. Los planos de la fortaleza de Tiburia, gigantes en una pared, más de cien. Y no salía el nombre de ninguna sala. Edu se agobió, y miró atrás por si había carteles de cada sala pero que no salían en los planos. No acertó.
- Me temo que vamos a estar bastante tiempo registrando las habitaciones hasta encontrar salas.
Marcos le miró con extrañeza.
- Perdón, es que estoy muy agobiado. No sé qué vamos a poder hacer.
- ¿No? Pues yo creo que es muy fácil. Tenemos que registrar todo lo que podamos de la fortaleza hasta que nos pillen...a más tardar.

Tomás tuvo que empezar a correr de verdad. Los humanos salían de todas partes, e iban a él como un secual a un enemigo. Comparación que no animaba mucho, la verdad.
Siguió corriendo, sin pensar nada, huyendo, asustado. Algunas lágrimas recorrieron su rostro. ¿Por qué le pasaba todo a él? La muerte de su mejor amigo, todos los de su especie muertos, que sus propias especies fueran malísimas, que los dos, Dera y Traptus, fueran a por él, que los de la especie que él había creado le persiguieran para darle a un antiguo amigo algo que va a matar... Porque él era eso, algo. No alguien, algo. Era tratado como a un mísero objeto. Todo el mundo le trataba así. Excepto Los Amigos. Pero ellos también habían sufrido por los de la especie que él había creado. Todo había sido culpa suya. Los únicos que, por lo menos, le respetaban, habían sido a los que él les había hecho sufrir con los creados por él. Daba igual que ellos también lo fueran, porque además eso le engrandecía aún más el sentimiento de culpa en su interior. ¿Por qué había hecho todo lo que había hecho?
Pero se obligó a rectificar, y se obligó a pensar. Y su pensamiento, por lo menos algo racional en sí, le dijo que se escondiera. Al fin y al cabo, el escondite del día nueve de septiembre no había terminado aún.
Entró en la primera sala que vio cuando los humanos no le veían, que ponía sala de operaciones en un cartel.
"Un momento" pensó "¿no se supone que en la fortaleza no hay ninguna indicación?"
Y allí estaba el alienígena. Con una sonrisa semi-triunfal.
- Un paso más y desbloquearé uno de los mayores poderes de la historia.
Tomás se asustó. No podría hacer nada contra eso. Pero ideó un plan que era ahorrar tiempo, normal.
- ¡Un momento! Ya sé tu historia.
El alienígena no movió el pie, lo cual alivió a Tomás, y le miró interesadamente.
- ¿Sabes cuál es? Cuéntamela.
- Los tiburianos, los primeros, nacían ya sabiendo muchísimas cosas. Como sabían tanto, no se molestaban en aprender más. Esto hacía que desaprendieran, por decirlo de algún modo, y que al final, por ejemplo, no previesen ataques.
El invasor, promotor y de más nombres le miró intensamente. A Tomás le habría gustado arrancarle esa mirada de cuajo, pero desgraciadamente no podía.
- Yo también fui más o menos así. Por eso nos hicimos amigos. Cuando perdiste a los tiburianos seguiste aprendiendo. Yo, en cambio, intentaba proteger a los humanos y a los animales.
El alienígena sonrió.
- Te doy diez segundos para escapar.
Tomás corrió todo lo que pudo. Venían humanos desde la izquierda, todo el rato. Giró tres veces a la derecha y de pronto, ahí, apareció de la nada.
El invasor. El que iba a matarle en poco tiempo y después Traptus iría a por él.
Suspiró. La vida solo le jugaba malas pasadas.
- Dime dónde están los demás, Tomás, o te mataré.
- ¿Para qué quieres que te lo diga? Con tus poderes los puedes ver aunque haya paredes en medio, entre tus ojos y ellos.
- Prefiero que haya otro traidor, ¿no te parece?
- ¿Pretendes que se crean que soy un traidor después de todo lo que les he contado?
- Bueno, si me lo cuentas a mí, sí. Si me revelas su paradero, aunque yo ya lo sepa, serás para ellos un traidor.
- Pero yo no sé si siguen todos en el despacho o hay alguno que ya se ha ido.
- ¿Cómo habéis encontrado el despacho?
- Nos encontramos a Gael y Edu, que salían de allí y... ¿no sabías dónde estaban?
- No. El error de estos palacios es que yo, aunque tenga el poder de mirar con paredes, no puedo ver lo que hay al otro lado de la pared.
- Te acabo de revelar dónde están...
- Sí. Y la mejor parte está grabada.
- ¿Por qué eres un traidor? Éramos buenos amigos.
- Correcto. Éramos. Hasta que me abandonaste.
- Pero después de que tú lo mataras nos reconciliamos. Y nos dividimos entre especies.
- Tu especie mató a la mía. Ahí dejamos de serlo. Pero como todavía siento añoranza y nostalgia de esos viejos tiempos no te mataré. Pero te lo advierto, a la mínima estallaré. Y a partir de ahí no me considero responsable de mis propios actos.
Tomás se dejó capturar.
- Por suerte me sé estos pasillos de memoria.
El alienígena fue corriendo hacia el despacho para dejar allí a Tomás.
"Espero que Los Amigos ya no estén allí...".

Los Amigos y la invasión alienígenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora